Revista Opinión

La descalificación, el ministro y el académico

Publicado el 04 abril 2016 por Jcromero

En la escuela nos recomendaban contar hasta tres antes de responder. También, una serie de pautas para la exposición escrita que consistían en mirar, ver más allá de lo otros pudieran observar, indagar, buscar información y luego procesarlo todo, elaborar un guion y escribir; leer y releer para matizar, concretar y corregir.

Se trataba de pensar antes de hablar o escribir. Expresarse bien, siempre es recomendable; preferible hacerlo con sensatez aunque sea balbuciendo. Académicos y políticos, entre otros, deberían cuidar sus declaraciones públicas, pensar unos segundos antes de hablar aunque solo sea para evitar que se les escapen sus miserias y para no contribuir a reducir el valor de la palabra ni a propagar el desafecto.

Se afirma que la democracia se fundamenta en la persuasión, en convencer a los electores para que voten a una determinada opción política, en hacer ver que un candidato es el más idóneo para ejercer las funciones de alcalde o presidente. En este ejercicio de persuasión tiene cabida la provocación, la ironía o el sarcasmo pero, con demasiada frecuencia, emerge la descalificación política y el insulto personal en busca del aplauso de los incondicionales o de las letras más gruesas de los titulares.

La política se ha convertido -igual siempre fue así- en una movilización entusiasta, a ratos grotesca y a veces patética, donde proliferan discursos, declaraciones, réplicas, contrarréplicas e insultos, demasiados insultos. En realidad, el improperio supone un desprecio a los ciudadanos y un reconocimiento de incapacidad por parte de quien lo profiere. Quien insulta entiende que los ciudadanos carecen de capacidad suficiente para analizar los comportamientos políticos y sacar las consecuencias electorales oportunas, pero también manifiesta su propia incapacidad para atraer a los electores con argumentos y discursos atractivos y sugerentes. Aunque suele afirmarse que la descalificación es un recurso que utiliza el mediocre, también podría ser observado como una especie de ejercicio de compensación utilizado por quienes son conscientes de haber sido encumbrados de manera inmerecida.

En política y alrededores abundan quienes mariposean por encima del bien y del mal, de lo divino y lo humano; son personajes con tribuna, columna y micrófonos que creen levitar por encima nuestra en virtud de una supuesta superioridad. Aunque lo disimulen, son conscientes de sus limitaciones y, tal vez por ello, nos tratan como si fuéramos unos ignorantes fáciles de manipular. ¡Menos mal que están ellos para sacudirnos de la modorra y relatarnos las cosas tal y como son! Pero, ¿a quién responsabilizamos de los insultos? Por supuesto a quienes los utilizan, pero también a los medios que los difunden como si fueran la quinta esencia del discurso político. a quienes los aplauden o a quienes nos hacemos eco de ellos aunque sea con el propósito de convertirlos en bumerán que impacte sobre quienes los lanzaron.

En los últimos días un y un académico han dado testimonio de su talla intelectual. Uno vuelve al todo es ETA con la intención de desacreditar a una opción política y el otro, académico de la lengua, se despacha a gusto con descalificaciones que nadan entre la misoginia y la simpleza aunque acierte al afirmar que " actualmente existe un franquismo simpático, disimulado de democracia". Le faltó concluir que él actúa como un buen representante de ese franquismo disimulado.

Es lunes, escucho a Ehud Asherie:

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