Revista Gente

La era de la desfachatez

Publicado el 12 abril 2012 por Fabianscabuzzo @fabianscabuzzo

(Por Beatriz Sarlo)  Una historia futura del costumbrismo político podría ubicar el reciente discurso de Boudou como el comienzo explícito de la “era de la desfachatez”. Me atrevería a discutir esa fecha fundacional. Boudou merece pasar a la historia, pero el suyo no es el primer capítulo. Su performance decadente y toda su personalidad pública son producto de algo que viene de más lejos. Por cierto, esto no lo exime moralmente, porque eligió ser lo que es.

La era de la desfachatez
Propongo otro primer capítulo. Cuando la revista Noticias sacó en tapa a María Julia Alsogaray envuelta en pieles, fue la hora cero de ese viraje cultural que iba a permitirlo todo. Esas pieles esponjosas no cubrían a la mujer de la elite política, sino a una hipotética cortesana del semimundo de las alcobas presidenciales. No era una instantánea robada a la intimidad, sino una toma producida en Las Leñas, con los retoques y brillitos de una fotografía de vedette. Criticada pero incólume, la fotografiada siguió dirigiendo la privatización de los teléfonos. Esto da muchas pistas sobre lo que ya entonces era asimilable. El menemismo corrió los límites, así como la dictadura los amplió en el extremo de la crueldad.

El menemismo no sólo era un régimen sobresaliente por la corrupción, aunque haya sido María Julia Alsogaray la única que pagó con sentencia firme (purgando también la maldición de un apellido), mientras quedó impune la voladura de un polvorín y, casi, de un pueblo entero para ocultar un contrabando de armas organizado desde el gobierno. El menemismo no fue sólo un régimen donde esas cosas sucedían, mientras la Argentina productiva se derrumbaba. También fue el régimen que permitió la impunidad en las costumbres de los poderosos y, en primer lugar, de los gobernantes. Con el menemismo se difunde la idea de que no hay reglas, sino discursos que explican lo que, combinando lo negativo y lo supuestamente positivo, se llamó “transgresión”. Paradójicamente, esa palabra, en vez de caer con Menem, se recicló para aplicársela a Kirchner como descripción de una virtud.

Los ricos fueron fashion . A la inversa de lo que sucede en algunos países capitalistas, la tendencia argentina fue parecer incluso más ostentoso que millonario, si esto era posible. En algunas democracias europeas, sobre todo las nórdicas, los ricos (que entregan buena parte de sus ganancias como impuestos directos sobre sus personas físicas) consideran de mal tono las exhibiciones resplandecientes, los objetos brillosos y las marcas demasiado visibles. A veces, aunque cada vez más raramente, conservan huellas de una pretérita discreción. Gastan, pero también contribuyen con millones a obras comunitarias. Se sabe que esa hipocresía o esa moral son preferibles al cinismo del todo vale. En Francia, el estilo de Sarkozy, típico de la burguesía de banqueros y nuevos capitalistas de Neuilly, fue caratulado como bling-bling . No era una crítica al capitalismo sino a los modales groseros, el desenfado en el gasto personal y las amistades vistosas, propietarias de yates descomunales.

La era de la desfachatez
Desde el menemismo quedó legitimada la cultura de la riqueza. Sus triviales hitos fueron una pista de aterrizaje internacional, incongruente en medio de una provincia miserable; los trajes brillantes, el cuello de camisa italiano y el nudo de corbata windsor convertidos en uniforme administrativo; el champagne, y una Ferrari roja apta para transgredir velocidades máximas en la carretera (probando el absurdo de los bólidos supercaros). La crítica al gobierno de Menem ha sido por las consecuencias desoladoras sobre la estructura social y productiva. No nos hemos ocupado suficientemente de una transformación cultural, cuyos orígenes están antes pero que el menemismo coronó con la impunidad judicial y la victoria simbólica.

