Tristeza y Alegría, protagonistas de "Del Revés" una película que, desde mi punto de vista, es de las que mejor ha explicado de qué va esto de la vida y de los sentimientos.
Solemos pensar que la vida nos debe algo. Cuando sufrimos grandes desgracias, cuando hemos llorado ríos de penas, dolor, soledad, miedo, cuando todo lo que nos rodea es de una negritud absoluta y conseguimos asomar la cabecita hacia la luz del sol, creemos que ya hemos pagado el peaje para ser felices y disfrutar de la vida. Entonces nos sentimos intocables porque, total, lo peor ya nos ha pasado y ahora todo será bonito y tendrá un color especial. Porque la vida nos lo debe…
Y la vida no nos debe nada, nunca. La vida es maravillosa, es lo más preciado que tenemos, pero habría que meterse en la cabeza de una vez que lo es con sus luces y sus sombras, con el amor y el desamor, la fortuna y la mala suerte, la salud y la enfermedad, la vida en estado puro y la muerte… Todo ello es la VIDA así, con mayúsculas, y lo único que cambia es la actitud con la que afrontamos cada cambio, cada nuevo revés o cada situación que nos lleve al límite. Y hablo de cuestiones fatales y de momentos de felicidad infinita. Nada es eterno y eso es la vida. Cada momento, cada segundo, es lo que cuenta, la vida no tiene un cuaderno de debes y haberes suspendido en una balanza. Y cuanto antes aprendamos esto, mejor para nosotros mismos, para exprimir las experiencias al máximo y disfrutar de lo bueno y saber (pero de verdad, sin mentirnos a nosotros mismos) que lo malo pasará, de una manera u otra, para bien o para peor, pero esa es otra característica de la existencia: todo evoluciona, nada es permanente, ni siquiera nosotros mismos sobre la tierra.
Uno de los peores momentos de mi vida, repetido durante meses, pero con la fuerza de la novedad, fue cuando me partieron la vida en dos con unas pocas palabras pronunciadas por una doctora embarazadísima que no hacía más que tocarse la barriga mientras nos daba la peor sentencia posible. Recuerdo salir del hospital y quedarme cegada con un sol de octubre inaudito (antes los inviernos no eran como ahora) y observar el movimiento cotidiano que se producía al traspasar las puertas del hospital. Y me enfadé hasta el infinito, me dieron unas ganas tremendas de gritar y de decirle a todo el mundo que parasen, que eso no estaba bien, que la vida no podía continuar como si nada. Algo no cuadraba, no podía ser que todo mi ser se hubiera hundido y el mundo siguiera girando como si nada.
Recuerdo comentarlo en las visitas, tan asiduas durante años, a la unidad de la enfermedad de mi marido y hablar con la psicóloga que nos ayudaba. Ella me dio dos claves importantes: No se puede preguntar por qué a mí o por qué si yo he sido siempre bueno o por qué la vida me hace esto. Porque si el destino o el azar pudieran responder dirían: ¿y por qué no a ti? ¿por qué a ese padre con dos niños sí y a ti no? ¿por qué te crees tan especial? La enfermedad, por desgracia, forma parte de nuestro paso por el mundo y es una lotería al revés, al que le toca está jodido. Pero no hay una justicia divina ni es real una percepción judeocristiana de que al que es bueno no le puede pasar nada.
La otra apreciación que me hizo la psicóloga es la que os acabo de contar: la vida no te debe nada. No eres más especial por haber sufrido, no eres un héroe o heroína ni estás por encima de personas con existencias más cómodas. Pero además, el haber sufrido no te inmuniza contra nada. Me contaba el caso de varios enfermos, como mi marido sentenciados a muerte, que habían sobrevivido a su pareja que fallecía por un cáncer fulminante o, maldita fortuna, atropellada en un paso de cebra.
Eso es así y es bueno recordarlo de vez en cuando. La vida es dura, cruel, absurda… pero es lo más bonito que tenemos. Hay momentos, como el que estoy pasando yo ahora mismo, otra vez en la cuerda floja, con mi cabeza en continuo desequilibrio, en los que piensas que ya está bien, que ya pagaste todo lo que tenías que pagar durante cuatro años más el de duelo y lo que te rondaré morena, que ahora sólo mereces un trabajo, una casa agradable, que la gente te allane el camino para llegar a tus objetivos, que la burocracia entienda tu situación y te traten con consideración… Pues no, tu vida te la haces tú, día a día, decisión a decisión. Eso es doloroso pero también interesante, sorpresivo, gratificante. Seguirán existiendo funcionarios que no sólo tengan que estar en paro, es que no deberían trabajar en su vida por malas personas, inquilinas que te pongan la mudanza difícil, empresas de reformas que se retrasen, empresas en general que no te llamen para trabajar…. Pero es que esto es así, hay que asumirlo, y es lo que estoy intentando hacer ahora mismo soltando este lastre en esta página en blanco. Mañana será otro día y de mi felicidad soy la única responsable. Es lo que hay.