Revista Cine
Alguien me dijo hoy que era muy bonita para ser "tan amargada", y que estaba muy buena para ser “un desperdicio”. A ese amigo no le pude decir otra cosa que gracias, siempre he sabido agradecer los piropos. Cada día sonrio muchísimo en la calle, cuando me los hacen, creo que hay que ser agradecido en primer lugar, antes que cualquier cosa. Cuando sea vieja, seguramente recordaré con afecto que era bien considerada por algunos varones galantes (lo de galantes es una cursilería: lo sé…) Tenía un novio que me refutaba luego de cada salida, cuando le decía: “Muchas gracias”. “Gracias no”, me respondía el, “Aquí nadie le esta haciendo un favor a nadie”, creo que no se trata de favores, se trata de ser conscientes de el bien que recibimos y ante eso siempre hay que decir: gracias… Cosa que hace poca gente, que creen que todo lo bueno que les pasa "lo merecen". En fin… ese no era el tema, el tema era mi amigo (¿pretendiente?) que me dijo en una frase dos cosas buenas por dos malas, “bonita” pero amargada, “buenota” pero desperdicio.Es curioso, es really funny como alguna gente cataloga como amargura, ciertos comportamientos relacionados con la reclusión, la soledad y el descanso. El no querer salir a tomar trago los ofende, el no necesitar rumbear es casi una mentada de madre (es muy gracioso, porque la doble moral nacional establece que “beber es malo”) pareciera que los gustos no obedecieran al libre albedrío, mas bien por el contrario, estuviesen determinados por la edad, la raza, o el sexo. Así toda la gente joven “baila”, todas las mujeres bonitas deben “divertirse” (leer un libro no es divertirse según mi amigo), todos los muchachos de quince deben jugar futbol, y todos los treintones (y de otras edades venezolanos y patriotas) emocionarse ante los juegos de la Vinotinto (perdón… no me caigan a piedras fanáticos!). Tal parece que el libre albedrío no es un derecho inherente al ser humano, es una facultad que viene sesgada por la sociedad en que nacemos, por los gustos de nuestro entorno, familiares o padres. Y quienes nos atrevemos a ejercerlo, se nos cataloga de “amargadas” y “desperdicio”, aunque bonitas (al menos gane una), cuando simplemente cada uno escoge –o debería poder escoger- lo que le alegra o da placer, lo que le fortifica o debilita, lo que le agrada o desagrada. Todo es relativo, incluidas las diversiones, los gustos y las pasiones. Toda regla tiene su excepción, no hay mayor alegría en las fiestas que en el silencio, no hay mayor compañía en las reuniones que en la soledad. En la canción de Rubén Blades: “Juan Pachanga”, por ejemplo, el rey de la fiesta es un pobre tipo solo, que sale a “divertirse” para olvidar, he conocido personajes así: siempre a la expectativa, siempre en actividad, porque no pueden mantenerse ni solos, ni quietos, le temen tanto al silencio como a si mismos. No generalizo, no voy a caer en lo de mi amigo, mucha gente se va de fiesta porque le da placer, les da nota, es perfecto, no llamaré jamás a mi amigo desperdicio, porque sus conceptos de diversión no coinciden con los míos. No cometeré el mismo pecado, eso que lo hagan otros.