Revista Arte
La decadencia del espíritu, de sus héroes y de su historia; o el paso -romántico- del auge a la caída.
Por ArtepoesiaEn 1838 el buque británico HMS Temeraire fue remolcado por una, en ese momento innovadora, embarcación de vapor, hacia un dique seco para su total y completo desguace. Este barco británico fue un navío de guerra de tres palos que llegó a intervenir en la famosa batalla de Trafalgar en 1805. Entonces, junto a su escuadra de navíos ingleses, era la máquina más perfecta y ágil para surcar los mares y conseguir, en éstos, la hegemonía y la victoria. Su arboladura de velas cuadras, con las que navegaban, también veloces entonces, a través de los mares, configuraban una estética marinera de grandiosidad, éxito, gloria y romanticismo.
Pero, todo acaba sumido en sus propias e inevitables decadencias. De este modo lo retrata el gran pintor William Turner en 1838, cuando él mismo lo presenció en su último derrotero desde la desembocadura del Támesis hasta su lugar de destrucción y finitud. Es todo un símbolo lo que el creador romántico inglés presenta en este cuadro. El final de una época, de un momento histórico, pero también de una tecnología, de un cambio entre el mundo propulsado por el viento y las fuerzas de las ágiles y dirigidas velas que el hombre desarrollara a lo largo de muchos siglos, y el del nuevo invento del vapor y su aplicación en las naves que ayudaron a ese mismo hombre a descubrir, dominar y conquistar medio mundo.
El historiador británico Arnold Toynbee creó a principios del siglo XX una teoría que trataba de explicar la caida de las civilizaciones, de sus imperios. La Némesis de la Creatividad planteaba, muy simplificadamente, que los retos que tienen que abordar los hombres -los pocos- que lideran una civilización en un momento determinado de su auge, al alcanzar conquistarlos, éstos mismos hombres provocan una autosatisfacción en esa civilización que representan, lo cual hace ésto muy peligroso, a su vez, para la misma. Es el caso que, los siguientes retos que surgen en estas sociedades organizadas, no son resueltos o respondidos por esos mismos hombres de antes, ya que éstos han sucumbido a su propia autosuficiencia. Y esto es así porque el movimiento de flujo y reflujo, propio de esas minorías de seres líderes de civilizaciones, crea una fuerza espiritual que ya no está disponible para sus sucesores, careciendo, estos nuevos líderes, de esa creatividad impulsadora de entonces.
Cuando el rey Fernando el Católico necesitó ejercitar su influencia en la Italia renacentista de principios del siglo XVI, envió a su general Gonzalo Fernández de Córdoba a luchar contra las fuerzas francesas que, por entonces, también deseaban imponer sus poderosas razones en el suelo itálico y estratégico de Nápoles. En la decisiva batalla de Cerignola, en abril de 1503, se enfrentaron dos poderosos ejércitos, el francés y el español. Éste bastante más inferior en números de soldados y, sobre todo, de caballería y de artillería. Pero el genio de Gonzalo Fernández fue determinante para conseguir la victoria. Gracias a ella el gran reino que años antes se acababa de configurar, Castilla y Aragón -España-, pudo establecer las bases de un inmenso y poderoso imperio que duraría por más de trescientos años casi.
Es el crepúsculo de las cosas, que en la historiografía además ha sido motivo de teorías defensoras de ciclos determinantes o simplemente -como Toynbee-, de elementos demasiado humanos para ser desligados de los procesos ingentes de una inevitable y necesaria realidad. Los grandes imperios, como los grandes discursos, religiones, teorías o tendencias de la Humanidad han sido superados siempre por sus contradicciones y sus inerciales procesos, indescifrables casi siempre. Es la curiosa tendencia a la evolución desintegradora, establecida, a la postre, gracias a los grandiosos motivos inspiradores de sus creadores. Pero, es la única forma de desarrollo que la Historia nos enseña, la que hace que las cosas parezcan que tienen algún sentido. Y que, además, las vidas destinadas a sostenerlo, entonces, sólo fueron una excusa en la ingrata, desalentadora y fascinante historia de los que así, antes que nosotros, lograron justificarla. Todo, sin embargo, un necesario homenaje a sus decisivas y heroicas vidas.
(Cuadro del pintor inglés Joseph William Turner, El Temeraire remolcado a dique seco, 1838, National Gallery de Londres; Óleo del pintor español Federico de Madrazo, El Gran Capitán en el campo de batalla de Ceriñola, 1835; Grabado de una ilustración del artista norteamericano Gilbert Gaul, 1855, 1919, Batalla en Santiago de Cuba, 1898, en donde el simbólico ya imperio español acabó definitivamente para la Historia; Cuadro de la pintora actual argentina Cyntiamilli Santillan, Crepúscular.)
Sus últimos artículos
-
El Arte es como la Alquimia: sorprendente, bello, desenvuelto, equilibrado, preciso y feliz.
-
La orfandad interconectada de un mundo desvalido tuvo ya su némesis cien años antes.
-
El amor, como el Arte, es una hipóstasis maravillosa, es la evidencia subjetiva y profunda de ver las cosas invisibles...
-
El centro del mundo es la representación ritual de un orden sagrado, el Arte, cuya expresión sensible es la creación del hombre.