Revista Política
La Evolución de los Partidos Políticos
Publicado el 30 noviembre 2013 por Jcarlosbarajas @kurtgoedel2000El primer país que se dotó a sí mismo de un sistema de partidos fue el Reino Unido. A finales del siglo XVII se fueron configurando dos grupos políticos con cierta organización, muy lejos todavía de la idea que se tiene hoy de un partido, los “whigs” (1) y los “tories” (2), que mucho más tarde acabarían por ser el partido liberal y el partido conservador respectivamente. Ambos términos, whig y tory, eran en un principio despectivos, whig – que viene del gaélico escocés – significa cuatrero y tory – que deriva del gaélico irlandés - significa bandolero, como vemos la identificación de los políticos con ladrones, hoy tan en boga, viene de lejos.
Los whig eran más progresistas, la izquierda de la época, y los tories, la derecha, aunque ambos términos entonces no existían, nacieron durante la Revolución Francesa. En una votación el 11 de septiembre de 1789 en la Asamblea Nacional Constituyente, en la que se decidía sobre el veto absoluto de la corona a las leyes que emanaran de la futura Asamblea Legislativa. Los que estaban en contra, y por tanto estaban a favor de que la soberanía residiera efectivamente en el pueblo por encima de la autoridad real, se situaron a la izquierda del presidente, y los partidarios de que el rey fuera un soberano en toda la magnitud del término se colocaron a la derecha. Así el término “izquierda” quedó asociado a las opciones políticas que propugnaban el cambio político y el término “derecha” se asimiló a los grupos conservadores que se oponían a los cambios. No creo que los diputados del “Jeu de Paume” (3) pudieran ni imaginarse la repercusión que tendría en la historia de la humanidad aquella sencilla toma de posición. ¿O quizás no fue tan sencilla?.
Desde aquellos tiempos los partidos fueron tomando protagonismo en el desarrollo de la vida pública de todos los países. Ya sea en las democracias liberales, en las que varios partidos se disputan los distintos niveles de gobierno en elecciones libres o en las dictaduras, que suelen apoyarse en un régimen de partido único. En estos últimos casos, siempre me ha parecido una incongruencia el término “partido” pues la palabra designa un grupo de personas agrupadas en torno a una misma ideología por oposición a otros grupos similares, si es único – en buena lógica – no puede ser partido. Así que ya sea de una manera o de otra los partidos políticos son los vehículos a través de los cuales se organiza la participación política en todas las sociedades que han desarrollado con mejor o peor fortuna un Estado.
Y se ha hablado y escrito mucho acerca de su futuro, de su posible desaparición, se habla del ocaso de los partidos. Muchos lo hacen desde la decepción con el sistema, se sienten excluidos de las decisiones políticas, ven en ellos estructuras al servicio de los intereses de los grandes grupos de presión. Mientras que a los ciudadanos sólo se nos consulta cada cuatro años, las élites económicas tienen línea directa con el poder político. Desde estas plataformas se incide en la necesidad de usar las nuevas tecnologías para fomentar formas de democracia directa, otros piensan que los grupos sociales y la acción colectiva serían los sustitutos ideales de los partidos como agentes de representación. Y sin quitarles la razón, al menos en el diagnóstico, el asunto no me deja de dar desasosiego pues recuerdo otros partidarios de la superación de los partidos con los que no me siento nada identificado. Como tengo esta memoria caprichosa e increíble o increíblemente caprichosa, no lo sé, me acuerdo de ver – con ojos de un niño de once años - un telediario en blanco y negro que se dedicó casi monográficamente al “Crepúsculo de las Ideologías” del diplomático y ministro franquista Gonzalo Fernández de la Mora (4), que aunque se recicló en la Transición para muchos era el filósofo de los inmovilistas. No sé si alguien de aquel telediario de 1971 se había leído el libro pero, con la excusa de la presentación de esa obra, recuerdo tal alegato en contra de los partidos que no se me ha olvidado mi infantil alivio por vivir en aquel país que tenía una frontera – los Pirineos – infranqueable para las peligrosas ideas que venían de Europa.
