Introducción
El ideal platónico del "filósofo rey" no es solo una teoría política, sino la manifestación arquetípica de una sociedad que aún vivía bajo el amparo de un relato sagrado. En la visión de Platón, el gobernante es un mediador entre el mundo de las ideas y la realidad terrenal, una figura que mantiene la conexión de la comunidad con sus mitos fundacionales de verdad y justicia. Desde una perspectiva junguiana, la historia es la crónica de una creciente desacralización, donde la psique colectiva, al perder sus mitos, se escinde de su propia fuente de sentido. Esta pérdida se proyecta en la realidad como una profunda decadencia social y política.
Del Ritual al Negocio: La Pérdida del Mito
En la Antigüedad tardía y la Edad Media, el arquetipo del gobernante, aunque imperfecto, mantenía una conexión con el relato sagrado. El rey no era solo un líder político, sino una figura casi ritual, cuyo poder se legitimaba a través de narrativas divinas y ceremonias que ligaban la vida social a un orden cósmico. El espíritu de la época estaba imbuido de significado trascendente.
Pero el Renacimiento trajo la ruptura. El pragmatismo de Maquiavelo despojó al poder de su velo mítico. La política dejó de ser un ritual sagrado para convertirse en un negocio de voluntades y astucias. El gobernante ya no se apoyaba en el mito para justificar su autoridad, sino en la fuerza. El colectivo, al perder la fe en sus narrativas más profundas, proyectó en sus líderes la imagen de un poder sin alma, una figura que ya no mediaba con lo trascendente, sino que manipulaba lo inmanente.
La Sociedad Sin Rituales: Un Teatro de Sombras
Si observamos el mundo contemporáneo, la desacralización es casi total. La política se ha convertido en una esfera puramente funcional, sin conexión alguna con relatos heroicos o arquetípicos. En lugar de mitos, tenemos encuestas de opinión y algoritmos. La figura del líder, despojada de su dimensión sagrada, es un simple producto de marketing. La sociedad, al perder su brújula mítica, se vuelve una colección de individuos sin un relato unificador. La política es entonces el teatro de la sombra colectiva, donde la avaricia y el deseo de poder se manifiestan sin la contención de un ideal superior.
La visión de Platón, lejos de ser una simple fantasía, nos obliga a confrontar la herida de una psique colectiva que ha perdido su alma. Nos muestra que la decadencia social no es un accidente, sino el inevitable resultado de una sociedad que ha olvidado sus mitos, y con ellos, la sabiduría interior que los sustenta.
