En Albuñol, pueblo de la costa de Granada, hay una antigua mina, llamada por los lugareños desde siempre "la cueva de los murciélagos".
La historia se remonta a 1831, cuando Juan Martín, propietario de las próximas majadas de campos, penetró en la cueva, cerrada desde tiempos inmemoriales. A base de trabajo y esfuerzo logró eliminar maleza y piedras y penetrar en la antigua mina, donde encontró un espacio enorme, vacío, de forma ovalada lleno de detritus de murciélagos, que dan el nombre a la cueva. Durante meses usó este material para sus tierras y una vez la cueva estuvo abierta, fue usada para guardar ganado durante varios años por amigos y el propio Juan Martín.
En 1857 se creó una Compañía para hacer de la cueva un depósito de minerales, y más tarde, volver a usarla como mina, objetivo que progresó solo unos pocos años.
Manuel de Góngora Martínez, Decano de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada, intrigado por los rumores de tesoros encontrados por los mineros, cadáveres y demás objetos arqueológicos de incalculable valor que circulaban por el pueblo, se desplazó hasta Albuñol y comenzó una investigación que quedó plasmada en un libro, libro de referencia obligada para todo aquel que quiera acercarse a la historia de la cueva, aunque a día de hoy, se ha comprobado que contiene errores y no tiene muy buena prensa, sigue siendo el primer libro donde se habla detalladamente del tema y se describe la cueva en toda su extensión.
El señor Góngora, junto a un grupo de alumnos y con los debidos permisos, entró en la cueva y exploró no solo lo abierto hasta ese momento, sino otras dos aberturas en la roca que daban a otras dos galerías que desembocaban en una sala cada una. En una de las salas se habían encontrado 3 cadáveres, momificados dada la temperatura ambiental del lugar, aun con vestimentas y gorros de esparto así como zapatos también de esparto. Uno de los cadáveres, según Góngora un hombre (aunque no podía saberlo con certeza) llevaba en su cabeza una diadema. Esta diadema, hoy gracias a su trabajo, conservada en el Museo de Granada, era de oro puro, de 24 quilates, muy sencilla, sin ningún adorno, de 56 centímetros de largo. Semicircular, más estrecha en los extremos que en el centro, y con dos agujeros para, seguramente, meter algún tipo de cinta que ciñera la diadema a la cabeza. A día de hoy se conoce que fue hecha a partir del martilleado de una pepita de oro, por lo que deducimos que no existía la metalurgia como tal. Esto como decimos, no lo encontró el Señor Góngora, sino que le fue contado por los mineros que, sin saber, saquearon el lugar cuando encontraron los cadáveres. Junto a estos había también restos de recipientes de barro, algunos decorados esquemáticamente, ropas, bolsas de esparto con un contenido desconocido, según los mineros una especie de tierra negra que bien podría ser comida ya deshecha después de tantos años o flores en la misma situación. Por desgracia, nunca lo sabremos.
Lo más importante de este caso, es que la datación de los huesos que se han encontrado así como de la diadema, nos llevan al Neolítico. En el Neolítico, por lo visto, el hombre primitivo tenía una gran pericia a la hora de trabajar el oro, no habiéndose encontrado en este yacimiento ningún otro metal como plata o cobre. Es sabido que el cobre llegó a la península con la colonización fenicia (otros defienden que con los antiguos Tartessos) pero la plata no ha aparecido. Los otros dos esqueletos, supuestamente de mujeres, también llevaban de oro unos pendientes incompletos, perdidos en ese saqueo, dicho sea de paso, sin maldad, ya que los trabajadores de la mina no tenían ni idea, ni pudieron saber en vida, lo que estaban cogiendo ni a quien pertenecía o la edad de cada pieza.
En otro recinto, encontraron estos mineros doce cadáveres, en semicírculo, rodeando el cadáver de una mujer bastante bien conservado, incluso en su vestimenta, muy rudimentaria, rodeada por cuerdas, con un collar de esparto, pendientes de conchas de mar y un anillo con un detalle de marfil.
Todo esto, penosamente, hoy está prácticamente desaparecido, conservándose tan solo algunas pequeñas piezas que con los años de rastreo de investigadores, lograron recuperarse o recomprarse a los propietarios de entonces. Voy a exponer textualmente un párrafo muy ilustrativo del libro del Señor Góngora que habla sobre este tráfico de antigüedades en el pueblo durante los años anteriores a su llegada:
Hay que esperar muchos años, hasta 1980, para que otra vez alguien como el Profesor Góngora, se ocupe como se debe de la cueva. Fue la arqueóloga Pilar López la que se ocupó de reabrir el yacimiento, estudiarlo y publicar sus conclusiones. En ellas, insiste en que la datación es muy confusa ya que, un trozo de madera manufacturado encontrado dentro, está datado en el 5600 a. C. mientras que sobre los cadáveres y metales se puede hablar de un asentamiento en el Neolítico medio, y otro posterior, del Bronce inicial, que es cuando se enterrarían todos los cadáveres dentro de la cueva, lo que no quiere decir que los ajuares funerarios fuesen de esa época, aunque para ella, representa el propio yacimiento un galimatías de difícil explicación debido a la complejidad de este, los objetos encontrados y lo peor, los objetos perdidos o destruidos.
Han sido pocos los investigadores que se han acercado a la "Cueva de los murciélagos" con interés investigador. Además ya ha quedado dicho que dicha cueva fue objeto de saqueo sistemático durante años. El problema de su datación continúa hoy día, aunque se acepta el proporcionado por Pilar López. La cueva fue pues, parte de un paisaje donde el hombre del Neolítico vivió durante años y, en un momento dado, se convirtió en necrópolis. Aun así, lo mejor conservado es la diadema, una bella obra maestra de su tiempo, y que nos habla de una sociedad con una jerarquía, sin metalurgia y probablemente aun no sedentaria totalmente.
A falta de un estudio completo, con geo radar, que demuestre que no hay más espacios en la antigua mina, y unas conclusiones finales, creo que la "Cueva de los murciélagos" aún tiene mucho que decirnos. Quién sabe dónde estarán el resto de tesoros que conocemos por testimonios recogidos por su pionero, el Profesor Góngora, y donde estarán todos de los que no tenemos constancia.
En las fotos que se adjuntan, espero sepan ver la grandeza de un yacimiento olvidado...
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