Pero, ¿cómo se ha llegado hasta aquí?, ¿han sido los partidos políticos siempre iguales?. Antes de contestar a esa pregunta vamos a hacer dos cosas que me parecen imprescindibles. Por un lado vamos a definir qué es un partido político, por otro, vamos a ponernos de acuerdo en una metodología para analizar su evolución. En ambos casos no vamos a inventar nada, sino que nos vamos a aprovechar de que existe una ciencia política que desde fecha muy temprana se ha ido ocupando de estos asuntos.
Para Edmund Burke (5), que por cierto era “whig”, un partido es un cuerpo de hombres unidos para promocionar por medio de la unión de sus esfuerzos el interés nacional sobre la base de un principio concreto respecto del cual todos se muestran de acuerdo. Para el politólogo británico Alan Ware (6) un partido político es una institución que busca influencia en el seno del Estado, a menudo para ocupar posiciones de gobierno, que representan varios intereses sociales y que hasta cierto punto están dispuestos a agregar más intereses. He puesto estas dos definiciones porque la primera está muy de acuerdo con lo que se pensaba que eran los partidos en el momento en que Burke participaba en el parlamento allá por el siglo XVIII y la segunda es actual y ambas marcan muy bien el camino que han seguido los partidos en estos dos siglos de diferencia, sobre todo en la parte de los intereses.
Respecto de la metodología a seguir hay estudios profundos y sistemáticos en diversas partes del mundo que han hecho ese trabajo por nosotros. En general, la mayoría de las tipologías o clasificaciones de los partidos se basan en el espectro ideológico, es un clásico el enfoque de familias espirituales de Von Beyme (7), pero hay muchas otras. Me gustan las investigaciones de Richard Katz (8) y Peter Mair (9)que se basan en el estudio de la evolución de tres variables: los militantes, la organización central del partido y los cargos públicos, me parece una clasificación muy original porque no tienen en cuenta la ideología y aportan la idea de los partidos cártel que veremos más adelante aunque, por supuesto, no le faltan los críticos.
Según este esquema el primer tipo de partidos que surgió fueron los partidos de cuadros. Era la época del sufragio censitario, siglos XVIII y XIX, lo que significaba en la práctica que sólo tenía el derecho al voto una parte de la población que cumplían una serie requisitos económicos, sociales, educativos y, por supuesto dada la época de la que hablamos, de género. Estos partidos carecían de organización central, las funciones que normalmente desarrollan este tipo de estructuras las realizaban los que estaban en el parlamento, es decir, los cargos públicos, sin el apoyo de lo que también se denomina a veces “el aparato”. No había empleados del partido. Los militantes eran grupos sociales locales, gentes con recursos e influencia, con derecho al voto que daban su apoyo al candidato y éste debía representar sus intereses en caso de ser elegido, aquella era la época dorada de la representación que suponía casi un contrato entre elector y electo. Aunque este formato de partido no difiere mucho entre los distintos países, se dio tanto en Europa como América, a finales del siglo XIX se conforma en el sur de Europa una versión propia que fue el caciquismo en España y el transformismo en Italia.
El paso de sufragio censitario al sufragio universal afectó al modelo de partido. El cambio fue gradual como lo fue la extensión del voto. La necesidad de movilizar a los nuevos electores, el aumento de la complejidad de las campañas electorales, el incremento de los costes y de los recursos de todo tipo para conseguir que un candidato saliera elegido requirieron del establecimiento de una organización central y de la existencia de una militancia de base. La organización establecía una ideología y una estructura más o menos jerárquica en la que se integraban los militantes. Éstos, a su vez, sostenían con sus cuotas las finanzas de la organización. Son los partidos con organización o partidos de masas, típicos del siglo XX.
Los cargos públicos se vieron envueltos a partir de entonces en una peligrosa dualidad fuente de conflictos. Por un lado eran cargos públicos, por tanto debían seguir una determinada ética y una fidelidad a los intereses de los ciudadanos, y por otro lado, eran cargos del partido, con otra ética y otras fidelidades. En los partidos de izquierda además se solía dar la presencia de cargos sindicales, en los derecha se confundían los intereses de grupos privados con los públicos. Los conceptos de partido de cuadros y partido de masass se deben al politólogo francés Maurice Duverger (10, 11).
