Revista Educación

La falange a la derecha

Por Siempreenmedio @Siempreblog
La falange a la derecha

Les cuento que el fin de semana pasado estuvimos en Madrid. Queríamos conocer de primera mano a qué sabe la libertad, porque en el resto del país nos falta de eso. Allí nos plantamos, con nuestras mascarillas nuevas y muchos botes de gel hidroalcohólico, en la capital para ver solo a un par de amigos, porque la libertad siempre está bien si no pones en peligro a los demás. Desde Morata de Tajuña ya iba diciéndole yo a mi mujer:

-¿No lo hueles?

-No, ¿él qué?

-La libertad.

-Pablo, eres tonto.

Todo fue bien, no nos metimos en ninguna fiesta ilegal, no caminamos sin mascarillas por la Puerta del Sol, no nos restregamos con nuestros conocidos. Lo estábamos controlando, lo llevábamos bien.

El sábado, a eso de las 19:00, nos sentamos en una terraza de la Glorieta de Bilbao, a pimplarnos unas cocacolas, porque hacía un calor que ni la libertad lo respetaba. Allí estábamos, mi mujer, un buen amigo madrileño, periodista, que ahora vive en Venezuela, y yo. Discutíamos de política, que es lo que más nos gusta en la vida, sobre la superioridad moral de la izquierda, sobre qué tenemos que hacer para conseguir una sociedad más empática, comprometida, más humana. Vamos, nuestras mierdas de siempre. Mi amigo avistó en la esquina de enfrente que se estaba formando un grupo de nutrido de personas, algo nada destacable en Madrid, pero sí en pandemia. Vimos que portaban banderas. ¿Nos vamos a comer una manifa facha? pregunté de forma retórica, porque sabía cuál era la respuesta. Se nos empezó a calentar la bebida porque solo mirábamos a la esquina.

-¿Eso es un toro o un aguilucho? -consultó uno, mientras achinaba los ojos.

-Yo no veo bien, pero hay muchas banderas, ¿no? Demasiadas -respondió la otra.

Poco a poco empezamos a ver cómo los Antidisturbios (iguales que los de la serie de Sorogoyen) cerraban un carril de la calle, y que la gente comenzaba a formarse justo en frente de nosotros.

-Pero me cagüenmiputavida -recuerdo haber dicho, apagado, cuando vi que las banderas en sí eran de Falange, y llevaban otras que ponían Falange aragonesa, Falange valenciana,... -Ah, es una manifa nacional, nada de pendejaditas -farfullé.

Nosotros nos estábamos poniendo tensos, pero ellos no. Y ellas, porque una cuarta parte de los 30 desgraciados eran mujeres, y muy jóvenes. Miré a una a los ojos, no tendría más de 17 años. Yo, un señor cuarentón con el escroto que barre el suelo, la juzgaba desde mi superioridad. Ella mi devolvió la mirada, y me pareció que se sonreía. No lo puedo afirmar, al menos llevaba mascarilla.

Hablábamos bajito, porque somos muy de izquierdas, pero también cobardes, porque una cosa es no entender la situación política de nuestro país y otra es no tenerle miedo a un puñado de falangistas.

-¡Fachas! ¡Casposos!-. Desde los alto de unos de los edificios gritaba un chico sandunguero, con una lata de cerveza en la mano-. ¡Cada vez os queda menos!

Los tres empezamos a reírnos, bajito, todo lo hicimos bajito, porque los falangistas se pusieron un poco nerviosos, y le gritaron cosas como "lávate" o "tan de izquierdas, pero después mira dónde vives". Nada muy original.

-Muchachos, que es una manifestación falangista, ¡falangista!, en el siglo XXI -repetía yo como un disco rallado, encendido por el momento y apagado por el miedo. Y cuando vi el lema principal de la concentración "Contra la pérdida de la soberanía, la precariedad laboral y la inmigración ilegal" me llevé las manos a la cabeza, en un gesto dramático, para que los concentrados me vieran.

-Coño, Pablo, que son 30. Son solo 30 imbéciles, no podemos sobredimensionar esto -mis contertulios hacían todo lo posible para convencerme. No lo tenían fácil.

La organización de la manifestación seguía su curso, todos coherentemente colocados en sus filas, con el espacio necesario para que, en las fotos, no pareciese tan escueta y patética.

-Por favor, vamos a movernos ya, que vamos retrasados -dijo un muchacho con un megáfono en la mano y unas cinco banderas de España en la muñeca.

-Y tanto que van retrasados, como 70 años -sentenció mi mujer, pero en bajito. Reímos entre dientes.

Por fin empezaron a desfilar los alegres falangistas. En cuanto los vimos moverse pedimos tres cervezas al camarero. Una señora, un poco perdida, se acercó a nuestra mesa y me preguntó por una calle. Le indiqué correctamente:

-¿Ve donde está la Falange? Pues justo a la derecha.


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