Revista Deportes

La culpa, de la yerba

Por Antoniodiaz

La culpa, de la yerba

Por las rutas del toro. Arse y Azpi


Empezábamos el curso taurino, allá por febrerillo el loco, con los Choperitas en los carabancheles, en esa Feria de Invierno que parecía el Botellón de la Primavera, con unos toritos de Algarra, Garcigrande y Zalduendo despanzurrándose por los suelos, y con las que serían señas de identidad de la temporada: corrida tan chotuna como gloriosa de Cuvillo, Morante "desgraciaíto" en el sorteo, pero triunfando con el sota, caballo y rey del toreo morantiano: el medio pase, el trincherazo y el molinete. También a El Juli los alguacilillos le injertaron tres orejas en las palmas de las manos, injertos que no se podó en toda la temporada. De cómo toreó, ni me acuerdo. Aquí, tan temprano, ya se escucharon las primeras voces de la temporada, cargantes en asilvestrada sabiduría: `la culpa es de la yerba´.
Marzo, Simón Casas se estrenaba en las Fallas, y para ganarse el levante español, como si fuera Napoleón, no dudó en usar la pólvora y mimetizar la feria taurina con el ambiente festivo de la calle: fue un petardo.
Abril y Sevilla, sin José Tomás ni Cuvillo, aliados en los frentes de Olivenza, Granada, Linares o Castellón, sucumben ante el poderío industrial y el toreo mecanografiado del Juli. Los jandillas, fuenteymbros, gaviros o ventorrillos campan a sus anchas, con la lasciva inmunidad que otorga el silencio de la Maestranza. Para los palhas, victorinos o miuras ese silencio es otro ruidoso cantar. El gitanito Oliva Soto se cobra viejas deudas de sangre y triunfa con los condesos.     
Mayo, San Isidro, Madrid, Las Ventas, la finca de los Choperitas. La nada más absoluta. Líos en corrales. Romanas trucadas. Baile de veterinarios. Treinta tardes de toros, treinta cátedras de destoreo. Un grupo de controladores le montan una huelga al Cid. Privilegios de consentidos burgueses. La Corrida de la Prensa, pues eso mismo, una corrida como le gusta a los que la escriben y la cantan. Sálvesen de la deshonra las coletillas de Rafaelillo, Curro Díaz, Robleño, Macías o Abellán. Hierros como Cuadri, Dolores Aguirre, Moreno Silva, los Bayones o el Cortijillo bien que merecieron la pena. Gloria a las cuadrillas. El toreo se engalanó de plata.

7 de Julio, San Fermin, Iruña, el toro -y el vaso- grande. Tanta jarana no hay hígado que la aguante. La Feria del Toro-Toro se convierte en la del Modesto-Modesto. Manzanares, Morante, Ponce, Cayetano, todos fuera, por motivos de planificación, cuando es sabido que la vergüenza no entiende de planes ni de agendas. Sí acude el Juli, con su media naranja, los jandillas, que, ¡lo que es la vida!, son los toros con menos trapío y fuerzas del ciclo pamplonika. A su manera, pero estuvo, como en todas las ferias de la temporada.


Agosto, las Corridas Generales de Bilbao. Arenas cenicientas; aficionados con conocimientos. La Aste Nagusia sigue siendo un oasis, aunque cada vez más pírrico, dentro del desierto de toro en que se ha convertido la vieja Iberia. Vimos una corrida de Alcurrucén como pocas; saltaron al ruedo seis de la A coronada que fueron media docena de obras de ingeniería copyright de la madre naturaleza -en estrecha colaboración con otro ingeniero con gorrilla, el cateto de Galapagar-; Joselito lidió como ganadero una corrida no sabríamos decir si afeitada, manipulada o enfundada, el caso es que parecían murubes para rejoneo; unos cuantos zalduendos recorrieron España de sur a norte para vergüenza de la tauromaquia -hasta la de los modernos, que ya sería grave el asunto-; los escolares nos dejaron, como los malos amantes, los que van por el mundo con la bragueta abierta y sin viagra, a medias, bastante chafados. Sí que hubo tres tíos que honraron el oficio: Rafaelillo, Diego Urdiales y Sergio Aguilar. Mención especial a el Cid, que con una corrida de toros pavorosa estuvo más que digno; a los que le achacan que no cargó la suerte hay que decirles que tampoco descargó la vergüenza. Tenía que estar con los grises y ahí estuvo, sin excusas.  
Llegábamos a octubre con la lengua fuera, sin aire en los pulmones, exhaustos como el Cachorro sevillano, flagelados por esta gazapona afición que por mucho que uno quiera cuadrar para entrarla a matar, siempre te persigue, siempre te tapa su muerte, hasta que te dan los tres avisos y el que termina en los corrales apuntillado eres tú. O lo que es peor, en el tendido el año próximo. Decíamos, octubre, La Pilarica, Coso de Pignatelli, también regentado por los Choperita, como en Vistalegre, ocho meses después de aquella Feria de Invierno, y casi llegando al invierno siguiente, saltan en Zaragoza, moruchos de Montalvo, Juan Manuel Criado o Valdefresno, que se caen como moscas, igual que sus parientes de sangre chochona, aquellos que se lidiaron en la carnavalada de febrero. Los antiguos Pablo Romero, guapos como ellos solos, nos enamoran con su galantería, pero su nómina de bravura no nos convence como para llevarnos al altar. Los cuvillos, en plan gira de los Rolling Stones, cosechan un nuevo triunfo gracias al playback que sus toretes hacen de la bravura. ¿El Juli? Bien, gracias.


