Revista Cultura y Ocio

La España romana

Por Joaquintoledo

La España romana

La España romana

Tras el fin de la Primera Guerra Púnica en el año 264 a.n.e., la familia cartaginesa Barca apoyó el plan de los mercaderes de expansión por el Mediterráneo, y estos los de la familia dándoles dinero para emprender sus campañas. Eligieron España, que aún no se encontraba dominada por los romanos y donde los cartagineses tenían algunos puertos como Gades (actual Cádiz) fundada hacia el 1104 a.n.e., y otros de menor importancia, así que cuatro años después de firmado el tratado de paz con Roma, Amílcar, general cartaginés, condujo su ejército hacia la península. Apoyándose en estos puertos pudieron desembarcar y dedicarse a empujar hacia el interior a las tribus y pequeños reinos que habitaban la península ibérica, donde por supuesto, todos los que se opusieron a Amílcar, fueron reducidos a diestra y siniestra. La mayoría de asentamientos cartagineses fueron cercanos a la costa y muchas de ellas se convirtieron en importantes nexos con los puertos que los cartagineses iban fundando. Las campañas de Amílcar duraron nueve años y tuvieron mucho éxito; con las nuevas ricas tierras de España se podría recuperar la economía y además defenderse ante la creciente amenaza romana. Sin embargo Amílcar perdería una batalla frente a los oretanos en el sudeste peninsular, por lo cual se retiró y más tarde fue muerto por la persecución que el rey Orisón le dio, era el 229 a.n.e. En honor de Amilcar Barca se fundaría la ciudad de Barcelona.

Asdrúbal quiso vengarlo y en efecto así lo hizo destrozando toda resistencia oretana y continuando su expansión por la costa de la península, que poco a poco se iba acercando a Roma. Se dice que para entonces contaba con un ejército de 50 mil soldados, 6 mil caballos y 200 elefantes especialmente entrenados para la guerra. Poco después fundó la ya mencionada Cartago Nova o Cartagena, una ciudad-puerto símbolo de la época de mayor apogeo de Cartago, mientras los romanos se ocupaban de acabar con sus enemigos típicos, los galos. En el 226 a.n.e. se firma un tratado con los romanos en la que se establece el río Ebro como límite para  la expansión cartaginesa. Aníbal, hijo de Amílcar, contaba para aquel entonces, aproximadamente el 221 a.n.e., con veintiséis escasos años, no obstante eso no le impediría ser considerado un genio del combate que haría retumbar el poderío de Roma hasta sus cimientos, a quién él mismo Tito Livio (historiador romano), describiría como el primero en llegar y el último en retirarse de un combate, así como de irradiar una energía que sembraba el entusiasmo y la fe en sus compatriotas. Aníbal decidió continuar con los planes de su familia, pero él los llevaría a cabo más lejos. El plan era sencillo, marchar sobre Roma, pero no del mismo modo en como todos esperaban, él mismo lo haría por tierra, consciente de la superioridad romana por mar. La guerra empezaría en Saguntum, una ciudad griega bajo estricto dominio romano en España muy cercana a Cartagena, cuya población estaba dividida entre los pro-romanos o los pro-cartagineses. Como era de esperarse, uno y otro bando ofrecían protección ante cualquier disputa. Unos y otros se prepararon, siendo Aníbal el más seguro ya que hasta entonces Roma carecía de un general competente. En el año 219 a.n.e. Aníbal Barca, respondiendo a los llamados de los que simpatizaban con él, pone sitio a la ciudad y la incorpora a Cartago, la segunda guerra púnica, había empezado y con un ejército poderoso Aníbal puso marcha rumbo a Roma.

