Revista Cultura y Ocio

La Culpa – Astrud

Publicado el 12 noviembre 2017 por Srhelvetica

CÓMO VAMOS A FINGIR QUE NO HA CAMBIADO NADA (IV)

(…sigue de aquí)

No fue a ese concierto. Tampoco estoy completamente seguro de que realmente se arrepintiera de no haberlo hecho, quizás sencillamente –esa me parece la explicación más plausible- no encontró con quien ir… Pero como si se hubieran agolpado durante demasiado tiempo detrás de ella, los reparos con respecto a Astrud se derrumbaron con estrépito cuando “La Boda” tiró abajo esa puerta, y el disco comenzó a sonar una y otra vez en su reproductor de CD’s. La (muy poco convencional) propuesta se había depurado de pronto, y el dúo barcelonés parecía haber dado finalmente con la mejor versión posible de sí mismo: ni continuaban exactamente en el punto en que lo habían dejado, estancados en la repetición de una fórmula, ni (esto casi siempre acaba mal) recurrían a la vieja y poco exitosa maniobra de renegar de las credenciales con que te diste a conocer. Los devotos de “Mi Fracaso Personal”, que durante años habían aguardado con expectación y nerviosismo (el viejo temor propio a todas las segundas veces) la llegada del álbum de continuación, aullaron de placer al descubrir multiplicadas en “Gran Fuerza” las razones para seguir amando a la carismática pareja; mientras que a él, lo que precisamente más le agradó, fue el descubrimiento de que aun siendo los mismos Astrud, al mismo tiempo parecían un grupo distinto: complicados pero mucho menos retorcidos; igual de ambiciosos, pero más asequibles, aparentemente frívolos, decididamente optimistas. En lo que respecta a los arreglos musicales, aquellas diez canciones suponían un salto cualitativo respecto al pop sintético del debut: exquisitos arreglos orquestales como los de (otros lo hubieran llamado cursilería) “Mentalismo” evidenciaban las ganas del grupo por ir más allá de los territorios conocidos, incluidos los suyos propios.

También cambiaba, para mejor, el discurso: mientras “Mi Fracaso Personal” parecía un disco escrito desde la primera persona del singular (tan singular, de hecho, que había sido incapaz de establecer la más mínima conexión con la verborrea errática de sus autores), aquellos nuevos temas, en cambio, le interpelaban de un modo más directo, sintetizando como nunca la neurosis generacional de los veinticinco / treinta años que él también reconocía. Quizás realmente fue así, o tal vez se trató simplemente de que por fin encontraba un asidero en aquella música para unirse al bando en el que quería estar desde el principio, pero “Gran Fuerza” resultó ser todo lo que necesitaba para convencerse de que Astrud había dejado atrás el melodramático (y algo narcisista) examen frente al espejo, y ahora, por fin, se trataba de todos nosotros.

