Los bufones en unión a las olas del Cantábrico rugen como fieras al comprimirse en las grietas de los acantilados del concejo de Llanes, en el oriente asturiano, con chorros de agua que pueden alcanzar hasta los 20 metros de altura.
Los bufones, aparte de payasos de las antiguas cortes, son agujeros semejantes a chimeneas que se forman por la disolución de la roca caliza de los acantilados y que, al llenarse con un golpe de mar, resoplan como ballenas, empapando al que se arrima para diversión de quien lo contempla a prudente distancia. Desde Llames (no confundir con Llanes, la capital del concejo) hay que dirigirse a la playa de Guadamía y continuar a pie unos 200 metros por un camino de tierra reservado para vehículos agrícolas que conduce al Bramadoriu de Llames, extenso campo de bufones y altos acantilados que en los días de fuerte marejada, con el mar enfurecido, ofrece un espectáculo tremendo, surtiendo aquí y allá chorros como géiseres de hasta 20 metros, cuyos bufidos se sienten a kilómetros de distancia.
Una playa sin salida al marA 10 kilómetros al este de Pames, en la salida 313 de la A-8, se encuentra la playa de Gulpiyuri, que no está en la orilla, como sería de esperar, sino tierra adentro, en una hondonada circular donde el mar no se deja ver, pero cuyas aguas se filtran a través de las rocas formando una poza cristalina que crece y mengua cuando sube y baja la marea. Dos pueblos más allá está el cementerio de Niembro, uno de los más bellos y extraños camposantos de España, que, al igual que la playa de Gulpiyuri, debe mucho de su encanto y su singularidad a las mareas, pues se halla abrazado por una ría, en una península que se agranda y se reduce cuando bajan y suben las aguas, lo que le da un aire romántico y cambiante de barco fantasma.
Fabada y pitu de caleyaLa capital del concejo, Llanes, conserva un casco antiguo de calles bien empedradas que huelen a sidra y a salitre, acurrucadas junto a la basílica gótica de Santa María, cuya construcción finalizó en 1480. Allí siguen en pie 300 metros de muralla medieval y, detrás del Ateneo modernista, un torreón que se usa como oficina de turismo. Dos lugares a los que gusta asomarse son el paseo marítimo de San Pedro, de césped, que discurre por el borde de los acantilados, y el espigón del puerto, cuyos bloques de hormigón lucen flores y otros alegres motivos pintados por Agustín Ibarrola: 'Los cubos de la memoria', se titula la obra. Para comer, ningún restaurante mejor que El Retiro, donde se hacen platos imaginativos y coloridos junto a otros de toda la vida, como la fabada asturiana o el pitu de caleya (pollo de corral) guisado. Y para dormir, dos de los hoteles rurales con más encanto de España: El Habana y La Posada de Babel.
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