Una vez convencida de que obtendrá la protección del macho, ella se desnuda, despojándose lentamente tanto del caparazón duro como de la bolsa en la que había acumulado el esperma de una pareja anterior. Esa muda la deja con una concha nueva peligrosamente blanda, de modo que el macho monta guardia durante la media hora que tarda en endurecerse. Después, apoyándose sobre las pinzas, se suspende sobre ella y la eleva para situarla frente a él, sosteniéndola entre las patas. El nuevo caparazón de la hembra tiene un nuevo saco de esperma en el que el macho introduce un paquete de esperma valiéndose de unos apéndices llamados gonópodos. Misión cumplida.
En cuanto la hembra se haya marchado, el macho abrirá su casa a otra pretendienta. Ella, mientras tanto, usará el paquete de esperma para fecundar miles de óvulos que llevará debajo de la cola durante alrededor de un año, hasta que las larvas eclosionen. Pero este curioso reproductor podría verse afectado por el cambio climático, advierte Diane Cowan, fundadora de la ONG Lobster Conservancy.
Cuando el agua está caliente, los bogavantes invierten su energía en crecer: si está fría -con temperaturas invernales entre -1 y -4º C, la destinan a producir óvulos o esperma, dice Cowan. Si el cambio climático reduce el período frío, estos crustáceos "producirán menos gametos. Y si la temperatura del agua es demasiado cálida, dejarán de producirlos por completo. A cero óvulos y cero esperma, cero bogavantes".
Homarus Americanus: vive en aguas del océano Atlántico, desde el norte de Canadá hasta el sudeste de EE.UU.
Este bogavante americano comercializado para el consumo suele pesar una media de 0,50 kg. El ejemplar más
grande jamás documentado superaba los 20 kg.
Fuente: National Geographic.