Instituto de Historia Antigua y Medieval
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Buenos Aires
Universidad Nacional de La Plata - CONICET
La súplica debe ser selectiva en cuanto al potencial benefactor, que será una persona que, por una incitación emotiva y religiosa, compartirá su riqueza con el pobre. El motor de la caridad es la compasión hacia quien la demanda, inducida por la cosmovisión cristiana. Así, los mendigos combinan la apelación a este tipo de sentimientos en su discurso, que personalizan según a quién se dirijan. En este punto vemos que cada persona es movilizada por estímulos diferentes, asociados a las variaciones que cada tipo social imprime en su creencia, lo cual exhibe la heterogeneidad de la religiosidad popular, que no resulta en un catolicismo monolítico. En este contexto debemos encuadrar la acusación de que el mendigo miente con su actividad, que entra en la misma lógica religiosa, en la medida en que es un engaño a la práctica de la caridad cristiana.
En el segundo capítulo del libro tercero encontramos una agrupación de mendigos que normalizan el limosneo para una mayor efectividad de todos los miembros del grupo en su ejercicio. El aprendizaje dentro del ámbito marginal es un tópico en la picaresca, funcional a su objetivo didáctico vinculado con la estigmatización de estos hombres, a quienes se supone agrupados en un mundo paralelo y oculto que se imagina antagónico a las normas sociales, donde se enseñan las prácticas delictivas. En este contexto, la enseñanza de las diversas "artes" del gremio indica la propagación de este mal social, a partir de la oculta -y en tanto que oculta, incontrolable- socialización de los marginales. Veamos este tópico en la novela:
Después di en acompañarme con otros ancianos en la facultad, que tenían primores en ella, para saber gobernarme. Íbame con ellos a limosnas conocidas, que algunos por su devoción repartían por las mañanas en casas particulares .
Este pasaje ilustra cómo el pícaro subvierte la caridad para usar una dádiva que debería ser para un verdadero pobre, en su propio provecho; asimismo, la enseñanza de las artes mendicativas dentro de su ámbito y la falta de control sobre la caridad que, por no ser institucionalizada sino particular, resulta fácilmente alterable en favor de los falsos mendigos.
La forma de nombrar la expansión de esta plaga puede compararse semánticamente con la noción de contagio de la enfermedad, en tanto es involuntario y silencioso. Según vemos en la Guía y avisos de forasteros que vienen a la Corte de A. Liñán y Verdugo , el contacto con el hampa puedeconllevar la degeneración moral de quien lo frecuente, lo cual puede ocurrir de una manera no intencionada, escapando a la voluntad de quien incurre en ello.
En el prólogo de Mateo Alemán a la obra esto se anticipa. Así, sostiene respecto al vulgo:
¿Cuál piedad amparan tus obras? ¿Cuáles defectos cubre tu capa? ¿Cuál atriaca miran tus ojos, que como basilisco no emponzoñes? ...
¿Qué santidad no calumnias? ¿Qué inocencia no persigues?... Y si hubiesen de pintar al vivo las penalidades y trato de un infierno, paréceme que tú sólo pudieras verdaderamente ser su retrato .
En este pasaje vemos la enumeración de acusaciones: el ocultamiento, la animalidad, la profanación, la maldad, concluyendo con la asimilación al diablo. Esto contribuye a la comparación con el problema de los demonólatras y herejes, como venimos sosteniendo.
La existencia de un número elevado de marginales en las grandes ciudades conlleva la suposición de que se agruparan en una cofradía .
Comentaremos brevemente el caso narrado en la novela y escarmiento catorce. Ésta refiere cómo una joven que vivía con su familia en una casa principal de Madrid se pierde como consecuencia de su enamoramiento de un "hombre de los ociosos y sobrados en Corte" ( Ibidem, p 250). Ella "convirtióse tan en otra mujer, que arrojó las disciplinas, dejó las contemplaciones y (...) se moría por mirar y ser vista" ( Ibidem, p 252). La idea de embrujamiento y de la curiosidad femenina vinculada a la transgresión de las normas se evidencia cuando la muchacha comenta a su criada -quien estimula a la muchacha en su elección amorosa-, "no sé qué me trajiste en este libro y en esta cinta, que muero por saber quién es ese hombre" ( Ibidem, 253). Este pícaro, entretanto, también había enamorado a otra mujer, que "falta de juicio y paciencia", se lamenta porque "una mujer tan rica, tan hermosa, tan principal y tan muchacha, ha puesto los ojos en un pícaro sin camisa, de la más vil gente del mundo, que si yo no le sustentara y vistiera, pidiera limosna" ( Ibidem, p 255). Ella decide delatar a la muchacha frente a su padre, a la cual la "descubrió el demonio un camino arrojadísimo" ( Ibidem, p 256). El hombre, al enterarse, sospecha que se trata de "alguna ilusión del demonio".
