Revista Cine

La donna e moobile…

Publicado el 01 abril 2011 por Francissco

La donna e moobile…

En esta semana que nos ocupa y llena la vida (como todas, por cierto) mi coche tenía que pasar la revisión de los nosecuantos kilómetros, cosa que le realizan en un taller de la marca. Lo dejé por la tarde y lo recogería al dia siguiente, causándome un pequeño problema logístico.

En efecto, my friends, dejarlo allí me obligaba a concertar plaza en el vehículo de una de las contables, la cual reside por las cercanías. “Vale, no hay problema, a las ocho y diez en la puerta de mi garage”. Aaay, dioss y la leche con vinagre, la primera en la frente. Yo entro a las nueve pero me levanto a las ocho y cuarto, ooh, para maximizar el tiempo de sueño. El asunto consiste en engullir el desayuno como si fueras una aspiradora o el monstruo de las galletas y, de seguidas y a continuación, salir escopetado hacia mi garage.

Y luego y con el piloto automático puesto, arrancar y salir volando, desafiando todas las normas circulatorias posibles.

Así que, al llegar al garage de la compi arrastraba un cierto déficit de sueño. Quizá fué eso lo que hizo que, por equivocación, la esperara en un garage de al lado, ganándome al cabo del rato un bocinazo. “Creí que ya no venías”, dijo con cierto reproche.

Al sentarme dentro  - además de su ceño fruncido-  noté cierto perfume a lavanda o así que, lo confieso, me enerva. Más que nada, por lo eficazmente que recuerda a asilos y cementerios con ofrendas. “Es que hoy en día para circular legalmente tienes que salir con mucha antelación…”. dijo para suavizar el reproche anterior. ¿Coomo? ¿Circular legalmente? ¿De qué demonios hablaba? Bueno, no tardaría en averiguarlo.

Se trataba, sencíllamente, de ir despacito, apenas rebasando los sesenta. “Es que la ley no permite superar los cincuenta en ciudad”. Y efectívamente,  ella NO los superaba, válgame dios. Enfilamos cierto túnel urbano a lo que para mí era velocidad de caracol. Yo, mientras tanto, miraba por el espejito lateral la acumulación de coches que había en nuestro carril, detrás de nosotros.

Inevitablemente y por fuerza, muchos nos adelantaban. A otros y por el espejo, llegaba incluso a verles los aspavientos y muecas de enfado que ponían hasta que por fin nos rebasaban. Y como no, algún que otro: “Vuélvete a la cocina, Mari Pili, que se te quema el puchero”. Ella se tensaba y me gritaba, curiosamente, a mí: “Uy, pero si no se puede correr más ¿no?”. Era inútil que le señalara que bueno, que si adelantaba a la furgoneta lentorra que iba delante, que no pasaría nada grave.

Era inútil y desesperante,  porque ya la conozco en ese sentido y su percepción del tráfico no es cinética y espacial, sino jurídica y normativa. Yendo a su lado es como si navegaras en medio de un río de coches velocísimos que te rebasan de continuo. Pero esto, con ser desesperante, no era lo peor.

Porque si la música amansa a las fieras, la que pone ella consigue que mi fiera personal se ponga al borde del ataque de nervios. Nada de, no sé, pop, rock o algo mínimamente estimulante para la jornada que se avecina.
Que mira que estas dos categorías arriba citadas conforman un reino vasto y variado, ay. Pues no. Algo así como “los diez tenores”, o como quiera que llamen tales vocingleros afeminados, resonaban en la cabina. Y no veas lo bien que expresan las emociones, ay, mami, tanto ellos como la conductora, cambiando esta los gestos de acuerdo con la sonata. “¿Verdad que relaja?” añadió en el colmo del cinismo y de la maldad.

La vuelta posterior a casa, ya por la tarde, fué tres cuartos de lo mismo.  He perdido la cuenta de las veces que aceleraba mentalmente a su lado y las veces que nos pitaban con saña. Y encima, tengo el sonsonete odioso de su musiquilla lírica resonándome en la cabeza. Si hoy no se me levanta ya sé de quien es la culpa.

Añadir, eso sí, que como compañera de trabajo es excelente.

Un saludo a toda velocidad, aaaaaahhhhh.



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