Autor: G. Oheim El concepto de fair play, que proviene del mundo del deporte, es uno de los más hermosos entre los que rigen las relaciones humanas. El tenista estadounidense Jim Courier, definía así lo que era para él la deportividad: "Cuando un tipo entra o sale de la cancha y nadie realmente puede decir si ganó o perdió."
Hoy me he decantado por hablar de deportividad, gracias a una noticia que llamó mi atención y cuyo titular proclamaba un insólito ejemplo de juego limpio en la Copa del Mundo de Ajedrez, en la que el checo David Navara y el ucraniano Alexander Moiseenko dieron una lección a todos.
En la tercera ronda de la Copa del Mundo, Navara ofreció tablas a su rival en una posición totalmente ganada. ¿Un despiste monumental? No, el checo devolvía un gesto deportivo anterior en la partida. Jugadas antes, Navara había tocado accidentalmente su rey, siendo su intención muy clara mover un alfil amenazado. Pese a todo, Moiseenko le eximió de la obligación de moverlo como marca el reglamento (ya se sabe: pieza tocada, pieza jugada), lo que habría acabado con la derrota inmediata de su oponente.
Luego la partida prosiguió desembocando en un final de dama contra torre. El Gran Maestro checo demostró elevados argumentos técnicos, conduciendo la partida a una posición ganadora con mate inevitable. Inesperadamente, propuso tablas a su adversario, considerando que no era moralmente adecuado ganar el encuentro con lo que había pasado previamente. Un excelente ejemplo de caballerosidad.
"El Arte de la Prudencia" es un manual compuesto por sentencias o aforismos breves basados en la prudencia, y cuyo fin es orientar la vida práctica y las relaciones humanas. Su autor, Baltasar Gracián, nació en 1601, en Aragón, España, e ingresó en la Compañía de Jesús en 1619, donde se ordenaría 7 años más tarde.
A lo largo de trescientos aforismos comentados, Gracián ofrece un conjunto de normas para triunfar en una sociedad compleja y en crisis. Este Oráculo manual aconseja al hombre para llegar a ser sagaz, inteligente, y prudente.
La historia de los dos ajedrecistas me ha recordado uno de los aforismos de “El arte de la prudencia”…
El prudente puede estar obligado a luchar, pero no con juego sucio: cada uno debe actuar como quien es y no como le obligan. En la competición es plausible la galantería: se debe pelear no sólo para vencer con el poder, sino también con la decencia.
Vencer con ruindad no es victoria, sino rendimiento. La generosidad siempre fue superior. El hombre de bien nunca utiliza las armas prohibidas.Lo son las de una amistad que ha terminado para el odio recién nacido, pues no se debe usar la confianza para la venganza. Todo lo que huele a traición contamina el buen nombre. En los personajes elevados es más extraño cualquier átomo de bajeza. La nobleza debe estar muy lejos de la vileza.Es mejor presumir que si la galantería, la generosidad y la fidelidad se perdiesen en el mundo se deberían buscar en su pecho.