Las ficciones que disfrutamos bajo las denominaciones de literatura y cine son medios capaces de contar prácticamente cualquier historia. El único requisito es que el responsable de hacerlo sepa mantener el interés del lector/espectador en su narración. Por eso es posible que los relatos más simples escondan la mayor de las complejidades y los más enrevesados oculten el vacío más absoluto. El planteamiento de partida de La encajera no puede ser más sencillo: Pomme es una joven de dieciocho años con una vida gris, que transcurre casi en exclusiva entre su trabajo en una peluquería y la convivencia con su madre. A primera vista la chica es una de esas almas simples que parecen conformarse con la suerte que le ha deparado su existencia. Jamás una queja saldrá de sus labios, jamás se planteará la posibilidad de mejora alguna, aunque dicho conformismo no está reñído con cierta placidez vital:
"Bajo la redondez de alma, Pomme tenía un fondo de prudencia, aunque no deliberada, que se traducía en una enorme capacidad de sentimiento; era uno de esos humildes entre los humildes que podía disfrutar de la felicidad tan rara de consentirse plenamente a sí misma."
Pomme solo tiene una amiga, una compañera de trabajo con la que va de vacaciones a Normandía. Pronto Pomme quedará sola: su amiga decide que es un lastre a la hora de disfrutar de sus conquistas amorosas: Pomme parece no saber divertirse, escondida detrás del caparazón de su timidez y presunta simpleza. Pero es una chica guapa y no tardará en llamar la atención de un joven estudiante que veranea por allí. Entre ellos surge una indudable atracción y se establece una relación amorosa muy peculiar, en la que ella asume un papel absolutamente pasivo y complaciente y él un rol dominante, con el que se siente cómodo al principio, pero que le acaba pesando como un lastre. La convivencia en la habitación de estudiante de François se convierte en rutinaria: ella se desvive para que él se sienta cómodo: pinta las paredes, la decora, limpia, cocina y acude al trabajo con una sonrisa, pero mientras tanto el joven se atormenta, porque considera que su pareja es una auténtico enigma: no puede comprender una actitud tan sumisa y a la vez - en apariencia - tan indiferente ante el mundo que la rodea:
"Pomme era para él un perpetuo y difícil acto de fe: ¿había deseado tener aquella aventura con él o bien se había resignado simplemente a los hechos, como todas las que se abandonan a los gestos del otro, del que no esperan nada, pero porque el esfuerzo de sustraerse a aquello tampoco tiene sentido? Y el placer que ella obtenía, ¿formaba parte incluso de su propósito? No era seguro; parecía por el contrario que Pomme fuese la primera sorprendida, que quedara confusa; se hubiera dicho que trataba de disculparse."
Pero Pomme no es más que alguien que quiere ser complaciente, alguien sin deseos propios, que solo vive para el otro. No se plantea un futuro de mejoras. Ni siquiera se plantea el futuro, solo vive y saborea el presente, quizá intuyendo que su felicidad interna no habrá de durar. ¿El comportamiento de François es injusto? ¿quizá termina sintiendo que Pomme es más una mascota que una pareja? En este sentido La encajera es una gran narración de carácter psicológico, en la que se explora una relación amorosa muy descompensada, tanto por clase social como por nivel cultural. ¿Pero ha de ser eso obstáculo para un amor puro? Para ella no parece serlo en absoluto. Para él es un inconveniente insalvable. Demasiada pureza, demasiada inocencia, demasiada perfección. Pomme terminará siendo una mártir que solo aspiró a su trocito de felicidad en este mundo en el que encajar es tan sumamente complicado. Como dice Lainé, quizá queriendo ser irónico, quizá cruel, "lo triste de esta historia, con boda o sin ella, con penas de amor o sin ellas, es que quizá no haya nunca nada que lamentar."
La encajera fue premio Goncourt hace cuarenta años. Sigue siendo una novela muy popular en Francia y apenas es conocida en nuestro país. Su versión cinematográfica gozó de dos virtudes principales: trasladar con acierto a imágenes una historia complicada y dar a conocer a esa gran actriz que sigue siendo Isabelle Huppert. Merece la pena acercarse a ambas obras y reflexionar acerca de las distintas tipologías de seres humanos, infinitas en sus matices. La mirada final, entre la súplica y la pregunta, que dedica Pomme-Huppert al espectador no tiene precio.