A partir de esto, la muchacha huye de su casa junto a su criada. Si bien en el final del relato la protagonista consigue un feliz casamiento, el narrador reflexiona: "Mirad lo que pasa en la vida de Corte, y cuán á peligro se crían de perderse los hijos é hijas en ella, y porque de camino, si no son demasiado buenas las inclinaciones, hay quien los distraiga" ( Ibidem, p 264). Esta breve historia da cuenta del peligro que suponen -según el autor- los marginales que, silenciosamente, pueden desviar hasta a las personas más honradas.
Ver la idea de un submundo que se imagina como el reverso de las normas sociales, en este caso respecto a las brujas, en TOIVO, R. M., "The Witch-craze as holocaust: the Rise of Persecuting Societies", en Jonathan Barry y Owen Davies (eds.), Padgrave Advances in Witchcraft Historiography, Palgrave Macmillan. Hampshire, 2007, p 91; también CLARK, S., Thinking with Demons: the idea of witchcraft in Early Modern Europe, Oxford University Press.Oxford, 1997, p 557.
En este trabajo analizamos la primera parte de El Guzmán de Alfarache como un ejemplo de la estigmatización de los mendigos. El supuesto que encontramos en la novela se basa en la idea de que estos hombres son aptos para el trabajo corporal. A partir de ahí se especula sobre diversas simulaciones que ellos pondrían en práctica para engañar a quienes pudieran darles limosnas. Estas estrategias se basan fundamentalmente en la imagen de los mendigos, retrato compuesto por su atuendo y las diversas deficiencias físicas que simulan. Los pícaros refuerzan esta apariencia a través de su expresión verbal, haciendo uso de la sintaxis evangélica con la cual piden por amor a Dios, la Virgen o los santos, así como aludiendo a su pasado como trabajadores y a su incapacidad para seguir viviendo como tales en el momento en que requieren dádivas. La manipulación del discurso religioso y la apelación malintencionada a la devoción ajena para torcer las voluntades en pos de vivir disolutamente convierte su simulacro especulativo en un crimen aun más grave, pues además de la estafa, encontramos la profanación de los valores cristianos para arribar a fines antagónicos a los que la institución eclesiástica profesa, causando así daño al reino y la cristiandad. Esto indica una asimilación de la ideología dominante para reutilizarla con fines distintos a los originarios; señalando el contacto del grupo con la cultura de su tiempo -vínculo alterado por provenir de los márgenes. De este modo, encontramos que la novela expone cómo estos hombres consiguen evadir todo tipo de control y cómo, finalmente, su supervivencia constituye una responsabilidad de las personas socialmente integradas, mientras se hace alusión a su peligrosidad, que radica en la imposibilidad de efectivizar el control sobre ellos.
El poder político intenta, tal como vimos en las Cortes, regular la vida y las conductas de estos hombres; pero esta voluntad resulta contrariada ya que su existencia encarna una lógica diferente de aquella a partir de la cual se maduran las normas y se pretende la efectivización del control, por medio de la
fijación espacial . La lógica del poder se basa en la suposición de una sociedad sedentaria y corporativa, pero estos postulados son contrariados por la vida errante de los marginales que aquí nos ocupan. De ahí que, ante la imposibilidad de su subsunción al trabajo, se pretenda instalarlos en las comunidades, intención que tampoco resulta efectiva. En este sentido, A. Serrano González propone la existencia de un paralelismo entre el soberano y los marginales, ya que ninguno de ellos puede ser sometido a las reglas de la sociedad, el primero por tener la suma del poder público y los últimos por ubicarse fuera de las estructuras de poder .
