Revista Arte

La falta de contexto o la pérdida del significado, las circunstancias, la vida y el Arte.

Por Artepoesia
La falta de contexto o la pérdida del significado, las circunstancias, la vida y el Arte.La falta de contexto o la pérdida del significado, las circunstancias, la vida y el Arte.
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Justo a comienzos del siglo XX se descubrieron los restos de un naufragio arcaico griego en las orillas de la pequeña, idílica y mediterránea isla de Anticitera. Situada hacia los límites de este histórico mar y el legendario Egeo, entre la minoica isla de Creta y la península meridional griega del Peloponeso. Allí, en 1900, unos pescadores de esponjas encontraron los despojos milenarios de lo que parecían fragmentos de una escultura metálica. Fue un rescate trabajoso y minucioso, que no pudo fácilmente recomponerse, pero que asombró a todos al verlo finalmente erigido. De este modo surgió, entonces, la representación escultórica antigua griega en bronce más realista, antropométrica y hermosa de un ser humano jamás vista, algo hasta entonces desconocido. No fue, sin embargo, hasta los años cincuenta cuando, histórica y artísticamente, se consiguió mejorar la composición definitiva.
Pocos años después fue también rescatada de las aguas, de esa misma isla de Anticitera, el conocido como Mecanismo de Anticitera. Un extraordinario objeto de ingeniería astronómica, demasiado increíble para el siglo I a.C, que maravilló desde entonces a todos los arqueólogos y científicos que lo llegaron a ver. Calculaba con exactitud, según unos indicadores que tenía, la última luna llena más próxima al solsticio de verano de cada cuatro años, fecha o momento en el que se celebraban los juegos de la antigua Grecia en la ciudad de Olimpia.
La escultura hallada entonces en esa pequeña y perdida isla, llamada el Efebo de Anticitera, debía ser interpretada, tenía que entenderse ahora su significado histórico, conocer cuál fue el motivo de su representación. Es decir, saber quién era, qué personaje estaba detrás de su imagen y su composición. Pero, algo faltaba. Su mano derecha, alejada de su propio cuerpo, ahora aparecía vacía, sólo arqueada, tensionada, como habiendo tenido sujeta entonces alguna cosa. Cosa que no apareció, ni se pudo deducir por nada que los restos habían ya dejado; quizás algún otro indicio si se hubiese dado otra situación. Era el contexto. Lo que hacía, y hace, que las cosas, las personas, sus vidas, lo que somos a veces, sean o no sean realmente una u otra cosa. La ausencia, la pérdida tal vez, del contexto de la escultura hallada fue lo que le despojó, totalmente, de su significación cultural original. De su sentido. Es así, como somos todos; sólo algo a veces que sin su contexto real no puede entenderse, ni comprenderse, ni perdonarse.
Entonces, lo mismo que ahora, sólo podemos imaginar, contextualizar artificialmente, cuáles pudieron ser los personajes que más se asemejarían al Efebo de Anticitera. Tres héroes mitológicos griegos al parecer. Hércules, Paris o Perseo. El primero, en uno de los trabajos a los que fue obligado a realizar -trabajos imposibles para un humano-, pero que él consiguió, El robo de la manzana de las Hespérides. En el segundo, en El juicio de Paris, cuando ofreció su manzana a Afrodita. Y, por último, cuando Perseo utiliza la maléfica cabeza de la Medusa para defenderse de sus enemigos. Los tres utilizaron el brazo alejándolo de sus cuerpos. Los tres utilizaron la mano para motivar algo diferente. Sin embargo es imposible identificar siquiera vagamente quién es realmente el efebo representado.
En el siglo de las luces y la razón los artistas se inclinaron, a veces, a conciliar arte, eros y raciocinio. Algunos obtuvieron así, en sus obras, más resultados que otros. Fue el siglo del simbolismo representado desde los trazos de la realidad. De este modo el pintor francés Jean-Antoine Watteau (1784-1821) ejecuta su obra Peregrinación a la Isla de Citera, 1717, y un año después casi la misma representación, Embarque a la Isla de Citera. Esta isla se encuentra a unos treinta kilómetros más al norte que la pequeña isla de Anticitera, de ahí el nombre de ésta, frente o antes de Citera. En esta isla la leyenda sitúa la aparición en sus aguas de la diosa Afrodita del Amor. El pintor dibujó lo que parecía pudiera ser un Paraíso, situado en Citera, con unas parejas a la derecha del cuadro, con unas personas, alejadas, a la izquierda, cerca de la orilla, cerca del final de la Isla, del final del Paraíso. Ese es, aquí, el contexto. Su lectura visual es ahora de derecha a izquierda. Las parejas emprenden así un cambio de actitud a medida que se acercan a la orilla. Es la atracción amorosa que deriva en pasión, en deseo, y que muere inevitablemente después, cuando la orilla acerca al barco que alejará, definitivamente, a la pareja de la Isla.
(Imagen de la escultura Efebo de Anticitera, Museo de Atenas, Grecia, siglo IV a.C.; El Juicio de Paris, 1635, Rubens; Mosaico romano de Hércules en las Hespérides, Museo Arqueológico Nacional, Madrid; Óleo del pintor Luca Giordano, Perseo petrifica a Fieno y sus secuaces, 1670; Fotografía del Efebo de Anticitera, siglo VI a.C., escultura en bronce, Museo de Atenas, Grecia; Fotografía de la escultura de Perseo con la cabeza de la Medusa, de Benvenuto Cellini, siglo XVI, Florencia; Escultura de Bandinelli, Hércules y Caco, Florencia;  Cuadro, Peregrinación a la Isla de Citera, 1717, Jean-Antoine Watteau, Louvre; Cuadro Venus Citerea, 1561, de Jan Massys, Estocolmo; Fotografía actual de la isla de Citera, Pireo, Grecia; Fotografía actual de la orilla del naufragio en la pequeña isla de Anticitera, Grecia; Imagen del Mecanismo de Anticitera, siglo I a.C., Grecia.

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