Revista Cultura y Ocio
La atroz ejecución del periodista James Foley
La muerte es sobrecogedora. El hecho de tenerla tangencialmente presente cada día en nuestras vidas, hace que su presencia nos cause fascinación, miedo o respeto, pero nunca nos deja indiferentes. Una de las formas de conjurar este temor intrínseco, grabado en nuestras células, es a través del arte: de la literatura, del cine, la pintura o el teatro, en fin. El reciente y brutal asesinato en Siria del periodista estadounidense James Foley, decapitado por terroristas del denominado Estado Islámico, nos mueve a hacer una reflexión sobre la dignidad; sobre las atrocidades cometidas por los hombres contra su propia condición humana.
En el video, que ha sido censurado por gran parte de las webs, dado su alto despliegue narrativo y técnico para aproximarnos al horror —recordando por momentos esos fake documentals, que suele premiar la Academia Americana durante su gala anual de los Premios Oscar—, un aterrorizado y estoico James Foley, vestido con un traje de presidiario color naranja, está de rodillas junto a su verdugo, que ataviado con un traje negro con capucha, también nos recuerda a esos ninjas de las malas películas americanas para pasar una aburrida tarde de domingo.
Un verdugo nazi apunta a su prisionero judío, segundos antes de ejecutarlo
Tras un breve mensaje a su familia por parte del periodista James Foley, el verdugo advierte al gobierno de Barack Obama que seguirán derramando sangre de ciudadanos estadounidenses, si los Estados Unidos se empeñan en bombardear el norte de Irak, para evitar así el avance del Estado Islámico hacia Kurdistan, so pretexto de una ayuda humanitaria. Luego, la cabeza de James Foley es cortada, del mismo modo que los sublevados franceses lo hicieran con las de Luis XVI y María Antonieta, durante la Revolución.
En el relato de Jorge Luís Borges, El Milagro Secreto, Jaromir Hladík, un escritor checo de origen judío que escribe una pieza teatral —en teoría inconclusa—, es fusilado por los nazis en el patio del cuartel de sus verdugos. Antes de morir, sin embargo, le pide a su creador que le otorgue tiempo para terminar la labor. El sentimiento de nulidad, de vacío, nos agobia y suspiramos. Esto solamente es válido por obra y gracia de la literatura. El lector sale indemne tras la lectura del aterrador cuento del genial narrador argentino. Sin embargo, en el caso de James Foley, quisiéramos estar asistiendo a la ejecución de una muerte falsa, una broma macabra de un documentalista tan genial como Borges, pero esto para vergüenza de la raza humana, no es así.