El autor pretende demostrar, tal como vemos en el prólogo, así como a partir de las reflexiones del pícaro arrepentido, la segregación de los marginales, pero a lo largo de la obra se trasluce la posibilidad de supervivencia de estos hombres a través de su inserción en la sociedad de manera individual. Esta existencia que fluctúa entre la exclusión y la inclusión sólo puede ser explicada por la confianza que depositan en el pícaro los diversos sujetos que lo contratan o benefician, a quienes de una u otra manera aquél traiciona. La novela muestra el lado oculto de estos hombres que están inmersos en la comunidad y que, con su forma de vida, atentan contra el orden. Estos postulados coinciden con la suposición de que los vagabundos no trabajaban porque no deseaban hacerlo ya que preferían esa vida descansada, cuando en realidad no existían plazas laborales para ellos.
Esta obra pretende predisponer a los lectores contra los mendigos, mostrando que detrás de su aspecto simulado esconden un submundo extremadamente nocivo para el reino . Esta idea se repite a lo largo de otras novelas del mismo género, cuyas descripciones son relativamente parecidas. Aquí exploramos la posibilidad de pensar que se trata una literatura propagandística que se presenta en apoyo de la segregación y persecución de los vagabundos apelando al miedo para construir la estigmatización de un sector que funciona como chivo expiatorio, haciéndolo encarnación de los problemas de la sociedad, mediante la referencia a su peligrosidad .
La ineficacia de las regulaciones se constata a través de la lectura de las Cortes, en las que se observa la repetición de la normativa propuesta a lo largo del tiempo, así como el aumento de las penas que se aplicarían contra los vagabundos. En segundo término, debemos considerar que si durante los siglos XIV y XV la norma apuntaba a insertar a los marginales en la actividad productiva, durante el siglo XVI la aspiración se reduce a limitar su movilidad así como a alojarlos en hospitales, lo cual es testimonio del fracaso en dar una salida política al problema. Veamos algunas peticiones del siglo XVI:
"V. M. mandó en las cortes de Valladolid que los pobres mendigantes no andoviesen a pedir por Dios fuera de su naturaleza, y los corregidores no lo quieren executar." Cortes de Madrid de 1528, pet. 45, en RAH, Op. cit., T IV, p 469.
"...y que en las ciudades, villas y lugares principales donde se supiese, y ouiese dos hospitales y no mas, vno para las enfermedades contagiosas, y otro para acoger los pobres, y de otras enfermedades." Cortes de Segovia de 1532, pet. 62, en Ibidem, T IV, p 556.
Ver también MARX, C., Op. cit., pp 624 y ss.
SERRANO GONZÁLEZ, A., Como lobo entre ovejas. Soberanos y marginados en Bodin, Shakespeare, Vives, Centro de Estudios Constitucionales. Madrid, 1992, p 22.
Sobre la comparación de las descripciones en el continente ver GEREMEK, B., Op. cit. Sobre la similitud de las imágenes construidas acerca de otros grupos marginados -judíos y leprosos-en comunidades espacial y temporalmente distantes ver GINZBURG, C., Historia nocturna. Un desciframiento del aquelarre, Muchnik. Barcelona, 1991, p 58.
El retrato atemorizador se construye también a partir de la idea de un grupo oculto en el cual se inventan, organizan y comunican los distintos artificios que los pícaros utilizan contra el resto de la población cuando abandonan este espacio y están diseminados en la sociedad . Justamente su incrustación epidérmica en el cuerpo social les permite actuar, ya que no son excluidos absolutos. Este retrato se asienta en la contradicción de los valores aceptados socialmente, se los supone enfermizamente ambiciosos y mezquinos, sujetos que pueden acumular grandes riquezas a partir de la limosna y otras actividades de rapiña sin, a pesar de ello, dejar de practicarlas. Se les imputan aberraciones como lastimar sus cuerpos y los de sus hijos u otros niños para generar compasión . Esta desconfianza nos conduce a la presunción de culpabilidad del mendigo de ser un falso pobre a priori.
Esta imagen que observamos en El Guzmán I se reitera en otras novelas picarescas, cuyos autores también recurren a este tipo de retratos que pretenden atemorizar a la sociedad frente al accionar organizado y oculto de un grupo del cual todos pueden ser víctimas debido a su carácter secreto. La misma imagen es reproducida por otro tipo de textos, como los "avisos" que hemos referido, cuyos casos presentan historias muy similares a las de la picaresca ; por su parte los escolásticos imputan a los mendigos algunas prácticas y vicios que se mencionan en la novela .
