La seriedad con la cuál afrontamos una competencia deportiva hace que la despojemos de su carácter lúdico.
Es decir la cultura no precede al fútbol como competencia deportiva sino que es una consecuencia del mismo.
Hay sociólogos y filósofos que suelen resultarme los mejores autores de libros de fútbol que yo conozca.
Uno de ellos, Julián Marías, estupendo pensador, dice muy bien, sin pensar que esté "hablando de fútbol", que: ... cuando se sabe lo que va a pasar es que no va a pasar nada.
Una definición perfectamente aplicable al fútbol. Cuando la espontaneidad es planificada, lo espontáneo se acaba. Se puede planificar una gambeta? Cuándo y en qué momento hacerla?
Y si al fútbol lográramos hacerlo no espontáneo, como muchos pretenden hacerlo creer, pero no lo logran jamás, entonces sí podríamos decir nosotros, a coro con aquel tratadista de conducción de automóviles en el tránsito urbano: "esta publicación sustituye con ventajas al cerebro humano".
Porque estaríamos asistidos por la posibilidad de reunir -planificada la espontaneidad en todas sus facetas previsibles e imprevisibles- la totalidad de aquellos cambios de opinión que, a razón de catorce veces por cada tres décimas de segundo, es capaz de realizar el hombre y, de hecho, como hombre que es, el hombre que juega al fútbol.
Estaríamos, en ese caso, seguros de viajar desde el centro de nuestra ciudad hasta la más encrucijada barriada callejera, por un camino determinado a priori, planificado, exento de alteraciones hasta ahora imprevisibles por atascamientos de vehículos, clausuras temporarias por accidentes sin hora fija, trabajos de reparación de calles, manifestaciones estudiantiles perseguidas por policías, o presentación de sus cartas credenciales por un diplomático extranjero.
He allí un símil entre jugar al fútbol y viajar en automóvil con la aceptada "regla de juego" de que en un caso nos quiten la pelota que necesitamos para jugar, y en el otro nos bloqueen la calle por donde necesitamos pasar. ¿Solución? ¡Escaparle a la gente! (condición básica para jugar bien al fútbol).
¿Plan para "escaparle a la gente"? Uno solo posible: el del instinto, el de los catorce cambios de opinión en tres décimas de segundo que hace posibles nuestro trillón de neuronas computadoras y sus dos millones de componentes biológicos separados.
Filósofos y sociólogos han tenido y tienen al deporte y al deportista un tanto relegados en la subestimación de aquellas cosas que nos parecen hechas "para jugar".
Pero entiéndase: "para jugar"... en sentido infantil, secundario en importancia a la apasionada conversación que los mayores sostienen mientras "los chicos juegan".
Moraleja: el fútbol es no solo un arte del imprevisto es la verdadera definición de la improvisación.
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