Revista América Latina
La correcta alimentación es esencial para tener una vida digna, e imprescindible para nuestra realización como seres humanos. El alimento es importante no sólo para la supervivencia física, sino también para el pleno desarrollo de las capacidades físicas y mentales. Los niños que sufren desnutrición crónica (deficiencia de talla para la edad) durante los primeros tres años de vida tienen un menor crecimiento físico y mental, con cuerpos más chicos y cerebros notoriamente más pequeños y menores conexiones neuronales. Los dos niños de arriba viven en una aldea del municipio de Sibinal, en departamento de San Marcos de Guatemala, en la fontera con México. Tienen 8 y 10 años, y una altura y un cuerpecito de un niño de cuatro. Esta es la imagen más clara de la desnutrición crónica. Y esta desnutrición supone un lastre vitalicio, ya que ese retardo físico y mental no se puede recuperar posteriormente, por mucho que se coma bien luego. No tiene vuelta atrás. Esto hará que los desnutridos crónicos posean habilidades motoras y mentales limitadas, que sean menos fuertes e inteligentes, menos innovadores y despiertos, menos graciosos, menos poetas y, en definitiva, menos personas. Y no sólo eso, si no que tendrán menos posibilidades de tener trabajos mejores y más oportunidades para salir del círculo de la miseria y el hambre en que viven: son más débiles y menos innovadores, y por tanto se llevarán los peores trabajos y los menos cualificados. Recientes estudios de largo alcance en Guatemala muestran que los niños que sufren desnutrición crónica en la infancia consiguen luego peores empleos y ganan menos dinero que quienes no han sufrido desnutrición. Por tanto, este tipo de hambre no mata como la desnutrición aguda severa (recordar niños con la piel en los huesos y las barrigas hinchadas), pero deja secuelas de por vida y condena a los que la sufren a una vida de miseria, más hambre y más pobreza. La desnutrición crónica representa el 90% de los hambrientos del mundo..."sólamente". Actualmente, somos 925 millones. Demasiadas cadenas perpetuas para tantos niños y tan pequeños.