Durante la segunda mitad del siglo XX los cambios económicos, culturales y tecnológicos se fueron sucediendo a un ritmo extraordinario, modificaron la forma y la frecuencia que toman las demandas ciudadanas. Se produjo un aumento de la importancia de los medios de comunicación y sobre todo de la televisión, que hizo que el lenguaje de la propaganda política cambiara radicalmente. Las mejoras en el Estado de Bienestar supusieron una mejora en las condiciones generales de la población, surgiendo con fuerza unas nuevas clases medias heterogéneas y de límites difusos que provocó que aparecieran estrategias electorales interclasistas en un intento por captar el mayor número posible de electores, en un ambiente muy competitivo entre las distintas opciones políticas.
Todos estos cambios han influido en las estructuras de los partidos, dando lugar a una nueva clase que Otto Kirchheimer (12) y otros llaman partidos “atrapalotodo” ("catch-all"), también se les conoce por partidos multicomprensivos.
En el partido de cuadros los cargos públicos eran dominantes y en el de masas predominaba la fusión entre la organización central y los militantes, en el modelo atrapalotodo es difícil determinar en la práctica cómo se jerarquizan y ordenan las relaciones, parece que la militancia de base pierde peso a favor de la estructura organizativa y los cargos empiezan a surgir de dicha estructura, los cargos públicos hacen primero carrera dentro del partido. Ya no es tan importante que los militantes peguen carteles electorales, que participen en las decisiones del partido, la ideología pierde también importancia en aras de un mayor pragmatismo, ya no tienen sentido los planteamientos utópicos, la política se convierte – más que nunca – en el arte de lo posible.
La financiación se convierte en un problema, las grandes maquinarias electorales son muy caras y los partidos buscan fondos en muy diversas fuentes y no sólo de las contribuciones de los militantes.
Esta pérdida de peso de los militantes aleja a los partidos actuales del partido de masas y los acerca a la estructura original de los partidos de cuadros. El punto culminante de este proceso de “desmilitantización” es el que Katz y Mair denominan partido cártel, pero que también se conoce como partido de cuadros moderno o partido electoral-profesional.
Un cártel cómo sabe el lector – y aunque la primera acepción del diccionario de la Real Academia es organización ilícita vinculada al tráfico de armas o drogas – es término prestado de la ciencia económica que designa un convenio entre varias empresas similares para evitar la competencia mutua y regular la producción, la venta y los precios en determinado campo industrial. Para los autores del concepto, precisamente lo que caracteriza este tipo de partido es que ya no es tan importante conseguir el Gobierno de la nación como formar parte del sistema, el objetivo es tener cargos públicos en los distintos niveles gobierno como base con la que obtener influencia, capacidad de decisión y financiación pública. Los partidos mayoritarios forman una clase política homogénea que impide la competencia de nuevas formaciones, lo que maximiza su financiación y los beneficios para sus miembros acumulando las ayudas públicas, que no siempre son dinerarias. Este tipo de estructuras, según los autores de este enfoque, favorecen el bipartidismo.
Y es que la financiación pública es la forma de financiación más habitual, en muchos países cobran según los cargos públicos obtenidos en las elecciones o directamente cobran fondos del Estado. Es el caso de España.
En la misma medida en que la militancia está en declive, el partido se profesionaliza. Los políticos son profesionales de la política, muchos de ellos no conocen el mundo de la empresa ni el mercado de trabajo. Los empleados del partido son también profesionales y la organización central se llena de asesores de muy diverso cuño. Este amor por la asesoría lo trasladan los cargos públicos hacia las administraciones con la contratación de múltiples consejeros en detrimento de los funcionarios.
Ya no se discute el modelo de sociedad, no hay diferencias ideológicas destacables aunque el lenguaje parlamentario y político mantiene diferencias mucho más radicales de lo que la práctica real de la política demuestra. Todo lo que se dice y lo que se hace se realiza pensando cara a la galería. La preocupación por la imagen llega a la obsesión mientras que la preocupación por los contenidos no va más allá de vagos planteamientos, sólo hay que leer los programas electorales.
Todo esto se combina con un fuerte dominio de los grupos parlamentarios mediante la disciplina de voto y una subordinación de las cámaras a los gobiernos dejando a la separación de poderes moribunda.
