Revista Coaching

La fábula del niño gato

Por Soniavaliente @soniavaliente_

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En casa de su vecina tiene ansiedad hasta el gato. Es la primera vez que ve algo así. El pobre animal jadea con la boca abierta, le falta el aire, hiperventila, como cualquier personaje que se precie de Woody Allen. Es un gato doméstico. Negro. Precioso. Una mezcla entre mil padres y gato persa que favorece que vaya perdiendo su majestuoso pelo por toda la casa. Es un gato, castrado por supuesto, que come jamón york sin fosfatos, mousse de pato y que, cuando cambia de hábitat, sale a pasear con arnés. No se vayan todavía. Aún hay más.

El felino tiene el sueño cambiado, por el traslado a la resistencia estival, y se le consiente que duerma como un ceporro durante el día y despierte a todos los habitantes del chalet minúsculo durante la noche. Al fin y al cabo sólo son humanos. Muchos dirán que ese gato de ciudad vive mejor que algunos de ustedes, que vive con un marajá.

Pues bien. La mayoría de las personas que conoce crían a sus hijos como gatos persas, como gatos marajás, pero es un secreto. Usted lo podrá pensar pero no se le ocurra verbalizarlo porque entonces el ignorante, intransigente e insensible será usted. Se explicará entonces, queridos telépatas, mentalmente: Los padres gato les permiten todos sus caprichos a sus crías, sus malas caras, sus berrinches, sus gritos, sus desplantes. Al fin y al cabo, son sus hijos, su tesoro, su legado.

La fábula del niño gato

No son conscientes de que a veces hay que decir que no. Que en eso consiste educar. En la burbuja doméstica ideal, el niño gato es el rey. Todo lo hace bien. Es pluscuamperfecto. Pero el niño gato acabará creciendo algún día y en lugar de convertirse en un rey león se convertirá en un gato indefenso. Tiránico sí, pero gato doméstico al fin y al cabo.

Un niño gato que descubrirá que habrá que trabajar duro para conseguir ese rico jamón york sin fosfatos. Que habrá otros peligros de los que no le salvará arnés alguno y echará de menos las garras afiladas de la educación basada en la cultura del esfuerzo para defenderse de los gatos callejeros.


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