Acusar a los expulsados por el sistema, a los abandonados por las instituciones y por la política espectáculo de la que es parte la «izquierda», del crecimiento de la ultraderecha es el análisis más simple e injusto que se puede leer tras el éxito de la basura fascista de Vox en Andalucía.
«¿No votas? Pues apechuga con el resultado». Claro que sí, como si la familia desahuciada o que está a punto de serlo, el parado que sobrevive a base de chapuzas y de la caridad, la empleada del hogar que cobra en negro, y cualquiera que viva esclavizado en empleos de mierda tuvieran mucho que perder; no sea que el auge de Vox vaya a acabar con sus «privilegios».
¿Qué aliciente tienen para votar? ¿Qué va a cambiar en sus vidas en función de cómo se configure un parlamento autonómico (o el que sea)? ¿Hay algún partido que vaya a acabar de una vez con los desahucios, a tratar la vivienda como un derecho fundamental y no como objeto de especulación? ¿Alguno que haga pagar al sistema financiero el expolio al que somete a la población y que nos garantice una vida digna? ¿Existe el partido que ponga fin a los privilegios de las multinacionales de la energía y a la explotación laboral?
Ah, sí, ahora me acuerdo de aquellos que prometían «tomar el cielo por asalto», «abrir puertas y ventanas», «reventar el régimen del 78» y «acabar con la casta»… Tic, tac…
Ay, aquellos… Han quedado para sucedáneo modernete del PSOE. Eso sí, en Twitter lo petan.
¿A quién votar, pues, y para qué? ¿Al menos malo? ¿Para detener a la ultraderecha, que, por otra parte, siempre ha estado ahí, de azul o naranja?
Bueno, eso le puede servir a la conciencia de quienes llegan a fin de mes sin sufrir durante la última semana; a la pretendida clase media progre chupiguay; y a quienes, en su ingenuidad, aún creen que desde las instituciones se puede cambiar algo significativo. Yo pertenecía a estos últimos hasta hace muy poco, pero la realidad es tozuda. Un pequeño ejemplo: ¿cuánto hace que no gobierna el PP? ¿Qué pasa con la ley mordaza y con la reforma laboral? ¿Ya no hay desahucios? Pues eso.
Quienes no han visto a un político en su barrio más que en campaña electoral; aquellos para quienes su principal preocupación es mantener a sus hijos bajo techo un invierno más, aunque sea sin poder permitirse el lujo de encender una estufa; quienes rezan para que la vieja furgoneta que constituye su medio de supervivencia no se estropee, porque no podrían asumir la reparación; o quienes lo más que pueden decidir es la parte del cuerpo con que ser explotada, porque de algo hay que comer; para esas personas la fiesta de la democracia es una farsa con que llenar páginas de periódicos y horas de tertulias, cuya consecuencia resultará irrelevante en sus vidas, porque más míseras no pueden ser, y nunca ningún gobierno, de ningún color, ha hecho nada realmente significativo para cortar de raíz las causas que permiten que muchos se arrastren para que unos pocos vivan a lo grande. Es el capitalismo, amigos.
No se puede culpar del auge del fascismo a quienes no votan, ya sea por convicción, porque sólo confían en la acción directa y el apoyo mutuo, en construir desde la inmediatez, o porque han sido invisibilizados por la inhumanidad de un sistema fagocitador.
Ahora nos llevamos las manos a la cabeza y nos preguntamos «cómo puede ser», pero es tan fácil como parar un momento y mirar alrededor; cualquiera tiene en su entorno próximo a quien lo está pasando mal de verdad, a menudo sin que nadie le preste atención, y esos partidos de «izquierdas» menos que nadie.
Al fascismo se le combate, primero de todo, devolviéndole la dignidad a los parias, no mediante la caridad ni el asistencialismo, sino proporcionándoles, proporcionándonos, las herramientas necesarias para construirnos una existencia que merezca la pena vivir.
Yo ya no confío en que las instituciones lo vayan a hacer nunca.