Revista Cultura y Ocio

La Escucha. Primera parte

Publicado el 11 mayo 2015 por Tradux @TraduxNews

La Escucha. Primera parte

«Aprender a discutir, a refutar y a justificar lo que se piensa es parte irrenunciable de cualquiera educación que aspire al título de “humanista”. Para ello no basta saber expresarse con claridad y precisión (aunque sea primordial, tanto escrito como oralmente) y someterse a las mismas exigencias de inteligibilidad que se piden a los otros, sino que también hay que desarrollar la facultad de escuchar lo que se propone en el palenque discursivo. No se trata de patentar una comunidad de autistas celosamente clausurados en sus “respetables” opiniones propias, sino de propiciar la disposición a participar lealmente en coloquios razonables y a buscar en común una verdad que no tenga dueño y que procure no hacer esclavos.»
Fernando Savater. El valor de educar.
En los sesudos – y caros – seminarios de Recursos Humanos, es norma empezar preguntando por las razones de insatisfacción en el trabajo; y, en una proporción sorprendente, la mayoría de los intervinientes se lamentan por la falta de comunicación: “no hacen lo que pido”, “no se me atiende cuando tengo un problema”, “nadie me tiene en consideración si expreso una idea”...El problema es lo suficientemente grave como para haber hecho de la consultoría en comunicación un negocio próspero. En cualquier ciudad hay un amplio surtido de cursos de oratoria, técnica escrita, o incluso habilidades de lectura rápida. Sin embargo, apenas si se tiene en consideración lo que es la clave de la comunicación eficaz: la escucha activa.
La Escucha. Primera parteDesde nuestros inicios, aprendemos escuchando e imitando lo que vemos. El lenguaje, nuestro aprendizaje más elaborado y sorprendente, es fruto de la escucha; y sólo después, pasados unos años, desarrollamos las capacidades de lectura y escritura.  Aprendemos entonces primero escuchando y después hablando, y sólo en tercer y cuarto lugar leyendo y escribiendo. Pues bien, lo sorprendente es que a un niño se le educa justamente al contrario: primero a escribir, después a leer y a hablar, y sólo en último lugar a escuchar. Lo más importante se relega al final, se obvia como se olvida lo evidente; y es que se confunde escuchar con oír, lo segundo una facultad animal innata.  Lo primero, escuchar, una cualidad humana que necesita de aprendizaje, entrenamiento y constancia.
Hay más: para escribir y leer me valgo conmigo mismo, pero para escuchar hace falta que seamos dos, y la cosa se complica. El ejercicio de este arte – porque de un arte se trata – a menudo es impredecible, y es necesario adaptarse a las circunstancias: los otros son muchas veces repetitivos, aburridos o soberbios, y apetece desconectar de lo que nos dicen, dejando si acaso un pequeño rastro de consciencia por si se nos pregunta. Nos convertimos en “escuchadores” de mirada bovina, en apariencia atentos, pero en realidad ausentes.  ¿Cómo hemos desarrollado esta tendencia a la sordera amable?
Primero, lo hemos dicho, no recibimos formación alguna en la escucha, a la que consideramos como una facultad innata. Pero, además, durante los últimos decenios hemos descubierto una forma nueva de escucha solitaria y despersonalizada: la televisión y la radio.
La Escucha. Primera parteUsted está sentado delante de la televisión, escuchando a un locutor durante el noticiario del mediodía. Desde luego son dos, el locutor y usted, pero el periodista no se está dirigiendo directa y únicamente a usted, sino a una masa sin rostro, a una audiencia anónima y millonaria. Esta despersonalización le ofrece al espectador unas ventajas evidentes: si la emisión le resulta aburrida, puede cambiar de canal sin que el presentador se sienta ofendido por ello, lo mismo que en la radio cambiamos de emisora o abandonamos la lectura de un libro.  Acostumbrados a esta lucha entre el mando a distancia y el aburrimiento, se ha asentado un hábito malsano por el que a menudo escuchamos sin atender, despistados o ausentes, y mostramos tener muy poca resistencia al aburrimiento.  El tiempo se ha convertido en un bien valioso, por escaso, y no podemos permitirnos el lujo de malgastarlo en algo que no nos interesa o incumbe muy directamente. Las prisas suelen abotargar la escucha, y la comunicación se ve constreñida por unas exigencias de eficacia difíciles de cumplir. La televisión es un foco de información amable, porque ni se enfada ni contesta, porque nos ofrece una realidad en la que podemos sentirnos protagonistas. Hay una desproporción enorme entre el esfuerzo de atención y la cantidad y calidad del mensaje recibido; y las noches ofrecen en todos los hogares esa luz tambaleante e hipnótica de la pantalla iluminada.  La Escucha. Primera parteLuego, ya en la dureza cegadora de la luz del día, fuera del hogar, ejercitamos una escucha impaciente, pensando las respuestas antes de que el otro haya acabado de hablar, o distraídos en otras cosas que creemos más interesantes.  No importa: en un mundo de sordos funcionales, lo adaptativo puede ser pensar en uno mismo y desatender a los demás; si algo nuevo tengo que saber, ya me lo dirá la televisión. Los otros no tiene la gentileza de comunicarse en titulares, con la brevedad urgente de un mensaje en el móvil. Se adornan con metáforas, nos aturden con mensajes no verbales y pretenden ser sujetos en vez de objetos. Pretenden ser personas. Antonio Carrillo  

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