Entre todas las categorías posibles y existentes se ha elegido el término “pareja” para hablar de amor, sin embargo la elección de este concepto resulta un grave error en este marco.
Si por “pareja” entendemos cierta paridad, es decir; una relación de pares en la que prima la igualdad o semejanza, entonces nada más alejado del amor.
Cientos de cuentos, películas, novelas, poemas y canciones expresan con total claridad alguna mención relativa a los vínculos amorosos haciendo especial hincapié en diversos aspectos que podemos resumir en dos grandes grupos; por un lado aquellos referidos al enamoramiento, y por el otro; al desamor y la desilusión.
Ahora bien, ¿Qué papel juega el amor en esta bipolaridad? ¿Dónde se ubica en relación al enamoramiento y a la desilusión?. Para poder responder a estas preguntas resulta necesario explicar qué es el enamoramiento y de qué se trata este desamor o desilusión, para luego poder arribar a la cuestión del amor.
La ilusión
En un primer momento en que se desarrolla un vínculo amoroso los protagonistas de esta relación interactúan entre sí de un modo característico y diferenciado del verdadero amor.
En esta primera etapa cada cual piensa en el otro desde un costado idealizado al punto que termina por engrandecer la figura del otro. Es allí cuando alguien puede escuchar de su amiga, incluso las primeras semanas de noviazgo la frase estrella que habla de esta fascinación: “¡no puede ser tan perfecto!”.
Como podemos apreciar el otro se eleva al pedestal de la perfección, se lo sobrevalora y sobrestima, comenzando a forjarse la gran ilusión de que el partenaire viene a completarnos, de que sólo él y nada más que él es esa media naranja que estábamos buscando.
La promesa “te voy a amar por siempre” suele emitirse reiteradamente en este punto ya que el mito de la eternidad se instala para desmentir la posibilidad de agotarse esa luna de miel tan perfecta y tan especial.
A la par que se da por sobrentendido la historia de la pareja las características personales del otro pasan a un segundo plano, de ahí que las diferencias no tienen su espacio y si se expresan, se las desmienten. Tanto el presente como el pasado se dan por conocidos, es por eso que estamos acostumbrados a escuchar; “es como si lo conociera de toda la vida”.
Aquí “pareja” cobra importancia en términos imaginarios o fantasiosos ya que tanto uno como otro sostienen que la otra parte del vínculo les pertenece, que ambos conforman una misma totalidad completa en sí misma, postergando ante la fusión la relación de a dos.
Ejemplos de esta etapa podemos encontrar en la mayoría de las canciones de amor, salvo cuando en ellas se le canta al desamor.
No todo lo que brilla es oro:
Ocurre que la etapa de sobreestimación no puede ser otra cosa que perecedera ya que llega un momento en que comienza a desarmarse la imagen ideal del otro y empiezan a salir a luz las imperfecciones, de allí la gran sentencia: “Nunca me escuchas cuando te hablo” o su aliada; “Yo no te importo más”, frases que demuestran la no correspondencia entre una y otra parte de la naranja.
Si nos remitimos a las películas ninguna mejor que “500 días con ella”, film dirigido por Marc Webb, para representarnos esta desilusión. En ella se muestra con total crudeza cómo un joven que veía en la mujer con la que se relacionaba el modelo de la perfección, comienza a reconocer pequeños detalles que empiezan a perturbarlo, y entre ellos se encuentran incluso aquellos aspectos que antes hipervalorizaba. El personaje hace un recorrido mental por todas las situaciones que hasta entonces habían vivido juntos y le sorprende que aquellos momentos que más felizmente recordaba, tenían ahora un sabor a amargo.
Al toparnos con esas diferencias que denotan la existencia de un otro separado a nosotros, con sus características personales, emerge entonces la angustia y con ella la desilusión y el odio por lo que el otro no completa, o no puede completar.
Es en este punto cuando el partenaire cae del pedestal y se lo degrada, haciendo su puesta en escena una avalancha de peleas, discusiones y desencuentros.
Si antes soñábamos con casarnos durante los primeros meses, ahora, después del año y medio aproximadamente, surge el anhelo de que el otro desaparezca para que cese este dolor.
Ni el momento de la idealización extrema, al que denominamos “enamoramiento” o mejor dicho “miento-en- a- amor”, ni el momento en que cae esa sobrevaloración, tienen algo que ver con el amor puro o verdadero.
¿Cuál es el lugar del amor entonces?
Sólo podemos hablar de amor si se ha superado la etapa de la desilusión, lo cual no quiere decir negar la diferencia, sino muy por el contrario, reconocer las cualidades diversas que el otro tiene, poder aceptarlas e incluso convivir con ellas.
En una pareja entonces no hay nada parejo, sino que lo que se construye es un estar juntos que nunca es ser uno, se trata de un vínculo en el que dos personas pueden encontrarse aunque haya un desencuentro de deseos personales.
Para poder amar primero hay que enamorarse y después superar el desenamoramiento, tal como lo anunciaba el famoso tango argentino Naranjo en Flor: “Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento… ”.
Amar significa entonces lidiar con el hecho de que somos seres en los que la falta es una constante y que no existe nadie ni nada que nos colme completamente como para dejar de desear. Es gracias a esa imposibilidad de que el otro nos de todo, que podemos seguir deseando y deseando- lo.
Sin embargo, podemos aventurarnos a pensar que existen actualmente un gran número de divorcios y separaciones debido a que las personas, a demás de contar con esta falta estructural, al vivir en un mundo capitalista en que se propicia el tiempo de la inmediatez y la demanda permanente, no han desarrollado su capacidad de espera así como no logran afrontar la frustración que implica el no- todo- posible, es decir; poder desmentir la ilusión de la eternidad y plenitud y aceptar sus consecuencias.
Por lo tanto, ¿dónde está la clave del éxito? Si bien en el amor no hay garantía alguna, para alcanzar una relación amorosa que perdure en el tiempo es necesario dar lugar a un intervalo entre el yo y el yo del otro, jugar con un equilibrio entre la presencia y la ausencia, así como no sólo reconocer las diferencias, sino también aceptarlas y poder convivir con ellas. Sólo recién allí podremos aventurarnos a pensar en una relación duradera, muy similar a la que se prometen los adolescentes.