Por Juan José Cerezo
Dedicado a todos los sanitarios que luchan contra la pandemia de la covid-19
La ducha rutinaria,
al volver del trabajo,
es una impuesta obligación
dictada por un virus malicioso
que me hace no abrazar a quien me espera
al regreso del duro cometido.
Este virus, que todo lo hace suyo,
los besos, las misivas,
la ciencia o los poemas,
ha de ser bien lavado, de forma escrupulosa,
para borrar sus huellas invisibles.
Y estando aquí desnudo,
de pie, bajo la ducha,
el agua se transforma
en un prodigio milagroso
que arrastra todo aquello
tocado por su mísera envoltura:
-Los muertos que se marchan sin los suyos,
sin un beso, sin dulce despedida,
los enfermos que luchan sin descanso,
y todo aquel que sufre sin consuelo
se pierden junto a él por el desagüe-.
Y voy quedando solo,
tranquilo, ya en mi calma,lavando las heridas
tocadas por el virus,
tan limpio y tan absorto de mi mismo
que mi carga se diluye,
aguas abajo de esta ducha,
y alcanzo la pobreza necesaria
para hallar en mi nada
el oculto valor de cada vida.