Revista Cultura y Ocio

La escritura del diablo

Publicado el 04 mayo 2019 por Rubencastillo
La escritura del diablo
Liberio es un monje que ha dedicado gran parte de su vida —como la etimología de su nombre nos está indicando de forma simbólica— a los libros, a los que ama de forma absoluta. Cuando ronda los veinte años, ha de llevar el Apocalipsis en su memoria a un lejano convento aislado por la nieve: sólo cuando pueda abrirse paso y llegar hasta allí dispondrán sus hermanos en Cristo de una copia fiable del sagrado texto. El muchacho, animoso, emprende el largo viaje guiado por la generosidad y por su alto sentido del deber; pero ignora que un enemigo le espera en el camino: se trata del diablo que, disfrazado, pone ante el bibliófago Liberio una tentación durísima: “Te dejaré leer todos los libros del mundo si me dejas ir a mí a dictar el Apocalipsis del Evangelista”. Y aún recibirá en los años siguientes otras dos nuevas tentaciones, ambas relacionadas con el mundo de los libros, a las que también opondrá su tenaz resistencia.Pero la soberbia anida lentamente en el alma de Liberio y le hace concebir la idea de escribir su propio libro, que quizá le permita ser “alabado más que nadie por todas las gentes del mundo, presentes y venideras”. El problema es que, cuando se pone a la labor, experimenta una amarga anquilosis: apenas consigue pasar de la primera frase. No es que no sepa escribir, o que le falten ideas, argumentos o recursos para abordar esa tarea, sino que, cada vez que elige unos verbos, hilvana unas palabras, adhiere unos adjetivos o escoge un orden sintáctico determinado, le desazona descubrir “que aquella frase ya había sido escrita, recordando, con hondo pesar suyo, de qué libro, y en qué lugar, incluso cuándo, lo había leído y memorizado”. En esas condiciones, su pluma queda bloqueada durante meses, y la obra no avanza.El diablo, no obstante, aún no ha dicho su última palabra. E intervendrá en la vida de Liberio de un modo infinitamente sutil… y catastrófico.De esta novela corta de Santiago, publicada en 1986, se llegó a rodar un largometraje en el instituto nacional de bachillerato de Cieza: profesores, alumnos, conserjes, administrativos, lectores y críticos, coordinados por Bartolomé Marcos Carrillo y con aportaciones tan entusiastas como la del exquisito poeta Aurelio Guirao participaron en él. No es mal momento para recordar novela y película.

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