Revista Arte

La exposición que me cambió la vida: La Vanguardia y la Gran Guerra.

Por Miranfu

La exposición que me cambió la vida: La Vanguardia y la Gran Guerra.

Ernst Ludwig Kirchner.


Hace pocomás de tres años visité una exposición que me cambió la vida, aunque en elmomento todavía no lo supiera.  Dichaexposición, que he citado en más de ocasión, fue esta. Sobre el elenco de artistas representados, las secciones en las que se dividió, así como una pequeña guía, pueden leer en dicho link.
La exposición, era muy completa: pintura (grandes y pequeños lienzos), escultura, grabados; y era tan mundial como lo fue la Gran Guerra: franceses, alemanes, españoles, rusos, incluso ingleses y americanos (¡modernidad anglosajona, qué osadía!). Era grande, y larga.

La exposición que me cambió la vida: La Vanguardia y la Gran Guerra.

Franz Marc.

Ya les hecontado en más de una ocasión de mis fascinación morbosa por la Primera GuerraMundial y sus sombras, no tanto en su faceta política o maquinista (quetambién) sino en su carácter de cataclismo genial y nefasto que hacía volar porlos aires  el mundo conocido.

La exposición que me cambió la vida: La Vanguardia y la Gran Guerra.

Ludwig Meidner

La exposición que me cambió la vida: La Vanguardia y la Gran Guerra.

Natalia Goncharova

En aquelentonces no sabía demasiado de las Vanguardias. Podría echarle la culpa a lanefasta educación artística en España, al impuesto gusto familiar por loRenacimiento, la Ilustración y el siglo XIX o a mi odio manifiesto por laabstracción, pero el caso es que todavía estaba muy verde y mis opiniones sebasaban en estereotipos (Munch es el Expresionismo, Picasso era un cabrón conlas mujeres ergo debemos odiarlo, el Surrealismo es loable y jamás pasará demoda, etc, etc etc,). Incluso detestaba el cubismo, y de Malevich mejor no hablar.

Pero cuandollegué a esas salas, y pude ver por fin obra de artistas cuyo nombre solo habíaleído alguna vez (empezaba entonces mi adoración por Goncharova, le tenía ungran aprecio a Franz Marc, Grosz me parecía únicamente "gracioso"), comprendí que las vanguardias, las “camarillas” quedecía Tom Wolfe (al que creo que entonces estaba leyendo), no eran más que la excusa para lasdiferentes maneras de representar una idea, un sentimiento; y el sentimiento enaquella ocasión, era terrible. El Apocalipsis.

La exposición que me cambió la vida: La Vanguardia y la Gran Guerra.

Ernst Barlach.

Quizás seamoralmente reprobable el gozo estético que me produjo tanto sufrimientoplasmado; las imágenes, bajo las formas más diversas, me resultabanviolentamente voluptuosas a la par que conmovedoramente desdichadas. Aún a díade hoy, me siento tremendamente culpable de admirar un arte que nació de ladesolación.

La exposición que me cambió la vida: La Vanguardia y la Gran Guerra.

Wilhem Lehmbruck.

Esta mañana,creía que lo único que conservaba de la exposición era una pequeña guíadidáctica de 4 euros (el catálogo, aún hoy, sigue costando 50 E), pero hecomprobado que aún recuerdo la localización exacta de gran parte de las obras.Tengo muy buena memoria, pero quizás esto roce la obsesión. O no tanto.

En aquelmomento, no comprendí ese sentimiento de culpa que afloró después. En miinfinito aprecio por los artistas que vivieron aquella época, que seconvirtieron automáticamente en mártires para mí, sentí la tremenda necesidadde justificar la superioridad de las Vanguardias: primero, aprendiendo sobrelos grandes, después, obsesionándome por los pequeños desconocidos (que hoy yano lo son tanto), ahora, obcecándome en minucias infructuosas. Ese año, el curso 2008-2009, fue uno de grandes exposiciones: la de Picasso en el Reina Sofía, que me permitió apreciarlo al fin, y "¿Olvidar a Rodin? Escultura en París 1905-1914" , que vi en el Museo D'Orsay y que me enseñó que un escultor en aquella época no podía sino negar, imitar o superar (sobrepasar) a Rodin. Junto a la exposición de la que les he hablado aquí, esta triada cambió mi forma de ver el Arte, cambió mi forma de actuar, y posiblemente, cambiaren mi futuro.En apenas tres años, he gastado en libros de arte moderno más que en ninguna otra cosa (si obviamos comida y bebida, por supuesto); para ello dejé de comprar discos y películas (que además eran mucho más barato). Tengo una nada desdeñable colección, unas estanterías que amenazan ruina y la incómoda sensación de que jamás podré procesar, y mucho menos ampliar, toda aquella información. La sed de conocimientos es algo tremendo, terrible. Supongo que tan impotente sensación es la carga por disfrutar de los excelsos productos de tan terrible situación. Qué le vamos a hacer.

La exposición que me cambió la vida: La Vanguardia y la Gran Guerra.

"El Loco", de Heinrich Maria Davringhausen. Les pongo el nombre únicamente de este cuadro porque debería ser mucho más conocido. Y porque todavía hoy sigue dándome miedo. 


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