Revista Opinión

La democracia somos nosotros

Publicado el 18 abril 2016 por Jcromero

En estos días, cuando las expectativas de los ciudadanos fluctúan entre la duda, la indiferencia y el agotamiento, la respuesta de los políticos induce a la abstención. Mal asunto cuando no se atisba empeño que merezca la pena o se intuye un hartazgo de mantras absurdos y de sucedáneos doctrinales inyectados directamente en vena. Fatiga observar al narciso de turno mirándose el ombligo, produce bochorno mantener al presidente actual y desaliento tanta incapacidad para el diálogo y el pacto.

Solo una sociedad vencida puede soportar indiferente, el despertarse cada día con un nuevo escándalo de corrupción. Sólo una sociedad derrotada puede admitir tanta desvergüenza. La democracia para ser democrática tiene que ir un paso más allá de permitir opinar, votar y acompasar sus pasos al sonido de ese tam-tam, reiterativo y monocorde que conforme repite arengas y eslóganes, produce una excitación más robótica que racional. Para dejar de danzar al son que nos tocan se precisa un sistema educativo que en vez de apostar por la cualificación laboral, que también, priorice la formación de la persona. Pero ya se sabe que determinados gobiernos temen que la gente tenga voz y al sistema le asusta que la sociedad tome conciencia. Para dejar de danzar al ritmo macabro que nos tocan es preciso estar formados, verazmente informados y tener la capacidad de procesar los datos que nos suministran para, llegado el caso, crear una coraza de indiferencia ante la demagogia o un repelente contra el filibusterismo informativo y la palabrería de quienes reducen la política a mercadotecnia partidaria.

Ahora nos preparan para otro periodo de debates electorales -si es que los hay-, promesas fantásticas y programas cargados de palabras amables y buenas intenciones. Luego publicarán algún informe secreto, por ejemplo del FMI, o los déficits ocultos para que todo quede reducido a "un quiero pero no puedo" o continuar con el tocomocho de la herencia recibida. Todo está dispuesto para que se nos vuelvan a colar hasta en la sopa esa caterva de personajes previsibles que en cada convocatoria reclaman nuestro voto. Cansa solo de pensarlo. Con distintas palabras y hechos, todo nos están diciendo que no hay otra solución que unas nuevas elecciones; que ellos desean un entendimiento pero que son los otros quienes lo impiden. Sin embargo, es fácil intuir que el principal escollo para el acuerdo, aunque fuera de mínimos, estriba en el cálculo de los beneficios o perjuicios de cada partido. La emergencia social y el interés ciudadano quedan relegados.

Saturado de tanto discurso solemne, el ciudadano, que ya no sabe lo que piensan realmente quienes gobiernan ni quienes aspiran a gobernar, tiende a dar por sentado el desplazamiento de la verdad por la mentira y a grabar, como realidad incontestable, que quienes están arriba y los aspirantes ya no distinguen la realidad de la ficción. Observando cómo actúan nuestros representantes, cabe preguntarse si lo que desean es que nos encomendemos a sus señorías como si fueran nuestros salvadores.

La democracia tiene sus riesgos, lo sabemos; no entender que la democracia somos nosotros, que nuestros salvadores somos todos, es uno de ellos.

Es lunes, escucho a Roberto Magris:

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