Revista Arte
No se ha valorado lo suficiente la maestría de algunos pintores para encuadrar la Adoración de los Magos en un lienzo. Porque la iconografía de esta leyenda sagrada es inapelable: son tres personajes los que se presentarán ante la virgen María y el niño. Y el tres es un número que no encajará muy bien con el Arte y sus medidas de belleza. ¿Por qué? En una imagen donde una figura central -la madre y el hijo- deben ser adorados por tres iguales personajes -esto es importante, los tres son tres figuras destacadas- y deberán aparecer de alguna forma así en el lienzo, ¿cómo hacerlo ahora para que esa representación sea creíble y, a la vez, bella? Imposible. Pero, sin embargo, los pintores de la historia trataron de conseguirlo, con originalidad, habilidad y belleza. Algunos lo consiguieron completamente, otros sólo hicieron una obra de Arte sin preocuparse demasiado de la adecuada representación de la adoración de tres personajes a un cuarto.
Fijémomos en esta muestra de varias obras de Arte sobre la Epifanía. Sólo uno de los magos de oriente puede estar ahora al lado del niño, tocándolo o mostrando cerca de él sus manos en señal de respeto, los otros dos no pueden hacerlo. Pero, no es eso solo. ¿Cómo situar a tres frente a uno? ¿Cómo hacerlo para que el conjunto sea equilibrado? Imposible. Las leyes no escritas -o escritas también- de la belleza iconográfica de un cuadro no admitirán que ese número pueda ser utilizado para producir un instante de admiración visual. Dos personajes que adoran a un tercero es lo ideal, cuatro, también. Pero, y tres, ¿cómo representarlo? No se puede, verdaderamente. Por eso uno de ellos deberá quedar atrás. O dos. Porque, si solo quedara uno, ese será marginado claramente. No, no puede ser tampoco. Uno sólo deberá estar arrodillado o postrado o inclinado ante el objeto de adoración, los otros dos alejados, dará igual que uno lo esté ahora más que el otro.
De una muestra aleatoria de obras de Arte de esta iconografía, podremos elegir las que queramos: siempre será así. Pero, aquí, he querido destacar algunas que pueden mostrarnos la genialidad de los creadores para, salvando esa eventualidad del tres, conseguir además una extraordinaria composición, fundamentalmente original, lo más valorado ya, entiendo, en este tipo de encuadre complicado. Para mi gusto, el mejor encuadre lo realizará aquí Alberto Durero, el pintor alemán de los inicios del Renacimiento, en su obra Adoración de los Magos de 1504. La composición más original y bella de cuantas he podido ver en una navegación interesada... Es de las pocas además que, en un primer plano, sólo estarán los tres magos y la madre y el hijo, nada más. Y es de las pocas que ninguno de los tres magos de oriente estará de espaldas, ni de lado. Incluso Melchor, el mago más anciano de los tres, está aquí escorzado, girado para adorar al niño, pero sin dejar de mostrar su frente al espectador: el único ser que recibirá siempre el sentido de una obra artística.
Todos los demás pintores incorporan otros personajes. Cuando no es san José, serán pajes. Algunos hasta llevarán su obra a un espectáculo lleno de figuras por todos lados, como el gran Rubens, que nos obligará a destacar, difícilmente, las tres figuras principales de una Adoración. El flamenco Hans Memling -en su Tríptico de la Adoración de 1479- deja muy claro los tres personajes. Es esta una obra renacentista, centrada, proporcionada, buscanco el equilibrio..., que no conseguirá. Sólo hay sorpresa aquí, una belleza en el fondo de una perspectiva que sí es simétrica, belleza también en los vestidos y en los detalles de una extraordinaria composición cromática y figurativa. Por primera vez se representarán las tres etnias de los tres continentes conocidos, además de las diferencias en las tres edades de los tres magos. Esa magnífica centralidad de la virgen y del fondo de la escena tratará de compensar aquí el desequilibrio evidente de la imagen.
Hay otro Tríptico, el de Van der Weyden, que tampoco conseguirá, este menos aún, ningún equilibrio en su composición, ninguna belleza en ese sentido. La buscará también el autor con la edificación del fondo, pero el pintor comprenderá pronto que no tiene mucho sentido y la adaptará al mismo desequilibrio que el de la sagrada escena: el muro de la derecha está más inclinado, más abierto en ángulo que el de la izquierda. Consigue así mostrar menos contraste, al ser todo ya lo mismo: hacia ese lado, desequilidradamente, están aquí los tres magos de oriente. Una extraordinaria obra maestra de la pintura, con belleza de creación pictórica, de figuras, de colores, de detalles materiales..., pero imposible conseguir el efecto aquel de tres más uno. Las otras obras son maravillosas obras del Arte Universal. Desde un Velázquez de sus años jóvenes, donde la originalidad la llevará el pintor a las figuras, a los rostros tan humanos de las barrocas figuras, algo que él supo llevar muy bien al Arte barroco: son todos vulgares personas representando aquí grandes personajes.
También, dos obras más de dos grandísimos pintores españoles: Murillo y Zurbarán. Ambos retratarán a los tres magos y a la virgen y el niño casi de la misma forma, con las mismas galas casi, y con la misma posición... Sólo Murillo conseguirá acercarnos más a la ternura y a la candidez, a la belleza más genuina, a pesar del difícil empeño -imposible- por tratar de encajar tres iguales personajes en una misma adoración. Por último, destacar una obra de un pintor español desconocidísimo. Baltasar de Echave Orio, un vasco que emigraría a la Nueva España -México- a finales del siglo XVI. Y allí crearía una dinastía familiar de pintores novohispanos. En 1610 compuso su Adoración de los Magos. Él conseguirá que ninguno de los tres magos de la espalda al espectador, el conseguirá también un paisaje tan renacentista como brillante, él dibujará ahí una estrella rutilante, una tan original como atractiva por el singular efecto de atraer la mirada claramente. Es, para tratarse de un pintor poco conocido y poco valorado, una muy genial obra de Arte, porque aquí, además, una de las manos del primer mago de oriente -Melchor- se apoyará ahora en el suelo. Se situará así en un gesto aquí que tratará de compensar ese desequilibrio, el que existirá naturalmente ya para poder componer así una figura tan inclinada, tan escorzada para poder así besar y, a la vez, no dar ya la espalda al espectador en una composición tan difícil o tan complicada.
(Óleo Adoración de los Magos, 1504, Alberto Durero, Galería de los Uffizi, Florencia; Detalle del Tríptico de Santa Columba, Adoración de los Magos, 1455, Roger van der Weyden, Antigua Pinacoteca, Munich, Alemania; Lienzo del pintor Baltasar de Echave Orio, Adoración de los Magos, 1610, Museo Nacional de Arte, México; Óleo Adoración de los Magos, 1619, Velázquez, Museo del Prado; Lienzo La Adoración de los Magos, 1639, Zurbarán, Museo de Grenoble, Francia; Cuadro del pintor español Murillo, Adoración de los Magos, 1660, Museo de Toledo, Ohio, EEUU; Obra La Adoración de los Reyes Magos, 1629, Rubens, Museo del Prado; Tabla Tríptico de la Adoración de los Magos, detalle, Hans Memling, 1479, Museo del Prado.)
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