Debido a todo lo expuesto nos vemos obligados a cuestionarnos ópticas tan uniformes. La narrativa es una fuente de destacado interés porque plantea la necesidad de deslindar qué descripciones corresponden a la realidad, cuáles son determinadas por los recursos literarios y qué observaciones dependen de la subjetividad del autor -que responde asimismo a la demanda de un público lector y al interés de un mecenas. Si consideramos que la imagen se repite no sólo en la narrativa sino también en otro tipo de escritos, en primera instancia podemos creer que aquello que leemos corresponde fielmente a la realidad. Sin embargo, justamente la similitud de estas imaginaciones, no sólo en las fuentes españolas sino también en las europeas puede sugerir lo contrario. ¿Es posible que las prácticas de los mendigos se repitan casi idénticas en lugares alejados e incluso en tiempos relativamente distantes? Entonces, esta imagen puede haber sido creada por los propios acusadores, basada en parte en prácticas
Esta marginalización y condena basadas en la suposición de un complot oculto con fines maléficos, tienen puntos de contacto con la persecución de las brujas durante la temprana modernidad, pues se trataba de personas que eran acusadas también de aparentar algo diferente de lo que realmente eran con el objetivo de hacer el mal guiadas por el diablo. Asimismo podemos pensar en las ideas sobre el complot de los judíos para envenenar aguas, etc. En el primer caso, la maldad escapa a la voluntad del ejecutor, que es guiado por una fuerza superior (el demonio); en el segundo, el motor de la marginación es religioso (una característica heredada familiarmente), pero a partir de eso se supone la conspiración con el fin de, por un lado culparlos del crimen y por otro, despertar el miedo en el resto de la población . Esto los diferencia de los marginales que aquí estudiamos, de quienes se suponía que por su propia voluntad decidían volcarse a esta forma de vida .
Los mendigos son marginados a partir del hecho de que no trabajan, siendo la vagancia una cualidad condenable para un sujeto cuya condición de clase -pobre- le quita el derecho a la ociosidad. A partir de allí se construye la idea conspirativa que la picaresca recoge, reproduce y exacerba . Así, la estigmatización de los mendigos radica en un cuestionamiento moral cuyo trasfondo es económico. Si la construcción monárquica implica la creación de la imagen de un enemigo interno, haciendo necesaria la vigilancia coercitiva , podemos considerar entonces que las imágenes que repasamos aquí sobre los mendigos encuentran también su explicación en este fenómeno.
Encontramos aquí el vínculo entre chivo expiatorio y situaciones de "desorden social". Al respecto, es interesante la relación establecida por S. Clark respecto a las brujas. Ver: CLARK, Op. cit., p 556. Ver también en relación con la crisis social: PO-CHIA-HSIA, R., Social Discipline in the Reformation, Central Europe, 1550-1750, Routledge. Londres, 1992, p 160.
En este sentido encontramos nuevamente que las decisiones de "hacerse pícaros" de estos marginales son comentadas por los autores como elecciones razonadas, aunque establecen diferencias en las motivaciones que los conducen a ello. El Lazarillo se inicia en la existencia vagabunda como consecuencia del empobrecimiento y marginalización progresivos de la familia del personaje, célula que termina por desarmarse para poder garantizar la supervivencia de sus miembros. Entretanto, El Buscón comienza con la descripción de la vida marginal de la familia del protagonista, que determina su existencia. El muchacho, hijo de una mujer prostituta, hechicera y medio judía y un padre ladrón, opta por una tercera vía para sobrevivir, la vida picaresca -aparentemente menos riesgosa, si tenemos en cuenta el destino de los progenitores. Aquí, Guzmán decide abandonar a su madre para vivir de manera itinerante y, a través de la socialización marginal que adquiere a lo largo de la obra, se convierte en un delincuente que sobrepasa las infracciones de los pícaros.
Los leprosos también constituyeron un grupo temido, se suponía que la enfermedad los pervertía, y que pretendían propagarla. Los extranjeros han sido considerados en sociedades donde los hombres no eran móviles como sujetos anómalos y no confiables. Al respecto ver: DELUMEAU, J., Op. cit. Ver sobre el reemplazo de la marginación de los leprosos por la de los mendigos: GINZBURG, C., Op. cit., p 64.
MARX, K., El capital, FCE. México, 1984.
SERRANO GONZÁLEZ, A., Como lobo entre ovejas. Soberanos y marginados en Bodin, Shakespeare, Vives, Centro de Estudios Constitucionales. Madrid, 1992.
SANTOLARIA SIERRA, F., El gran debate sobre los pobres en el siglo XVI. Domingo de Soto y Juan de Robles 1545, Ariel. Barcelona, 2003.