Cuando llegó del exilio, David Viñas, que tenía un ojo sagaz para percibir lo social, preguntaba: ¿quiénes son estas gentes? Caminábamos por Recoleta y Viñas no reconocía lo que, quince años antes, había visto allí. ¿Quiénes son estas gentes? Eran los enriquecidos de la dictadura, que se cruzaban con los viejos ricos que, en la Argentina, pocas veces han tenido prejuicios aristocráticos cuando se trata de dinero o poder. Viñas también había visto “esa gente” cuando estaba exiliado en Madrid y llegaban los turistas con los dólares de la tablita de Martínez de Hoz. Lo que entonces se descubría como novedad se coronó desde el gobierno en los años del menemismo. El capitalismo argentino, que nunca fue muy virtuoso y que no se comporta correctamente sin vigilancia, controles, fiscalizaciones públicas y estatales, organizó un gigantesco carnaval para pudientes.

El kirchnerismo, que dio varias batallas culturales, no rompió con el glam del menemismo. No voy a referirme a la Presidenta. Néstor Kirchner se había enriquecido durante los años anteriores y siguió aumentando sus bienes; sin embargo, su estilo desgalichado era todavía el que llevó a la unidad básica “Los muchachos peronistas”, a comienzos de los años 80. Al mismo tiempo, su idea de fortalecer un capitalismo local no tomó precauciones éticas. Los amigos se trasmutaron vertiginosamente en empresarios. En todas partes hay capitalistas del juego, pero no en todas partes tienen esa cercanía con el presidente, para mencionar el ejemplo más conocido. Kirchner anduvo siempre a los manotazos con los capitalistas. Los favoreció, los cooptó, los presionó, les concedió prebendas, se las quitó. Cuando Kirchner viajó por primera vez a España, según dichos de los empresarios que escucharon sus intervenciones, “los puso a parir”: es decir que les exigió capitalismo emprendedor, el que necesitaba la Argentina.

Los estilos personales marcan la política. Alfonsín, un hombre modesto; Menem, un sensual, que no interponía barreras entre lo público y lo privado. A Kirchner le gustaba demasiado la acumulación de una fortuna personal para ponerse a dar sermones. A veces lo hacía. A veces, como en el caso del campo, le salió mal.

La era de la desfachatez
El estilo tardocapitalista del burgués flamígero, el burgués de relojes, autos y pisos lujosos, casas vulgares con muchos baños, cruceros y ropa de marca, es un estilo de época. Unicamente se modera en aquellos lugares donde el capitalismo tiene la mala conciencia de las desigualdades que genera y no sólo la buena conciencia de las oportunidades que promete. En Berlín, vi a los rusos, en bandas de ricachones felices, comprando pieles y joyas como si la ciudad fuera un supermercado; y también andan peleándose por los pisos frente a Central Park, como si se tratara de miniaturas. Otros países capitalistas no aprueban este dispendio ostentoso que a veces sirve para fogonear el sistema y otras veces para fundirlo. Pero que siempre es insultante allí donde hay un 20% de pobres, o más, como en la Argentina.

Una cultura del “todo vale” se compatibiliza bien con un capitalismo del todo vale, empezando por la corrupción y los negocios de amigos. Es complicado hacer un corte entre el tardocapitalismo y su cultura. El fracaso de otro tipo de organización económica ha demostrado su incompatibilidad no sólo con la democracia sino también con el crecimiento. Pero el capitalismo todavía tiene una doble deuda que no es seguro que pueda cubrir: la decadencia de su cultura en términos éticos y de solidaridad, por una parte; la banalidad de sus principales emblemas de consumo, por la otra.

Boudou pertenece a esta clase de sujetos inconscientes del agravio que produce su perfecta comodidad en el corazón de la cultura tardocapitalista. Tampoco percibe el agravio de su superficialidad. No irrita tanto porque, simplemente, existe Tinelli que concentra la indignación y permite soportar todo lo demás como si fuera un mal menor. Pero Tinelli no es vicepresidente.

Boudou exhibe una mentalidad arrasada. Esto es así aunque la Justicia pruebe su inocencia. La revista, pagada con avisos del Estado, que publicó su pareja, despliega gráficamente la extravagante superficialidad del medio en que prospera. Sobre un escenario como guitarrista de una banda, hoy no enciende el escándalo que atizó María Julia Alsogaray simplemente porque han pasado dos décadas y se ha hecho más profunda la herida de una cultura que se fortaleció en los años 90 y cuyos efectos sobre el imaginario no se han contradicho. Con campera de cuero, Boudou va desnudo sobre su Harley Davidson, por las calles semidesiertas de Puerto Madero.

© La Nacion

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