La democracia y la política tienen que ir más allá de permitir opinar y votar; los demócratas más allá de acompasar sus respuestas a las correspondientes arengas y eslóganes. Como ciudadanos no deberíamos aceptar el filibusterismo informativo y la palabrería de quienes reducen la política al sempiterno rifirrafe partidista, a quienes confunden politiquería con política. Cuando ante las circunstancias más difíciles no se atisba un poco de empatía ni búsqueda colectiva del bien común, qué se puede esperar de la denominada política nacional.
Asumiendo el peligro de escribir sobre lo que critico, expreso la convicción de que la irrupción de la extrema derecha resulta menos inquietante que la radicalización de un amplio sector de la sociedad, del partido conservador mayoritario y de importantes medios de comunicación. Tanta provocación, tanta reyerta estéril y bobalicona solo conduce al desafecto, a la estupidez colectiva. Ante el espectáculo diario, cabe preguntarse si la extrema derecha y quienes le prestan apoyo apuestan por la demolición de la democracia. No hay que ser una persona muy observadora para constatar la presencia de opciones políticas, de personajes de la política y de medios de comunicación que tienen como objetivo fastidiar, destruir, sembrar o alimentar rencillas y odios. Están ofuscado con el poder, con esa parcela de poder que consideran les pertenece. Apuestan por el desconcierto y la confusión cuando ellos o los suyos no lo ocupan. No les importa la degradación de la democracia ni forjar una sociedad airada. Intuyen que tanto exabrupto terminará por generar indiferencia y, con el hastío electoral de muchos, obtener en mayoría en las urnas.
En todo caso, ¿cabe esperar otra actitud de la extrema derecha y sus secuaces? Si la política consiste en propiciar condiciones de vida dignas y justas para la ciudadanía, como sociedad nos tendríamos que preguntar qué hacen quienes se dedican a ella para conseguir dicho propósito.
Tal vez porque pensar sea un antídoto contra la desidia y sumisión, es por lo que proliferan esos espectáculos que buscan la gresca, el minuto de gloria o las adhesiones en vez de la complicidad razonada. Están convencidos que todo engañado a gusto lleva dentro de sí un fanático. Por ello se dedican a generar adeptos intransigentes, seguidores exaltados e intolerantes con quienes son distintos, piensan diferente o tienen otra forma de entender y vivir la vida.
Así las cosas, la democracia, que surgió como respuesta a diferentes sistemas despóticos -monarquías, oligarquías o tiranías- está en peligro zarandeada por representaciones chuscas, incertidumbres y manipulaciones. Sin ciudadanos críticos y capaces de pensar por sí mismos, la democracia corre el riesgo de transformarse en una pantomima.