"¡Los maestros son los niños! Ellos nacen libres, con esa inocencia radical abierta al misterio, a la confianza en la vida y al amor al mundo. Si la conservásemos..., ¡seríamos siempre creativos y felices!"
Elsa Punset
Así como Descartes y la Ilustración llevaron al ser humano a la era de la racionalidad, parece que en el siglo XXI se inicia esa Nueva Era que tanto anuncian: la era de la espiritualidad. Pero como todavía hay tanto escéptico -y tanto engaña-bobos- en torno al concepto de espiritualidad, se acepta cada día más el nuevo paradigma del "hombre emocional".
Desde el gran boom editorial de la Inteligencia Emocional (1995) de David Goleman, ya casi nadie se atreve a negar hoy en día el importante papel de las emociones en la vida humana.
Una sola emoción es inmensamente más compleja que todos los razonamientos humanos juntos, como ha demostrado la robótica, que aunque es capaz de crear máquinas cada vez más inteligentes, se le resiste la posibilidad de reproducir la más sencilla de las emociones.
A lo largo de la corta historia de apenas 2000 años de civilización occidental, las emociones, como el placer y la felicidad, fueron despreciadas y consideradas aspectos "vulgares" del ser humano, inferiores al raciocinio y a otras virtudes masculinas "loables" como la fuerza y la valentía. El mundo emocional, del mismo lado que el mundo femenino, fue demonizado y ocultado, temido y reprimido.
Hay actualmente una vertiente peligrosa y un poco estúpida en esta moda de las emociones, que consiste en aprender a "controlarlas" y "manejarlas", en la misma línea de la represión de los siglos anteriores, pero en su mayoría, forman parte de una gran "revolución" que nos lleva a reconocernos más humanos en cada una de nuestros laberintos emocionales.
Elsa Punset, pedagoga en gestión de las emociones, acaba de publicar un libro sobre la posibilidad de alcanzar mayores cotas de felicidad, partiendo de la recuperación de la inocencia infantil.
No he leído el libro aún, pero lo haré enseguida, engolosinada por esta entrevista que le concedió la autora al periódico La Vanguardia.
Elsa habla de la importancia de recibir afecto en la infancia para ser felices, y cita el importante concepto de resiliencia:
"Recibir afecto en la infancia infunde confianza y seguridad ante el mundo. Estudios sobre resiliencia –capacidad para remontar tremendos reveses– demuestran que niños tratados horriblemente que se agarraron a una mirada amorosa... pudieron remontar."
También afirma algo que ya había descubierto por mí misma: "Hay sólo dos modos de relacionarse con el mundo -dice- desde el miedo o desde el amor." Hace un tiempo me di cuenta de que lo contrario de la felicidad no es la tristeza, sino el miedo. Y lo contrario del amor no es el odio, sino el miedo.
Básicamente, podemos decir que existen dos fuerzas psicológicas primarias similares a las fuerzas físicas primarias: la atracción (el amor, la libido) y la repulsión (la separación, la negación).
La atracción es lo que nos UNE con el mundo, con las cosas, con las ideas, con la naturaleza y con los otros seres humanos. El AMOR es la gran fuerza de atracción que nos une a nuestros semejantes, es la LIBIDO como fuerza energética de unión hacia los otros, que nos hace sentirnos parte del TODO, que nos permite experimentar los estados de fusión con el universo (que buscan todas las experiencias místicas). Todas las emociones positivas forman parte de esta "atracción universal": el amor, el placer, la alegría, la euforia, la compasión, la empatía...
El miedo es la otra emoción negativa primaria básica, desde la que surgen todas las demás emociones negativas: la tristeza, la angustia, la ira, la rabia, el asco, la inseguridad, la hostilidad, la agresividad, el odio...
Cuando estamos en el vientre materno todos nos formamos con el impulso de atracción hacia nuestro entorno, de vivir en armonía con él, de sentirnos SEGUROS en él. La conservación de nuestra vida y de nuestra especie depende de esa sensación de SEGURIDAD que sentimos cuando estamos en armonía con el entorno, cuando amamos y nos sentimos amados.
Lo contrario de la seguridad y el amor, es el MIEDO. El bebé desde que sale del útero materno, sabe que su SEGURIDAD y su supervivencia depende del AMOR que la madre y su entorno primario sientan por él. La separación brusca de la madre, la ausencia de un cuerpo humano que le cuide, le hable, le mire y le sostenga permanentemente, genera en él las primeras sensaciones de INSEGURIDAD Y MIEDO, que hoy preferimos llamar ESTRÉS. Las sustancias que el organismo genera en situaciones de alarma o estrés, son las mismas del miedo: la adrenalina y el cortisol que nos prepara para la huida y para la guerra. Y ese miedo, inseguridad, estrés, consecuencia de lo que el bebé interpreta como DESAMOR, va lesionando el pequeño cerebro, más vulnerable cuánto aún está en formación, hasta convertir a la criatura en alguien propenso a la sumisión o a la agresividad, que son las dos caras de la misma moneda.
La VIOLENCIA es siempre la consecuencia del miedo, lo opuesto del amor. La falta de autoestima es otra forma del miedo. La capacidad de amar a los demás es la misma de amarse a uno mismo, y viceversa.
No todos los niños carentes de afecto serán violentos, sumisos, o neuróticos. Algunos serán resilientes, y desarrollarán estrategias de normalización. Pero detrás de todo ser humano violento, sumiso o neurótico sí hay un niño que no recibió el suficiente amor, o al menos no del modo en que él podía interpretarlo.
Se abren los telones de la comprensión de las emociones, que es la comprensión del espíritu humano en toda su profundidad. Los ateos y científicos no quieren hablar de "espiritualidad". Pero cada vez se parece más.
Y el origen de todo está, cómo no, en el evidente principio: el embarazo, el parto, el nacimiento, la lactancia, la infancia.