La campaña del cartaginés en Italia tuvo un éxito inicial grande y estuvo a punto de tomar Roma, pero era innegable el desgaste que habían sufrido sus tropas. Cuando la situación de Aníbal se hacía apremiante en Italia, los romanos planean una sagaz estrategia, que acabaría con su principal territorio de apoyo en Europa: España. Durante las guerras púnicas los romanos desembarcaron en Ampurias en el 218 a.n.e. Los romanos enfrentaron algunos reveses en la sólida base que era España para Cártago con las muertes de los hermanos Publio y Cneo, el primero en Castulo (Cazlona, provincia de Jaén) e Ilorci (Lorca, Murcia) respectivamente, a pesar de que las cosas en un principio marcharon bien pues el objetivo de Roma era evitar que los cartagineses salgan de España con sus aliados para apoyar la campaña de Aníbal contra Roma. Para el 212 a.n.e. Roma había obtenido algunas conquistas en el Levante hispánico, y tras estos acontecimientos estuvo a punto de perderlas, sin embargo cuando Escipión, el joven, hijo del difunto Publio Cornelio Escipión, asumió el cargo, las cosas cambiaron. Tomó en breve tiempo Cartagena, y derrotó a Asdrúbal en Bailén de Andalucía. Esto mermó las tropas del cartaginés, pues si bien fue en ayuda de Aníbal, no llegó a emprender la marcha con todas sus fuerzas. En el 208 a.n.e., Asdrúbal sale con un ejército desde la península ibérica para ayudar a Aníbal, pero fueron derrotados al año siguiente en el río Metauro,. Escipión, mientras tanto, se fue ganando la fe de los ibéricos sometidos a los cartagineses, y tras la retirada de Asdrúbal y su derrota en la batalla de Metauro, había conseguido arrebatarles a los cartagineses casi todas sus posesiones españolas. Su tarea se vio consolidada en la batalla de Ilipa (Alcalá del río, Sevilla) y la toma de Cádiz, ambas en el 206 a.n.e. Aquel año los cartagineses deciden que su posición en la península es insostenible y retiran sus últimas tropas, España y los actuales territorios de Portugal pasaban a manos de los itálicos.  Los romanos se habían introducido así en una guerra de casi doce años, pero consolidaron su posición el continente.

Los españoles nativos luchan contra los romanos

Antes de que iniciara la Tercera Guerra Púnica, Roma quiso asegurar sus costados sometiendo Grecia y Macedonia, además de la península ibérica. Pero esta última tarea,  les costó mucho. De igual modo, los habitantes de España de aquella época, que habían recibido como libertadores a los romanos, pronto cayeron en cuenta de que habían intercambiado a un dominador por otro. Los romanos llegaron allí, para quedarse. Los peninsulares se resistieron,  y pronto se mostraron como maestros en la guerra de guerrillas. Los ilergetes al mando de Indíbil y Mardonio se rebelaron hacia el 197 a.n.e. Lo cierto es que los gobernantes romanos en España eran bastante incompetentes y hasta crueles. Las cosas cambiaron cuando Catón, el Censor, inició su campaña desde Ampurias con 70 mil soldados y 5 mil caballos, y sometió a España Citerior (Cataluña y cuenca del Ebro) prolongando sus dominios e influencias hasta la Meseta y Andalucía. Se jactó de haber, en cuestión de un año, haber pasado cuchillo a cerca de 400 poblaciones españolas vendiendo o esclavizando a sus habitantes. Incluso llegó a enviar 1400 libras de oro y 25 mil de plata, ya en lingotes o en metal acuñado. Si hemos de exceptuar el gobierno pacífico del pretor Tiberio Sempronio Graco, entre el 178 al 154 a.n.e., las depredaciones, por decirlo de algún modo, de Roma hacia los pueblos ibéricos fueron comunes y a gran escala. Además cundió la traición, el crimen y el genocidio. Por ejemplo Licinio Lúculo, político y militar romano, atacó a los vacceos, quienes eran leales a Roma, también engañó con perfidia a la indefensa población de Cauca (Coca, en Segovia), a la que pasó cuchillo, degollándola. Los arévacos reaccionaron indignados ante los abusos romanos, eran tribus del alto Duero y vencieron al general romano Nobilior. Lo sucedió Marcelo que también tuvo que rendirse pero el tratado que firmó no fue reconocido por el Senado Romano.