Para Ware los militantes se afilian debido a tres clases de incentivos que los partidos les ofrecen: materiales, solidarios y teleológicos.
Los incentivos materiales son muy fáciles de comprender, serían – por ejemplo – el pago de ciertas tareas necesarias durante las campañas; el ofrecimiento de puestos de trabajo de diversa importancia, dependiendo de la importancia del militante, en los distintos niveles de la administración pública y, por último, el ofrecimiento de contratos públicos a cambio de aportaciones a las arcas partidarias.
Los incentivos solidarios son más intangibles pues tienen que ver con lo que al afiliado le gusta y el partido puede ofrecerle. Por ejemplo, la realización de actividades colectivas, la camaradería o la sensación de hacer algo efectivo para resolver los problemas comunes. Yo tuve un compañero que se afilió a un partido siguiendo a las faldas de una chica, el motivo era frívolo, pero la chica lo merecía.
Los incentivos teleológicos tienen que ver con la atracción por una ideología concreta o el programa del partido, estos militantes son los típicos de los partidos de masas.
En el siglo XXI, en un entorno en el que el modelo de los partidos cártel parece ser el que más se ajusta a los partidos reales, ¿existen todavía militantes que valoran los incentivos solidarios y teleológicos, o bien, sólo hay gentes que buscan su propio beneficio?.
Un domingo antes de las últimas elecciones caminaba por una plaza de Las Rozas (13) y vi un grupo con banderas rojas del Partido Socialista, al doblar una esquina me tope con uno de ellos que me entregó un folleto y me contó una historia. Después de aquella legislatura en qué el gobierno de Zapatero había metido la pata hasta el fondo, estando en un feudo del Partido Popular por lo que se arriesgaba a una salida de tono de alguno de los viandantes, aquel hombre defendía unas ideas que no estaban en consonancia la praxis real de su partido. Aquel hombre no era ningún cargo importante, no llevaba escolta, iba a pecho descubierto. Sentí ternura por aquel idealista. Le di una palmadita en el brazo y le dije: “¡qué valor tienes con la que está cayendo!”, y me fui. Pues sí, todavía quedan militantes idealistas, al menos uno.
Juan Carlos Barajas MartínezSociólogo
Notas:1. Para más información sobre el término “whig” pulse aquí2. Para más información sobre el término “tory” pulse aquí3. Para más información acerca del término “jeu de paume” pulse aquí4. Para consultar un apunte biográfico de Gonzalo Fernández de la Mora pulse aquí5. Para consultar un apunte biográfico de Edmund Burke pulse aquí6. Alan Ware es profesor de ciencia política en el Worcester College de Oxford7. Para consultar un apunte biográfico del politólogo alemán Klaus Von Beyme pulse aquí8. Richard Katz es profesor del departamento de ciencias políticas de la Universidad John Hopkins de Baltimore, EEUU. Para más información pulse aquí9. Peter Mair es profesor en el European University College de Florencia. Para más información pulse aquí.10. Maurice Duverger es jurista, politólogo y político francés. Para más información pulse aquí.11. En su clasificación Duverger habla de partidos híbridos como tercer tipo de partido. Esta clase de partidos tiene características de los partidos de cuadros y los partidos de masas. Sería el caso de partidos en la transición histórica de los partidos de cuadros a los de masas, como por ejemplo el partido conservador británico a finales del siglo XIX, y de los dos grandes partidos norteamericanos, los republicanos y los demócratas. En opinión de Duverger el hecho de que estos partidos no hayan tenido la competencia de un gran partido de izquierdas como los socialdemócratas en Europa ha provocado que no hayan evolucionado de modo completo a modelo de partido de masas.12. Otto Kirchheimer politólogo alemán de la Escuela de Francfort, para más información pulsar aquí13. Las Rozas de Madrid, ciudad de 90.000 habitantes al noroeste de Madrid, forma parte de la zona metropolitana de ésta última. Para más información pulse aquí
Bibliografía
Partidos Políticos y Sistemas de PartidosAlan WareCiencia PolíticaEditorial IstmoMadrid 2004
Comportamiento político, partidos y grupos de presión.Sociología ElectoralIrene Delgado Sotillos y Lourdes López NietoUNEDMadrid 2004