Por María del Valle
La barbarie le volvió a ganar a la civilización cuando, en una porteña madrugada del año 2014, comenzó el desguace de la estatua de Cristóbal Colón enclavada frente a la Casa de Gobierno argentina. Ante la mirada atónita de un grupo de ciudadanos que asistieron al más bochornoso de los espectáculos, el desmonte de Colón se convertiría en el inevitable corolario de un gobierno que, con su implacable accionar, subvirtió la cultura de un país que hasta hace poco tiempo estuvo estrechamente vinculado con Europa, su cultura y su historia. El desarme y posterior traslado de los restos de la estatua de Colón es la metáfora de estos 12 años en los cuales el kirchnerismo ha ido colonizando con sus “infravalores” todas las esferas de la vida social e institucional argentina sumergiéndonos en un mar de mentiras, corrupción, robo, estafas adornado con vientos cada vez más fuerte en contra de las libertades civiles e individuales.
Hipócrita “redentora” de los “pueblos originarios”, renegado personaje de la política vernácula, Cristina Fernández de Kirchner con el desprecio que ostenta por la cultura, la historia y la tradición, cumplió con su mesiánico e indigenista capricho de subvertir una herencia cultural que nos ha identificado por años. Ejecutar una política de gobierno basada en el revisionismo permanente de la historia y los hechos que se sucedieron en ella es como abrir las páginas de un libro donde faltan capítulos…es reescribir la historia contemporánea sesgada por la mirada del prejuicio y el resentimiento que devienen de la incultura, la rusticidad y la tosquedad de quien logró hacerse de una posición pública a fuerza de usura, corrupción y persecuciones.
El kirchnerismo impuso un cambio en el paradigma cultural e institucional; adaptó la realidad y las leyes a sus pretensiones tercermundistas, colectivistas y antiliberales en un país que hace más de 70 años viene naufragando en las aguas del populismo, la demagogia y la pretensión de exhibir unos logros que sólo nos ahogaron en el océano de la ignorancia, del atraso cultural y el subdesarrollo económico.
Demostrar cultura no sólo implica entender que es de salvajes destruir el acervo histórico-cultural para borrar el pasado y por el sádico placer de hacerlo sino que también es ser capaz de distinguir que ese patrimonio forma parte de una historia que no se puede utilizar para confrontar, imponer ideas o gobernar arbitrariamente.
Para evitar el avasallamiento de los ignorantes que desconocen el valor de la cultura y la historia es imprescindible entender que el patrimonio histórico-cultural representa el origen de nuestra individualidad nacional y es un bien público, no de un gobernante. Y lo único que se requiere para ponerle fin al atropello de quienes se creen con derecho a torcer el rumbo de la historia e imponer otras condiciones de vida culturales, políticas y sociales es la actitud de un individuo, cada individuo, que reconozca la gravedad de los hechos y sus consecuencias.
La revolución cultural es el arma más eficaz para forzar nuevos modelos culturales: lo hicieron el comunismo al derrocar a los Zares en Rusia, Mao-tsé Tung en China, el castrismo en Cuba, el chavismo en Venezuela, el kirchnerismo en Argentina y lo está haciendo Podemos en España. La cobardía, la complicidad y la ignorancia son sus propagandistas.