La rebelión antológica por excelencia es la de los lusitanos, que si bien ocupaba gran parte de lo que hoy es Portugal, compartía algunos territorios de España. Eran muy celosos de su libertad, y se mostraron indignados cuando en el año 150 a.n.e., bajo el pretexto de algunos negocios y repartos de tierras, el gobernador romano Sergio Sulpicio Galba convocó a 9 mil lusitanos, y los cercó con sus tropas, los acorraló para venderlos y los degolló. Se presentó la denuncia respectiva al Senado que, descaradamente, lo absolvió. Entonces la guerra prosiguió en Turdetania, región compuesta por el valle bajo de Guadalquivir y las montañas que separan Córdoba y Sevilla, en aquella ocasión el general Vectilio mandaba en los romanos. Viriato, un pastor que había sido uno de los pocos que logró escapar de la trampa de Galba, se puso al frente de sus compatriotas luchando fieramente contra los romanos. Vectilio, y sus sucesores Plancio, Unimano y Nigidio, fueron vencidos. El pastor y ahora militar, Viriato demostró grandes dotes en la batalla, atacaba siempre a los romanos sorpresivamente atrayéndolas al terreno que quería para vencerlas, así sucumbieron varias legiones. Las tropas de Fabio Serviliano, por ejemplo, fueron encerradas en un desfiladero, a quienes, hidalgamente, se les liberó. Pero los romanos no correspondieron del mismo modo, y casi siempre exterminaban a sus adversarios, trataban con crueldad a los prisioneros, cortándoles la cabeza o las manos. Viriato, había conseguido formar un gran ejército, pero siempre para operaciones defensivas. El general romano Servilio Cepión hizo asesinar a Viriato a traición pues no podía hacerlo en el campo de batalla. Los lusitanos quedaron desmoralizados e incapacitados; el país fue finalmente ocupado por Décimo Bruto.

En Castilla, los triunfos de Viriato dieron fuerza a algunas tribus. La lucha se entabló al nordeste de la región que rodea a la población de Numancia. Así como Cartago en África y aún más enraizado al sentimiento español, como Guernica muchos siglos más tarde, la ciudad sería reducida a ruinas. Los generales romanos Pompeyo Rufo, Popilio Lenas, Hostilio Mancino, entre otros sufrían derrotas, era inexpugnable. Por ejemplo, Pompeyo Rufo había intentado tomar la ciudad en el 140 a.n.e., con cerca de 30 mil soldados frente a 8 mil defensores, no tuvo éxito. Su sucesor fue derrotado y su ejército de 20 mil legionarios hecho prisionero, pero se les libertó mediante un tratado que el Senado Romano desde luego no aceptó. Lépido, Filon y Pisón, tres nuevos cónsules, no intentaron atacar la ciudad, se conformaron con hostigarla o bloquearla, Numancia era llamada “el terror de la república”.

Ahora bien, Cartago había sido destruida de la faz de la tierra en el 147 a.n.e. por  Publio Cornelio Escipión Emiliano, hijo de Escipión el joven, quién fue llamado en el 134 a.n.e. para hacer lo mismo con Numancia, ante las preocupantes derrotas que sufría Roma. Reorganizó al ejército, impuso una disciplina más dura, alejó a sus hombres de la lujuria, entre otras cosas. Concentró 60 mil hombres en torno a la ciudad que tenía sólo 8 mil defensores, y ¡no lo consiguió! Roma estaba realmente desmoralizada. Se hizo lo mismo que en Cartago, someter la población por hambre. La situación pronto fue desesperada, y se dieron casos de antropofagia, pero el hambre sólo incrementó la resistencia de la urbe, que se negaba a rendirse. Los romanos finalmente luego de poco más de un año de sitio, tomaron la ciudad en el 133 a.n.e., la mayoría de los ciudadanos de Numancia lucharon hasta el final, se prendió fuego a la urbe y sus propios habitantes mataron a sus mujeres y niños, ancianos y otros hombres se suicidaron o fueron envenenados para no sucumbir a los romanos ni caer como esclavos. Publio Escipión Emiliano fue llamado el Numantino, sin embargo en la victoria le había quedado un sabor agridulce, pues no pudo llevar prisioneros encadenados a desfilar por las calles de Roma. Casi quince siglos después Miguel de Cervantes inmortalizó la gesta heroica de estos ciudadanos en la comedia La Numancia.

