Revista Arte

La evolución del Arte fue en la mirada y en el fondo de la obra, no en los detalles.

Por Artepoesia
La evolución del Arte fue en la mirada y en el fondo de la obra, no en los detalles.La evolución del Arte fue en la mirada y en el fondo de la obra, no en los detalles.
Con un siglo casi de diferencia, estas dos obras de Arte nos demuestran ahora la característica fundamental que evolucionaría más que otra cosa en los retratos artísticos del Renacimiento. Fue la mirada, el gesto humano ahora más conseguido gracias sobre todo a la naturalidad que el Barroco quiso implantar en todas sus creaciones. Atrás quedaría el misterio... Como sucede en el injusto y propagandístico mundo del Arte a veces, existen pinturas muy poco conocidas de pintores totalmente ignorados, obras que, al descubrirlas al pronto nos atraerán, sin embargo, gracias a un especial modo de haber sido compuestas. Es el caso del retrato de Catalina de Médici del pintor florentino Domenico Casini (c.a. 1588-1660), una obra realizada en el año 1629. Pleno momento de fervor naturalista, es decir, de expresar los rostros por ejemplo -elemento representativo junto con las manos más propio de la figuración natural humana- de un modo ahora más real o más cercano a lo natural, lejos de artificialismos manieristas. Pero, ¿quién es Domenico Casini? Muy poco se sabe de él. Un pintor florentino que se dedicó a retratar a nobles para sobrevivir. No pasó de ser un artista más. No hay grandes ni medianas referencias, ni biografías o reseñas señaladas, ni tampoco obras destacadas de él. Pero, navegando por los museos virtuales -en este caso el Museo de Historia del Arte de Viena-, de pronto me impactaría la figura elegante y majestuosa, cercana y amable de un retrato barroco de dama florentina. Pero fue su mirada lo que me sorprendería: ¿la consiguió plasmar el pintor así de real, con toda la claridad personal y verídica de la modelo?, o ¿la creó el artista de un modo subjetivo, es decir inventado?
Catalina de Medici (1593-1629) fue la segunda hija de Fernando I de Médici, hijo este Medici de una española, Leonor de Toledo. Y el pintor manierista Bronzino retrataría a la abuela española de Catalina en el año 1543, casi cien años antes que Domenico Casini retratase a la nieta. Una obra maestra del Arte manierista es el retrato de Leonor de Toledo, donde el pintor Bronzino consigue destacar la figura noble y bella de la dama española florentina con los rasgos fundamentales de su estilo renacentista. En el retrato de Leonor todo es esplendoroso menos su mirada. Justo lo contrario de su nieta:  en el retrato de Catalina nada es tan esplendoroso como su mirada. Pero, hay algo más que diferenciarán ambos retratos. En el caso de Domenico -un mediocre pintor barroco- es un retrato de cuerpo entero y con un fondo magistral; en el caso del Bronzino -un genio y maestro del Arte manierista- es un retrato de medio cuerpo y fondo neutro. Sí es una obra maestra la de Bronzino, por supuesto, pero ¿por qué no lo es, o no lo es tanto, la obra de Casini? La obra sí lo es, aunque desconocida por la inexistente propaganda icónica tan azarosa del Arte a veces; el pintor no destacaría frente al grandioso Bronzino, cuya extensa y elogiosa obra es mucho más destacada y conocida. ¿Será, por ejemplo, que el misterio, el sutil gesto indescifrable de una mirada, es mucho más valorable que el natural gesto de un semblante sin tanto secreto? 
Pero, sin embargo, la obra de Domenico Casini es extraordinaria. Como sucede casi siempre en el Arte, lo importante es la obra concreta no el autor ni su carrera. Y en este retrato consigue el pintor florentino desconocido una genial obra de Arte... desconocida también. Porque la composición es sublime: la figura de Catalina es tan equilibrada y sobria que sus brazos conformarán una hierática simbología de la mejor belleza postural humana. Como su abuela Leonor, ahora la mano derecha está situada sobre su talle de un modo muy característico. El pintor conocería la obra manierista de su maestro florentino y, tal vez por el linaje familiar, quiso recrear ese gesto tan hispano de su mano sobre el cuerpo, un rasgo que El Greco plasmaría genialmente ya en su famosa obra Caballero de la mano en el pecho. Pero además el fondo elegido por Domenico Casini es espléndido plástica y artísticamente. La cortina plisada y el mantel rojos ofrecen el contraste más dominante y efectivo frente a un personaje vestido de negro. Sin embargo, obviemos todo esto, miremos tan solo el rostro y la mirada de esa mujer del siglo XVII fallecida a los treinta y cinco años de viruela. ¿No es ahora ese gesto y su mirada lo que más nos sorprenderá de un retrato tan sobrio de la primera mitad de ese siglo? A diferencia de su abuela que tuvo once hijos, Catalina no tuvo descendencia y quedaría viuda de Fernando Gonzaga, duque de Mantua, dos años antes de fallecer y posar para este retrato. ¿Cómo es posible que el pintor no reflejase, sin embargo, ninguna emoción displicente en su mirada con esa vida tan poco afortunada? La única reseña que se tiene del final de la vida de esta noble mujer florentina del siglo XVII es que acabaría adquiriendo una gran piedad. Posiblemente fuese este un motivo suficiente para disponer la modelo de esa mirada..., una visión entonces tan apropiada para una época barroca tan mística, desprendida o espiritualmente autosuficiente.
(Óleo Retrato de Catalina de Medici, 1629, Domenico Casini, Museo de Historia del Arte de Viena; Cuadro Eleonor de Toledo, 1543, de El Bronzino, Galería Nacional de Praga.)


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