Revista Educación
¿CONOCEMOS LA ESCUELA DE NUESTROS HIJOS?
Por: Héctor Rosas Padilla
Conocemos una parte de los Estados Unidos de América. Conocemos Disneylandia, Lake tahoe, Las Vegas, la Isla El Alcatraz, los pueblos donde nacieron Abraham Lincoln y Elvis Presley, y muchos otros lugares de este gran país.
Para hacer realidad estos sueños, fue necesario ausentarnos de nuestro hogar por algunos días, o sea que empleamos nuestro valioso tiempo para realizar esos viajes que no son indispensables, pero que valen la pena hacerlos para que todo no sea trabajo en nuestras vidas. También, para ampliar nuestros conocimientos de geografía e historia.
Asimismo, fue necesario movilizarnos a lugares que se encuentran, algunos, a cientos o miles de millas de nuestras ciudades, a diferencia, por ejemplo, de la escuela de nuestros hijos, ubicada a pocos minutos de nuestra casa.
Sin embargo ¿cuántos de nosotros conocemos la escuela donde nuestros muchachos comienzan a preparase para el futuro? ¿Cuántos de nosotros hemos puesto los pies, alguna vez, en las aulas donde ellos aprenden a ver el mundo de una manera diferente a como nosotros lo concebimos? ¿Cuántos de nosotros conocemos a sus maestros y a sus mejores amigos?
No es necesario hacer una encuesta para saber el promedio de padres hispanos, por ejemplo, que han visitado la escuela de sus hijos. La cantidad es tan insignificante que da tristeza señalarla. Somos los que menos conocemos esos lugares (nada turísticos) y los que más brillamos por nuestra ausencia en las reuniones de padres de familia.
Recuerdo que cuando mi hijo estudiaba la secundaria en una escuela de Walnut Creeck, California, siempre éramos solamente dos los hispanos que estábamos presentes en las reuniones de padres de familia y profesores que se llevaban a cabo en su centro de estudios. La mayoría de progenitores eran estadounidenses y chinos. Pasaría por alto la escasez de padres hispanos en dichas reuniones si no fuera porque en esa escuela había un número bastante notorio de estudiantes de nuestra comunidad.
¿Por qué lo que menos nos gusta es visitar las escuelas? Y no salgamos con la excusa que no tenemos tiempo para darnos una vuelta por el lugar que debe tener una importancia de primer orden para nosotros, porque ahí se están formando los hombres en quienes recaerá la responsabilidad de llevar a este país más allá de donde se encuentra. Pero, sobre todo, porque ahí permanecen gran parte de su existencia. Tantas horas pasan en las escuelas que es ahí “donde ellos aprenden a socializar, a emprender nuevas tareas y a ser independientes”, según señala Kerr en Educational Research Service Spectrum.
Por su parte, el escritor peruano Danilo Sánchez Lihón manifiesta que “La vida en las aulas son depositarias de los sueños más acrisolados, vibrantes y conmovedores de las familias y de quienes constituyen el recurso más preciado de una comunidad de personas, como son los niños y jóvenes”.
Tenemos tiempo suficiente para embelesarnos con la Muralla China o las ruinas de Machu Picchu, pero no disponemos de tiempo para visitar la escuela de nuestros hijos o sentarnos con ellos en la sala o entrar a sus cuartos para hablar sobre asuntos relacionados con sus estudios o sobre sus predilecciones y preocupaciones. Claro, para nosotros es más importante el trabajo o los viajes o los programas televisivos. Sin embargo, lanzamos el grito al Cielo cuando los muchachos nos vienen con pésimas calificaciones o cuando nos llaman para avisarnos que tenemos que recogerlos de la comisaría local. O cuando nos enteramos que una de nuestras pequeñas hijas no asiste a clases porque tiene varios meses de gestación.
Esto último se ha convertido en un serio problema, al igual que el suicido de las adolescentes de nuestra comunidad, debido, entre otras razones, al distanciamiento de las madres hispanas de sus hijas menores de edad, así como a la incomunicación entre ellas.
El medio de información online GLOBEDIA publica que de acuerdo al Centro Latino de Investigación “la falta de de una relación estrecha y positiva entre la madres y sus hijas incrementa la posibilidad de suicido en las adolescentes hispanas entre los 14 y los 18 años, que es una tasa más alta que en otros grupos”.
En cuanto a los embarazos, GLOBEDIA publica que “los hispanos tienen la tasa más elevada de embarazos de adolescentes y nacimientos entre todos los grupos raciales del país”, según un reporte proveniente de la Campaña para la Prevención del Embarazo no Planeado de la Adolescente y del Consejo Nacional de La Raza.
Y a la vez que nos ensañamos con nuestros hijos, por lo que hicieron o por su pésimo rendimiento escolar, nos atrevemos a decir que los maestros son ineficientes y que el sistema educativo de los Estados Unidos de América es el peor del planeta.
Es cierto, la educación en este país no es la mejor y los maestros buenos son pocos. La mayoría son de baja calidad porque no se les ha preparado correctamente y por falta de capacitación. Ah, y si ellos no se desempeñan como debe ser en las aulas de clase es también por razones económicas. “Los maestros ayudan a cambiar el mundo” ha dicho el músico Carlos Santana, a quien una vez entrevisté. Por eso mismo, se debe mejorar su sueldo, porque es vox populi que a ellos no se les paga lo suficiente en relación a lo que aportan a la sociedad. No me cansaré de decirlo: ¿Cómo es posible que un profesor, con preparación universitaria, perciba menos, por ejemplo, que un carpintero o un motorista de autobuses?
Es cierto, algunas escuelas dan mucho de qué hablar porque se han convertido en escondrijos de delincuentes y los mejores mercados para las drogas. Y porque muchas de ellas se encuentran en condiciones inapropiadas y carecen de los materiales más básicos para la enseñanza.
Pero nosotros, los padres, damos mucho más de qué hablar, porque los que llenan las escuelas son sangre de nuestra sangre y no de los maestros. Estamos tan ajenos a la vida escolar de nuestros vástagos que de lo que menos nos preocupamos es en conocer el segundo hogar de nuestros hijos, la escuela. (Del libro “La educación y los hispanos en los Estados Unidos de América”, escrito en el 2008, y corregidoy publicado en el 2010 por Ediciones SOL & Niebla).
HÉCTOR ROSAS PADILLA (Cañete, 1951). Estudió periodismo en la Universidad de San Marcos de Lima. Es autor del poemario CUADERNO DE SAN FRANCISCO (2009), y del libro de ensayos LA EDUCACIÓN Y LOS HISPANOS EN LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA (2010). Escribe para revistas de California y otros países. Ha obtenido importantes premios en las áreas de la poesía y la fotografía. Figura en varias antologías poéticas mundiales.
Es miembro del comité editorial de la revista literaria peruana SOL & NIEBLA que dirige el poeta Juan Carlos Lázaro. Actualmente radica en California.