Toda la península ibérica era ahora provincia romana a excepción de los Pirineos, inaccesibles. La lengua latina y la civilización fueron llevadas a España como consecuencia. Durante los tiempos de Roma surgió un gran esplendor en la península, y España llegó a ser una parte íntima e importante de Roma. Por ejemplo, en el siglo de Plata de la literatura latina, del 100 al 200 d.n.e., todos los autores latinos como Lucano, Quintiliano, Marcial y Séneca, fueron españoles. El idioma romance, el español y algunas otras de sus variedades surgirían a partir del latín. Políticamente, Hispania estuvo dividida en primera instancia hacia el 195 a.n.e., es decir luego del fin de la Guerras Púnicas, en: Hispania Ulterior, primera división en la zona sur y oeste; Hispania Citerior, en la zona sureste. Luego al expandirse el dominio romano hacia el interior de la península, hacia el 29 a.n.e, los romanos tenían en su poder casi España, por ello el territorio quedó dividido en tres: Bética en el sur, Lusitania en territorios actuales de Portugal y la Extremadura, es decir al oeste, y la Hispania Tarraconensis, en el norte y noreste. Fue la síntesis que incorporó a otras dos provincias que se habían establecido hacia el año 298 a.n.e., es decir la Cartaginense y Gallaecia.

Ahora bien, dijimos que hacia el año 29 a.n.e., los romanos tenían “casi” la totalidad de la península, y dijimos casi, pues, faltó algo muy importante, los pueblos astures y cántabros que no se dejaron someter. Estallaron entonces las llamadas Guerras Cántabras, de casi diez años de duración. Cesar Augusto en persona, se trasladó al frente en el año 26 a.n.e., para dirigir la campaña él mismo. Los romanos a pesar de su enorme superioridad, llegando a desplegar hasta 70 mil efectivos o hasta más, no la vieron nada fácil, pues sus enemigos conocían bien el terreno y aplicaban la táctica de guerra de guerrillas. Las principales batallas se dieron desde aquella fecha hasta el 22 a.n.e., y vaya que fueron sanguinarias, la guerra se considera terminada hacia el 19 a.n.e., si bien continuaron existiendo rebeliones menores y los romanos dejaron en las regiones dos legiones por casi 60 años más. La región fue devastada y la mayoría de rebeldes hechos prisioneros, esparcidos o exterminados pues no querían ser esclavos. A propósito, continuó habiendo pequeñas resistencias también en la zona de los Pirineos y aunque fueron esporádicas y sin contar con una fuerza considerable, siempre representaron un símbolo de identidad para el pueblo español de la posteridad.

Entonces las guerras por tomar la península duraron casi dos siglos, con la ya mencionada destrucción de Numancia donde se había conseguido aniquilar el mayor núcleo de resistencia. Ahora bien, los romanos levantaron muchos construcciones comerciales y defensivas, y luego de los períodos de guerra empezaron a llegar emigrantes, sobre todo hacia finales del siglo II a.n.e. En el siglo I a.n.e., Julio César impondría una fuerte colonización y municipalización, así también fundó nuevas colonias que controlaran más la península y aseguraran la confianza de la población en Roma. Se concedió la ciudadanía romana, españoles eran llevados a prestar servicio militar, entre otros aspectos. Más tarde Augusto instauró los municipios de Osca, Calagurris, Baetulo, Segóbriga, Ilerda, entre otros. Vespasiano concedió el derecho latino a todas las ciudades de Hispania. Cartagena y Cádiz alcanzarían cierto desarrollo en toda la época romana. Las colonias y municipios romanos, a diferencia de las ciudades españolas, estaban exentas del tributo, algunas tenían privilegios jurídicos. Otras, además de pagar el tributo debían aportar soldados al ejército imperial. Entre otras curiosidades podemos señalar que emperadores como Trajano, Adriano y Teodosio, fueron de España. El dominio de Roma duraría hasta prácticamente finales del siglo V, cuando empezaron las primeras invasiones bárbaras.


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