Grabó el disco en una casete. Llevaba años sin pensar en ello, pero acaba de venirme a la cabeza, al pensar en él; luego buscaré entre sus cosas, a ver si aparece por algún lado, pero de cualquier forma estoy seguro de que finalmente grabó “Gran Fuerza” en una cinta, para A: se habían conocido hacía unos cuantos años, y sin embargo la atracción existente entre ambos sólo había dado pie a un flirteo con más coincidencias que consecuencias, un coqueteo al que ambos se entregaban con gusto, pero que sólo tenía lugar de forma intermitente. Se encontraban por casualidad, recordaban al momento cuánto se divertían cuando esto sucedía, se perdían de vista durante algún tiempo, y luego todo volvía a ocurrir del mismo modo. Curiosamente, y como si se tratara de dos hechos aparentemente contradictorios pero secretamente conectados por un hilo invisible, no habían empezado a salir hasta que él tomó la decisión de mudarse a vivir a San Sebastián, estableciendo una distancia entre ambos que resultó ser mucho más flexible que los kilómetros que en teoría les separaban: aquel supuesto alejamiento les permitía gozar de una cierta independencia entre semana, que (sobre todo él) aún necesitaban, y al mismo tiempo no suponían un obstáculo cuando llegaba el fin de semana y las ganas de estar juntos, de contárselo todo y de verlo todo les reunía en una u otra ciudad. Él no se había sacado el carnet de conducir, y se convirtió en usuario frecuente del servicio regular del autobús de línea, mientras que a ella le tocó realizar todos esos viajes al volante de un viejo 205 que también hacía las veces de lugar de despedida; el disco de Astrud se convirtió en un inesperado acompañante, cuando el domingo empezaba a declinar y ella emprendía el camino de regreso a Pamplona por una oscurecida A-15. A veces, bien entrado el otoño, las tormentas descargaban una densa cortina de agua sobre los coches, obligándoles prácticamente a detenerse hasta que la lluvia arreciaba y mejoraban algo las condiciones de visibilidad, y tampoco era rara la ocasión en que la carretera quedaba puntualmente cortada por las nevadas. Para esas ocasiones en las que se sentía pequeña y sola, ella solía pedirle que le grabara discos divertidos.

-Así no me da miedo- decía. Y eso a él –visto desde fuera, me parece un poco idiota, pero por lo que se ve, en aquel proceso de enamoramiento resultó ser terriblemente eficaz- le enternecía, y creo que en el fondo se sentía dichoso de tener a su lado a una chica que (trata de explicárselo a alguien que no haya sentido en el pecho el aguijonazo del pop, trata de hacerle entender hasta qué punto que tu novia profese la misma devoción que tú por Jarvis Cocker puede ser o no una cuestión trascendental) sabía que las canciones con las que convives son una cuestión demasiado importante como para dejarla en manos de cualquiera. Entonces, probablemente volvería a casa con la cabeza yendo y viniendo, del repaso de las horas transcurridas a la secuencia idónea del próximo recopilatorio que pensaba grabarle, mientras ella se alejaba envuelva en intermitentes y tráfico y lluvia, qué tristeza más pesada acababan arrastrando siempre las últimas horas del domingo…

Sé que cuantas más, sé que cuantas más…” Ahora el tiempo lo ha cambiado todo, y sólo somos capaces de balbucear aquello de que las cosas no son ni mejores ni peores, sólo distintas, pero me acuerdo de A, canturreando los primeros versos de “La Culpa” con una sonrisa pícara y un brillo excitado en los ojos, cuando llegaba el siguiente viernes, y se desplegaba ante ellos el abanico de las horas por transcurrir. Él también cantaba, pero de un modo distinto: tan fuerte que casi resultaba difícil escuchar la canción original, algo que motivaba las protestas de ella con bastante frecuencia, y que en modo alguno se limitaba a aquel disco. (De hecho, con los años he elaborado una curiosa teoría según la cual, si no fue capaz de aprenderse la letra de muchas canciones, fue sencillamente porque se veía impelido a cantar lo que fuera sobre ellas, como si el esfuerzo de contener toda esa música a punto de estallarle en el pecho fuera superior a la ganas de saber qué es lo que realmente tenía que cantar). Cantaban más fuerte las partes que más les gustaban, y cuando no lo hacían él seguramente aprovecharía para volver a repetir su tediosa explicación de por qué la línea “I only went with her / ‘cause she looked like you” de “Babies” era el mejor verso de una canción de la historia, o a lo mejor simplemente permanecían callados porque habían discutido por una tontería, lo cual -en aquel momento en el que tantas cosas parecían estar en juego- podía ocurrir con relativa frecuencia…

(continuará…)

Anuncios Publicado en: Greatest HitsEtiquetado: 2001, Astrud, Austrohúngaro, Chewaka, Gran Fuerza, Pop, VirginEnlace permanenteDeja un comentario

Volver a la Portada de Logo Paperblog