Revista Opinión

La democracia cangrejo

Publicado el 03 abril 2017 por Jcromero

Comprendo a quienes piensan que esta democracia es un instrumento al servicio del poder económico, que cuenta con la colaboración del poder político y el beneplácito, por incomparecencia, del sector indolente de la sociedad. ¿Está en peligro la democracia? La respuesta sería positiva si se considera el descrédito de la política, la inoperancia de sus gestores y la indifercia ciudadana respecto a su funcionamiento. Lo que parece evidente es que esta democracia no responde al concepto clásico del término que pretendía el beneficio de la mayoría. Cuando se desmantela lo público y los mercados tienen más poder que los electores, cuando el gobierno controla a la prensa y cuando parte de la ciudadanía renuncia a exigir responsabilidades, ante decisiones que afectan a sus derechos ciudadanos, le podemos llamar democracia, pero...

El sistema que tenemos es una fuente inagotable de decepción y desafecto, donde prolifera la corrupción y el desacuerdo, la intransigencia y la incapacidad, el autobombo y la indecencia. Somos testigos de una prolongada regresión democrática. La crisis económica, la desconfianza ciudadana con los partidos políticos, la corrupción que no cesa, el aumento de personas en situación de riesgo y una justicia en ocasiones tan inexplicable como injusta, están entre las causas del deterioro de este sistema. Y sin embargo, sería un error sucumbir a los encantos de la antipolítica. Quienes estamos convencidos de la superioridad de la democracia sobre cualquier otra forma de gobierno, estamos obligados a denunciar sus carencias y exigir, a quienes dicen representarnos, que no nos lleven a la pérdida de libertades y derechos, a la subordinación de la política a intereses bastardos o a un desafecto que sólo beneficia a opciones egoístas, xenófobas y miserables.

La democracia es un camino que debemos transitar sorteando peligros como el que representan los malos gobernantes, los intereses económicos y las manipulaciones del poder, pero si está en peligro, es por nuestra indolencia y por la ineficacia de quienes dicen representarnos. Sabemos que gobiernos y partidos políticos piensan más en los votos y en conservar o alcanzar el poder, que en nuestras necesidades; que la tendencia actual consiste en amedrentar para restar compromiso. Sabemos, también, que nuestra inacción es el triunfo que persiguen quienes pervierten el significado y la esencia de la democracia. Es cierto que nuestra capacidad individual de actuación es reducida, prácticamente testimonial. Pero, para nuestros propios intereses, tan nociva resulta una actitud pasiva como actuar de comparsa o hooligan en los rifirrafes que políticos y medios ofrecen para mantenernos entretenidos y despreocupados. Por ello, si la pretensión del poder consiste en fomentar una sociedad de electores fácilmente maleables, habría que responder con el fortalecimiento de una sociedad de ciudadanos interesados en lo que hacen quienes gobiernan, una sociedad intolerante con la corrupción, reivindicativa ante los abusos de los poderosos y exigente ante los incumplimientos y la mala gestión política.

Puede que muchos de los problemas de esta democracia vengan de cuna; esta es una democracia otorgada, no una conquista de sus ciudadanos. Aquí se dejó morir en el poder al dictador y aún hoy, cuarenta años después, se encarcela por unos tuits dedicados a cierto almirante y presidente del Gobierno de aquella dictadura. Esta democracia necesita un reseteo, un proceso de democratización; la clase política y la ciudadanía deberían recapacitar para no dar pasos hacia atrás como los cangrejos. Si esta democracia la hubiera conquistado el pueblo, probablemente no toleraría que miles de españoles continúen enterrados en las cunetas ni toleraría una legislación que permite la merma de derechos y sentencias condenatorias por una parodia, un chiste o una canción.

Es lunes, escucho a Geri Allen, Esperanza Spalding y Terri Lyne Carrington:

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