Nueve meses, un parto, de toros mendigando la muerte por las plazas de España, con sobreros viajando más que el baúl de la Piquer; zalduendos  pasando más reconomientos que los quintos en la mili; y la proliferación del descaste y la blandura de sesos hasta en las ramas más selectas del torismo. Mil y pico, o dos mil -¡qué se yo!- festejos en los que se ha venido repitiendo lo mismo: ausencia de las dos terceras partes de la lidia; el uso del duende y el salero como merchandising de venta en gasolineras; el sacrificio de la exigencia en pos del arte quincallero; y el definitivo advenimiento al mundo de los vivos de la oreja como verdadero eje de la Fiesta. `Nada tiene importancia si no hay oreja´. 


Y el año acaba con algunos mensajes, si no apocalípticos, sí reveladores, que nos dibujan un futuro encorsetado en un terno de tinieblas y oro. Indultan ilegalmente dos novillos en un par de festivales, uno es de Garcigrande, el otro de Fuenteymbro -encaste vitivinícola-. En eso que van al matadero los patasblancas de Sánchez Cobaleda y los santacolomas de Trifino Vegas. Dos por dos. El Fandi y Enrique Ponce lidiaron dos toros afeitados -no lo digo yo, lo dice la Ley- de Torrestrella y Victoriano del Rio -del encaste de siempre-. El Califa y José Ignacio Ramos, expertos en las duras, con los encastes de casi nunca, se retiran. O medio los echan. Otro cuatro. Mientras tanto, en Dólar, Granada, se da uno de esos festivales de aúpa, con bichos con mala baba, de esos que son los patitos feos de cada casa. Y a eso que va un novillo y manda a tres tíos al hospital. Uno de ellos, el Ruso, banderillero que se sabe de memoria el número de azulejos que hay en las paredes de la enfermería de las Ventas, es sacado a gañafones, trallazos de metralla brava, de un burladero sin poder hacer nada. Le revientan el muslo. Será por aquello del equilibrio del Universo,  que se da la circunstancia de que unos cuantos miles de kilómetros más allá, diez o doce, en las tierras en dónde se produce la contradicción en la cual no existe el toro pero sigue habiendo corridas, se ha armado la de Dios es Cristo, con motivo del enésimo robo a un figurón de la torerimaquia. A tal punto de obsesión ha llegado el afán resultadista de muchos, que ya no se sabe si se pelean por orejas, rabos, escapularios de oro o bacinillas de hojalata. (Más) Malos síntomas, para acabar el año. El nuevo no tiene pinta de empezar mejor.
Conforme voy terminando de escribir este real y descorazonador -aunque algunos nieguen la mayor- memorándum del dos mil diez taurino, y sin olvidarme -colocando aparte, en el tarro donde van las esencias- de la genuina tarde de Juan Mora, ni del gran número de toreros que rozaron la muerte, con Tomás a la cabeza -tampoco me olvido de Adrián, que se nos fue- a servidor no le queda otra que darle la razón a los que echaban pestes en contra de la hierba. 
La culpa es de la yerba. Y del camello que trapichea en los tendidos con las pipas y las pepsicolas. Por no traficar con ella. Porque la única manera de entender y poder consumir lo que acontece en el ruedo es ésa: fumar un poco de ella.

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