










En Baviera, región sureña de Alemania, se encuentra el Palacio de Nimphenburg. Mandado construir en estilo barroco en 1664 por el entonces duque de Baviera, además príncipe elector del Sacro Imperio Romano Germánico, Fernando de Wittelsbach. Cuando estos príncipes se convirtieron en reyes de Baviera, Luis I (1786-1868), monarca desde 1825 hasta 1848, disfrutó ya de sus grandes salones y holgadas bellezas. Educado desde muy joven en las Bellas Artes, a Luis I de Baviera no se le ocurrió mejor idea que crear en su Palacio un salón sólo para elogiarla. Encargó al pintor alemán Karl Josef Stieler (1800-1882) retratar a las más celebradas y más bellas mujeres del mundo. El salón entonces acabó llamándose la Galería de las Bellezas, y enmarcó a mujeres de toda europa y de todas las clases sociales, algo ésto último especialmente curioso para el momento, primera mitad del siglo XIX.
Es cierto que las ideas revolucionarias habían marcado en los nobles ilustrados de la época un avance importante, pero, colocar al lado de altas damas de la aristocracia a cortesanas o plebeyas sin nombre alguno, fue también una osadía sólo justificada por una gran ensalzación de la belleza en unos años extraordinariamente románticos. El mejor representante poético de entonces fue el alemán Heinrich Heine (1797-1856), que marcó el más alto encumbramiento romántico de la literatura lírica alemana y, a la vez, acabó con ella tratando de superarla, ya fuese con un lenguaje más sencillo, realista o conciso. Así, en 1823, escribe su obra Intermezzo, de la cual éstos son parte de sus versos:
¿Acaso ya has olvidadoQue fue mío en otro tiempo Tu pequeño corazón?
Tan bello y falso, que nada
Ni más falso ni más bello
Nunca en el mundo existió.
¿Acaso ya has olvidado
Cuando a la par mi existencia
Minaban pena y amor?
No sé decir si más grande
Era el amor o la pena;
Sé que eran grandes los dos.Cuando el pintor Stieler confeccionó su especial obra pictórica para Luis I, decidió retratar a una bella joven que por entonces se hacía llamar "la señora Heine", aunque su verdadero nombre fuese Ana Kaula, una belleza entonces de rasgos algo semíticos y un maravilloso cabello oscuro. También otra hermosa joven retratada fue Amalia de Shintling, hija de un capitán del ejército bávaro. Su rostro adornado de joyas deslumbra aún más el suave y maravilloso encanto de su belleza. Una de las mujeres más plebeyas retratadas por el pintor Stieler, y expuestas en la Galería de Bellezas del rey Luis I de Baviera, fue la hija de un zapatero de Munich, Elena Sedlmayer. Al parecer esta hermosa joven acabó uniéndose en matrimonio con un sirviente del propio palacio bávaro. Otra curiosa mujer, retratada por el mismo pintor para tan monográfica galería, fue Jane Digby, aristócrata inglesa por matrimonio. Realmente hizo de este contrato social uno de sus motivos personales para tener una vida elevada y apasionante. La bella archiduquesa Sofía de Baviera es otra de las más altas y bellas mujeres retratadas para Luis I y su Galería.Sin embargo, hay una mujer que estuvo expuesta en esa galería de bellezas, además de por ser una exótica y estimulante belleza, por llegar a ser la amante del propio rey Luis I. Lola Montez (1821-1861) fue una inglesa-irlandesa que tuvo una vida corta, intensa, demoledora, apasionada, luchadora y malograda. De unos rasgos mediterráneos, posiblemente por la herencia lejana algo hispana -al parecer- de su madre, acabó casándose para huir con un teniente inglés del que terminó separándose. Huyendo siempre, llegó a Europa central, a Munich, para presentar un espectáculo en donde bailaba y seducía con sus encantos nada ocultos. Rechazada por una burguesía conservadora, no dudó en dirigirse al propio Luis de Baviera, al cual poco le bastó para ofrecerle lo que quisiera. Tanto le pidió que hasta el título de condesa que le concedió y una revolución sobrevenida en 1848, terminaron con su trono y su corona. El rey marchó a París, y Lola no volvió a verle nunca más. Tuvo ella que marcharse a los EEUU y allí, desconocida y un poco más ajada, sólo pudo sobrevivir escribiendo su vida y uniéndose a algún hombre capaz de mantenerla. Acabó sus días en la más absoluta de las pobrezas y orfandad. Todo un paradigma de aquel romanticismo decadente, o de aquella Galería de Bellezas, que, o destruida por las guerras o expoliada por los desaprensivos, el caso es que desapareció lentamente, olvidada casi, como aquella emoción de Heine, que minaba pena y amor. (Óleo del pintor Karl Joseph Stieler, Lola Montez, 1847, Palacio de Nimphenburg; Cuadro Luis I de Baviera, 1826, de Karl J. Stieler, Munich; Retrato de Ana Kaula, Stieler, 1829; Retrato de Elena Sedlmayer, Stieler, 1831; Retrato de Amalia de Shintling, 1831, Stieler; Retrato de Jane Digby, 1831, Stieler; Cuadro de la Archiduquesa Sofía de Baviera, 1832, Stieler; Óleo del pintor judio-alemán Moritz Oppenheim, Heinrich Heine, 1831; Fotografía de Lola Montez, 1851; Fotografía del pintor Karl Joseph Stiener, 1857; Óleo del pintor italiano Canaletto, Palacio de Nimphenburg, 1761.)
