España es un país en el que, en general, las expresiones sobre la 'res pública', de sus ciudadanos, incluso las más bienintencionadas, adolecen de toda la colorista gama de inmoralidades que puedan encontrarse en un catálogo al uso.
Relativismo moral, indiferencia moral, cobardía, hipocresía, regodeo, deshonra, indecencia, falta de pudor, irreligiosidad, impiedad, falta de respeto… prácticamente todas son de uso diario, y que se encuentran detrás de la mayoría de las manifestaciones públicas y privadas, verbales o no, que se dan en nuestro país respecto de los asuntos generales.
Las armas que la sociedad tenía para defender a cada ciudadano, a cada familia, a cada pueblo y a cada comunidad, de esas actitudes antes nombradas, han sido desactivadas políticamente: el reproche, el escándalo, el escarnio y la vergüenza son martillos de pega en manos de la ciudadanía, y sólo está permitido que las usen cuatro déspotas con acceso a los altavoces mediaticos y con cargos políticos. Siempre para sus propios fines, muy alejados de los de moralizar la vida de los demás y la de la patria.
Recapitulemos.
Cualquiera de las actividades humanas está rodeada de una extrema complejidad. Una humilde bolsa de plástico que nos ha ayudado a llevar la compra del supermercado y que termina en la basura, es producto de una compleja elaboración industrial que empieza en una complicada formulación química. Los mecanismos de distribución requieren de una compleja ingeniería. La empresa que las crea requiere de complicados mecanismos financieros para adquirir los materiales, mantener la maquinaria y pagar a los operarios. La impresión de sus logotipos requiere de maquinaria compleja y de programas informáticos que usan complicados algoritmos para crear sus diseños. Prácticamente todo es así en una sociedad industrializada como la nuestra. Ningún ser humano por si sólo podría concebir y crear algo parecido.
Que no sepamos cómo funcionan las cosas en su nivel teórico más profundo, no nos llevaría a la simpleza de decir que funcionan por sí solas, ni a la soberbia de decir que hay otras reglas más cómodas para cada uno, y que, por lo tanto, dos más dos es igual cinco. Sin embargo, la ética, que es una disciplina tan compleja como cualquiera de las técnicas, se ventila coloquialmente con un dos más dos es igual a cinco.
Cuando uno contempla esas librerías que requieren de escaleras para llegar a lo más alto, con anaqueles repletos de libros de Derecho, de Religión, de política… todos ellos hablando de ética, y resulta que en España cualquier imbécil puede manejarse desenvueltamente con una colección de tópicos sacados de vaya usted a saber qué eslóganes publicitaros.
Contemplamos a diario como sólo hace falta una imagen, para obtener un juico moral autómático, basado en la ética del punto cero. Juzgar el instante, usar los prejuicios, justificarlo mediante la compasión que nos produzca y atacar con este sentimiento primario nacido de la viscelalidad a quien exija algo más meditado. Dejamos que los medios abusen de estas prácticas demagógicas e inmorales para apartar el agua que debería de saciar nuestra sed de justicia y llevarla al molino de la política; la que se haya decido favorecer coyunturalmente.
La Justica que exijamos dependerá de la noción del bien y del mal que hayamos aprendido, o sea de la ética; y cuando éstas se distancian, se contradicen o no se conocen ni remotamente, la Justica pasa a ser una burla en la cara del ciudadano, y ya no la habrá para nadie. Esto está ya a la orden del día en los foros públicos y en los juzgados de nuestro Pais y debería preocuparnos muchísmo.
Que España; la nación que desarrollo el Derecho de Gentes; fundamento del Derecho Internacional moderno, se permita ser gobernada con semejante desapego moral, es como si los suizos decidiesen llevar la hora oficial del país con relojes de arena: una aberración, una burla a su pasado y un empobrecimiento voluntario. A la larga, también, la fuente de muchos dramas y conflictos.