Revista Arte

La diferencia entre el deseo y el placer es la misma que existirá entre el Arte y la Vida.

Por Artepoesia
La diferencia entre el deseo y el placer es la misma que existirá entre el Arte y la Vida. La diferencia entre el deseo y el placer es la misma que existirá entre el Arte y la Vida.
En el amor es sincronía, en el Arte es armonía y en la vida es hartazgo -en su epónimo de satisfacción-; sin embargo, desearíamos que fuese armonía en el amor, sincronía en la vida, y satisfacción -culminación absoluta del deseo- en el Arte. Pero no, es justo lo de antes, lo anterior. Para que exista pasión compartida, para que dos seres alcancen su culminación emocional, deberá existir identidad de momento, igualdad de inspiración en el mismo instante, además, en el que ambos lo precisen. Esto no es armonía es sincronía, que es otra cosa diferente. La armonía no es temporal, es espacial, es virtual, porque es a la vez instantánea y permanente; no requerirá alimentos, más allá de los que posee ya propiamente. Es finita e infinita en todas sus partes. Y es así como, únicamente, es el Arte el que la poseerá. Por último, la vida es necesidad a satisfacer, es hacerlo realmente, no desearlo, es requerir algo para completar una fuerte e inevitable comezón, algo físico que, finalmente, nos llevará al hartazgo.
El hastío después del placer es una realidad, es el tedio vital que surgirá siempre después que completemos una necesidad con su adecuada parte -que encaje perfecta, que se ajuste a sus requerimientos- similar ya en sus elementos regeneradores. El deseo es otra cosa. Es justo lo que se da antes de ese proceso. Pero, sin embargo, cuando este proceso es intelectual, espiritual, emocional más que físico, entonces puede producir otras consecuencias. Estas serán o no parecidas a la vida en función ya de la cualidad concreta del artificio que lo produzca. En el Arte -el artificio más glorioso-, por ejemplo, la armonía conseguirá una especial forma de representar la belleza de las cosas antes de que éstas acaben por generar hastío. Por esto el Arte siempre preferirá el deseo. Porque es deseo no su satisfacción lo que persigue. Es un deseo inacabable, permanente, instantáneo además por su único momento representado, porque no habrá otro, sólo ese. Es un deseo sin goce, es la necesidad sin hastío, es la vida sin final.
Cuando el pintor realista francés Jules Breton (1827-1906) quiso expresar el contraste entre la realidad gris y más desolada de la vida con la belleza de un instante, no supo mejor ahora que inscribirla en el preciso momento en que una pareja campesina dirigirá su mirada hacia la visión de ese deseo. Y pintó Arco iris en el cielo en 1883. El paisaje es tan tenebroso, es tan oscuro y descorazonador, que el reflejo del hermoso fenómeno atmosférico será el único sentido que a ellos -los personajes retratados-, como a nosotros -los que vemos la obra-, nos inspirará eternamente ya un deseo. Esta será la magia del maravilloso sortilegio que producirá el Arte en quienes lo admiren. Algo absolutamente sin capacidad de ser consumido por el hartazgo ni por el tedio de la satisfacción. Porque aquí no los hay, ni los habrá.
El pintor belga Gustave Wappers (1803-1874) fue un representante del más épico, literario e histórico Romanticismo europeo. En 1849 compuso su obra Boccaccio en la corte de la reina Juana de Nápoles. Aunque nacido en Florencia, Boccaccio pronto marcharía a Nápoles en 1331 para estudiar y promocionarse. Allí conocería a su amor de juventud, la esposa de un cortesano -María de Aquino-, hija bastarda de la realeza napolitana de entonces -Roberto de Anjou-, que le introduciría en la corte y le animaría a dedicarse a la literatura. Luego volvería a Florencia y allí escribiría su famosa obra El Decamerón, páginas cargadas de historias de pasión y de deseos frustrados. Años más tarde, ya muy mayor, regresaría de nuevo a Nápoles, donde la reina Juana I sería ahora la gobernante. Pero ya no le recordaría para nada aquellos otros años de su maravillosa y amorosa juventud. 
Pero, sin embargo, el pintor romántico belga crearía su titulada obra anacrónica con el romanticismo más inspirado, sugestivo, armonioso y literario. Una escena medieval cargada con tintes decimonónicos, una morada napolitana con dos mujeres absortas escuchando las palabras no reales de las historias no reales del poeta. Es ese momento, ahora, cargado ya de un imaginado deseo inmensurable, el que aquí el autor nos presentará bellamente enmarcado con los perfiles románticos de otra época. Pero, lo que de verdad visualizaremos aquí será el gesto del deseo más que el deseo en sí. Será el instante -ahora inacabado y permanente en el lienzo- el que el pintor reflejará con los anhelos aún por satisfacer de los ojos concentrados en la deseante historia. No hay final aquí. No hay satisfacción, ni siquiera hay suspiro ni sorpresa, sólo la constante sensación de haber asido ya el deseo por su belleza. 
(Óleo del pintor realista francés Jules Breton, Arco iris en el cielo, 1883; Obra del pintor romántico belga Gustave Wappers, Boccaccio en la corte de la reina Juana de Nápoles, 1849, Museo de Bellas Artes de Bégica.)

Volver a la Portada de Logo Paperblog