Revista Cultura y Ocio
Esta va a ser una entrada un poco extraña. Me interesan poco los blogs que son la mera caja de resonancia de las novedades literarias o profesionales de sus autores, y he procurado que este no lo fuera, o lo fuese en muy escasa medida. Sin embargo, dado el cambio que va a suponer en mi vida y probablemente también en esta bitácora, no puedo dejar de dedicar un comentario a esta novedad: ayer fui nombrado director de la Editora Regional y del Plan de Fomento de la Lectura de Extremadura. El puesto estaba vacante desde el cambio de gobierno en las últimas elecciones autonómicas, en mayo del año pasado, y a principios de diciembre se difundió un "procedimiento competitivo", algo muy parecido a un concurso público, para proveerlo. Las bases exigían aportar un currículum vítae y una memoria de no más de 10 folios con las ideas y propuestas del candidato para la Editora y el Plan de Fomento. Decidí participar porque el puesto me parecía adecuado a mis intereses y aptitudes, y porque suponía un desafío intelectual y, lo que era más importante aún, vital muy estimulante, después de dos años de soledad creativa, pero soledad al fin y al cabo, en Inglaterra. Además, había que desempeñarlo en Extremadura, una región en la que llevo muchos años refugiándome de los agobios de la vida urbana —primero en Barcelona y después en Londres—, en la que tengo casa, familia y amigos, y que considero mía. Debo confesar que no tenía demasiadas esperanzas de ganarlo. Estaba acostumbrado, como casi todos los españoles, a un ejercicio del poder que discrimina entre los propios y los ajenos, entre los conocidos y los que no lo son, entre los del terruño y los forasteros, y pensaba que la resolución vendría determinada por los intereses particulares antes que por una consideración objetiva. Sin embargo, en esta ocasión quien ha tomado la decisión lo ha hecho sin atender a razones ajenas a lo exigido en la convocatoria, esto es, sin parcialidad ni, en mi caso, catalanofobia (un amigo de los que me han felicitado ha dicho que no parecía una decisión española), y yo estoy encantado de haberme equivocado. Agradezco, pues, al gobierno extremeño que me haya otorgado esta confianza y esta responsabilidad, a la que intentaré corresponder con mi mayor dedicación y todos mis esfuerzos. El desafío es grande: la Editora, una de las mejores editoriales públicas de este país durante muchos años, si no la mejor, ha decaído algo, me parece, en los últimos años, por muchos factores, entre los que se cuentan la crisis económica y los altibajos políticos. Pero su prestigio, su catálogo y su potencial siguen ahí: se trata de recuperarlos y de volver a garantizar su presencia en la vida cultural de Extremadura —y de España—, en beneficio tanto de los creadores extremeños como de los lectores del país. Habrá que garantizar la calidad de lo que se publica, reordenar las colecciones y la imagen de marca de la Editora, introducirla de lleno en el mundo digital y actualizar su página web, y —este es un punto fundamental— mejorar la distribución, esto es, asegurar que sus libros se encuentren en todas las librerías literarias de la región y en las más importantes de, al menos, Madrid, Barcelona, Sevilla y Bilbao. En definitiva, habrá que luchar por que, cumpliendo con su obligación legal de promover la creación en Extremadura, sea también una editorial equiparable, en contenidos, imagen y circulación, a las grandes editoriales comerciales del país. Quizá sea un objetivo muy ambicioso, pero es el que me propongo. En cuanto al Plan de Fomento de la Lectura, ha de revitalizar la presencia de la literatura como hecho vivo de la comunidad y seguir trabajando en la red de bibliotecas y aulas literarias que tan buen papel han desempeñado, y siguen desempeñando, en Extremadura, además de insistir en la necesaria vinculación cotidiana entre la literatura y la gente: reuniendo a los estudiantes con los escritores y a todos con la letra oída e impresa, también en lugares inhabituales: hospitales, estafetas de correos, residencias de ancianos. Regreso a España, para incorporarme al nuevo puesto, dentro de dos semanas. Será un cambio grande: de Londres a Mérida (el mismo amigo que ha dicho que mi elección no parecía una decisión española, también ha sugerido que ese es el título de un libro y que solo me falta sentarme a escribir lo que se esconde en él). No me importa la diferencia de tamaño, es más, la agradezco: Londres es un monstruo inabarcable, y Mérida, una ciudad de dimensiones humanas, casi renacentistas: con 60.000 habitantes, ni agobia ni entristece. Su legado histórico y cultural es impresionante, y estoy seguro de que me va a ofrecer muchas horas de instructivo solaz. Además, en Mérida se comen unas migas y unas morcillas sobrenaturales, y en Londres apenas se encuentra siquiera un gazpacho decente. No lamento abandonar Inglaterra: han sido dos años intensamente vividos y muy provechosos en lo literario, pero que siento como una etapa ya cumplida. Vuelvo a casa, y eso me serena. Otra consecuencia de hacerlo será que tendré que modificar el diseño y, seguramente, el tenor también de este blog, que quizá cambie de nombre: estoy barajando Corónicas de Españia. Es seguro que ya no podré comentar, en mis entradas españolas, nada que tenga que ver con el ejercicio de mi cargo, pero pretendo mantenerlo como tribuna personal para todo aquello que no sea incompatible con mis responsabilidades públicas, y como foro de crítica literaria, siempre, como es lógico, que ello no plantee ningún conflicto de intereses. Muchos amigos me han felicitado por el nuevo cargo. Aprovecho para agradecerles a todos ellos sus palabras de cariño y de ánimo. Ando todavía un poco asustado, pero espero estar a la altura de sus expectativas.