Revista Arte
La expresión más inútil, melancólica y frustrante por buscar y crear Belleza durante toda una vida.
Por ArtepoesiaCon la maravillosa forma de endulzar lo trágico que tiene el Arte, renacentista además, veremos en este lienzo del gran Tiziano (c.1490-1576) una -para este excelso momento histórico de exaltación de lo bello y de lo exquisito- de las creaciones más impactantes, duras y sanguinarias de la mitología. Fue al final de su larguísima vida cuando el pintor compuso ya esta escena trágica, donde un sátiro -criaturas alegres, pícaras y atrevidas- es colgado ahora bocabajo de un árbol para ser torturado, en un desgarro criminal y violento, con el desollamiento más despiadado de su cuerpo.
Basado en una leyenda de Ovidio -Las Metamorfosis-, donde nos contará el enfrentamiento entre el dios Apolo, conocido por su orgulloso alarde artístico de la música de su lira, y el indolente y bondadoso Marsias, un virtuoso de la flauta. Éste adquiriría una extraordinaria confianza en su ejecución musical, y, cuando el dios le retó en una competición artística, no dudaría en absoluto en enfrentarse a él. ¡Qué total ingenuidad!, ¡qué cruel destino tan peligroso el de los que, como Marsias, no verán ya el terrible y espantoso gesto de atreverse a retar a los dioses, a la vida poderosa que, en algunos momentos, ofuscada, se ofenderá fatalmente con sus criaturas!
Y no le bastaría a Apolo con ganarle obligando a los jueces -en este caso Midas y unas bacantes- a elegirle a él; no, decidió sin remilgos atropellar ahora con la violencia más desgarradora al atrevido Marsias. En otra versión mitológica, también se enfrentará Midas con la tesitura de juzgar una competencia entre dos dioses -peor aún-, donde, ahora, sólo el juzgador podría aquí salir ya mal. Y así es como fue. El independiente y honesto Midas siempre ofrecería su opinión, y en ningún caso ésta sería para Apolo. Así que ahora, ante Pan, acabaría el dios Apolo transformando las orejas de Midas en las de un torpe burro. Pero, en el castigo de Marsias Midas sólo sería un juez más. Ofrecería su aplauso a Marsias mientras las bacantes, más simpatizantes ahora del dios apolíneo, se lo acabarían negando trágicamente.
Y es por lo que, con este resultado, el dios de la razón, de la luz, de lo perfecto y de lo correcto acabaría destruyendo a uno de los representantes de lo dionisíaco, justo lo contrario, la inspiración, la emoción, la oscuridad, lo imperfecto y lo desbordante. Y Tiziano se decidirá terminar, pocos meses antes de morir, este misterioso, melancólico, duro y esclarecedor lienzo. Esclarecedor porque él comprendería ya que, después de todos sus años de creación, nada acabaría siendo justificado como un extraordinario alarde para descubrir y representar la Belleza. En el cuadro aparecerá autorretratado el propio pintor como el personaje de Midas -sentado a la derecha-, siendo así reflejado aquí el semblante meditabundo y desolado de un ser que observará ahora cómo, al final, la ilusión confiada e ingenua de algunos seres terminará, irremediablemente, superada ya por los acontecimientos de una vida torticera y del todo desconsiderada.
Y, además, el pintor utilizará aquí una fuerza poderosa con sus colores y sus trazos, tornasolados, abigarrados, casi expresionistas; como los de una sensación muy expresiva de narrar ahora, con ellos, el dolor y el tormento más descorazonador. Tal será así que creadores actuales se inspiraron en esta obra del genial Tiziano para componer, muy expresionistamente, sus homenajes pictóricos modernos al maestro renacentista. Porque en la obra maestra estará ya todo lo que ofrecerá así una alarmante anatomía de la crueldad, de lo más despiadadamente humano además. Porque, sin embargo -a pesar de esto-, serán dioses descaradamente los que, contará la leyenda, intervendrán aquí -Apolo, Pan-, porque serán espectadores pasivos y tranquilos los que acudirán a observarlo -Midas, Atenea, diosesillos, también inocentes animales-, y será incluso el propio Marsias el que mirará invertido ahora hacia afuera -hacia nosotros, los que miramos el cuadro- con ojos y una mirada sin dolor, sin rencor incluso, sin ira, sin nada más que con esa dulzura que de las cosas inevitables, a veces, se terminarán ya engarzando, sosegadas, entre una inútil emoción y su ánimo.
(Óleo Desollamiento de Marsias, 1576, Tiziano, Palacio Arzobispal de Kromeriz, República Checa; Cuadro del artista actual Daniel Goodman, Desollamiento de Marsias después de Tiziano, http://www.dgoodmanart.com/transcription.html; Obra Estudio sobre el desollamiento de Marsias, Tom Phillips, 1986, National Portrait Gallery, Londres; Obra Marsias desollado por Apolo, 1964, André Masson.)
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