En nuestra sociedad moderna y básicamente heteroasignada nos seguimos moviendo entre lo permitido y lo conquistado.
Lo permitido viene asignado por múltiples factores, pero básicamente por las grandes religiones monoteístas que imponen y “legalizan” algunos actos que siguen siendo diferenciados para mujeres y hombres. Y el poder lo siguen teniendo mayoritariamente los hombres aunque tampoco ellos quedan exentos de este sentimiento de culpa.
En uno de los textos de Victoria Sendón de León llamado “El biopoder como instrumento de sumisión”[1]encontramos la siguiente definición que no deja lugar a ninguna duda. Dice lo siguiente:
“Lo que comenzó siendo mandatos explícitos
del poder de arriba, se ha ido convirtiendo en un «biopoder», es decir, en una autocensura
y autorepresión no coercitivas externamente, sino asumidas desde dentro por el sujeto de
modo inconsciente. Ni que decir tiene que el «biopoder» es mucho más limitante que el poder explícito”.
Creo que no quedan lugar para demasiadas dudas. En general se ceban en aquellos aspectos relacionados con las vidas privadas de las personas y sus sentimientos. Nos dicen, mejor dicho nos imponen qué hemos de sentir, cómo e incluso hacia quien hemos de encaminar nuestros sentimientos. De ese modo nos asignan directamente un papel heterosexual sin que apenas puedan contemplarse otras opciones como la homosexualidad, la bisexualidad, transexualidad, etc. Incluso en algunos países las diferentes opciones sexuales diferentes a la “permitida” son castigadas con la pena de muerte.
De ese modo y en nuestra sociedad con claras influencias judeo-cristinas, nos “permiten” el amor, enamorarnos y como consecuencia de este hecho, cohabitar con el fin de tener descendencia con la pareja elegida a través del matrimonio.
Pero este hecho tiene trampas múltiples, puesto que del mismo modo que permiten y consagran el amor entre una mujer y un hombre a través del matrimonio, no permiten que ese amor pueda desgastarse ni siquiera desaparecer, con lo cual los posibles amores que puedan surgir hacia otras personas quedan automáticamente condenados haciendo sentir culpable a quien se atreva a sentir de nuevo el amor hacia otras personas. Y hablo en plural porque el ser humano tiene derecho a enamorarse muchas veces a lo largo de su vida y de muchas personas sin sentirse por ello culpable.
Este es sólo un ejemplo. Afortunadamente hemos conquistado la libertad de poder divorciarnos y volver a comenzar otras relaciones, pero aún así, el estigma de la culpa permanece a lo largo del tiempo.
Además, en el caso de las mujeres se acrecienta el tema de la culpa con la puñetera “manzana de Eva” cuyo estigma ha permanecido a lo largo de la historia. Se nos asignó el papel de “malas” desde el origen y así nos ha ido.
De ese modo cuando conquistas la libertad de elegir entre la maternidad o la no maternidad, te sientes juzgada durante mucho tiempo hasta que puedes dejar atrás ese sentimiento impuesto.
Y de nuevo este es un ejemplo. Pero a raíz de este ejemplo y del anterior se está construyendo un modelo de familia excluyente, ortodoxo, misógino y potenciador de las culpas por conseguir conquistar derechos que, según algunos “mandatos divinos”, nos están vetados como personas y especialmente como mujeres. De ahí que a través de los códigos androcéntricos se confunda el derecho a la maternidad libre, voluntaria y compartida o no, con el aborto indiscriminado, cuando lo único que pretendemos es ejercer nuestras conquistas sobre nuestro propio cuerpo y nuestro derecho a ser o no madres.
De este modo insisten algunos grupos bastante ortodoxos en reivindicar esas ideas inculpatorias para estigmatizar a quienes por convencimiento pensamos de otro modo y lo practicamos.
Además pensamos que otros tipos de familia son posibles y que las creencias de cada persona se han de construir sobre la base de la tolerancia, la no agresión a otros modos de pensar y sentir y sobre todo, erradicando culpas por algo que se nos ha impuesto “por dioses” impíos, crueles e inexistentes cuyo discurso manipulado por sus sectarios seguidores únicamente pretenden mantener un orden social injusto, desigual, misógino y controlado por ellos.
Afortunadamente, las conquistas sociales van rompiendo poco a poco los “permisos” que esos malvados dioses nos otorgaron en su día.
Teresa Mollà Castells
La Ciudad de las Diosas
[1]Dicho documento completo puede encontrarse en el siguiente enlace: http://isonomia.uji.es/docs/spanish/publicaciones/publicaciones/actas/iso6c.pdf