A estas alturas, ¿quién no conoce a David Lynch? ¿quién no sabe que dirigió El hombre elefante y fue ninguneado por la Academia de Hollywood tras lograr ocho candidaturas al Óscar? ¿o que revolucionó el mundo de las series de televisión en los 90 con la mítica Twin Peaks tras ganar la Palma de Oro del Festival de Cannes por Corazón Salvaje? ¿quién no recuerda esa mezcla de fascinación y terror de Carretera Perdida o la elegancia inquietante vestida de film noir de Mulholand Drive? ¿y esa oreja humana que aparece entre el césped de un idílico jardín en Terciopelo Azul?
A sus 77 años este estadounidense nacido en la América profunda un día de San Sebastián se ha hecho un hueco en la historia cinematográfica debido a su particular universo y a esa manera tan singular de filmar y escribir plasmando sobre la pantalla sus obsesiones personales de una manera tan creativa como perturbadora.
El Lynch cineasta ha sido estudiado hasta la saciedad y quien más quien menos tiene un concepto de la dimensión de su figura como autor. Los debutantes Jon Nguyen, Rick Barnes y Olivia Neerdgard-Holm han buscado en este documental una faceta mucho más oculta del realizador, su producción como pintor. Aunque más allá de su ingente obra, de la que el metraje de esta película hace gala, han querido escarbar en lo más profundo de su subconsciente para averiguar de dónde surge esa pasión creativa y ese mundo interior tan sugerente pero al tiempo tan oscuro y escalofriante.
La cinta se plantea como una especie de sesión de psicoterapia en la que el artista se sienta en el diván, sustituido por la silla de su estudio o el micrófono de la sala de locución, para realizar un viaje a su niñez, adolescencia y principio de la edad adulta en el que, a modo de introspección, dar a conocer al espectador, en primera persona, detalles de su vida que han conformado el espíritu de inventiva de un tipo que nos transporta con sus pinturas al onirismo de Dalí y que remite al Buñuel más surrealista, el de La edad de oro o Un perro andaluz, a través de sus primeros cortometrajes experimentales.
Resulta fascinante asistir al nacimiento y desarrollo de su vocación artística terminando nuestro recorrido en el momento de su exitoso debut en el largometraje con la inclasificable Cabeza borradora y llegar a lo que buscaba cuando se interesó por este mundo que resumía en una expresión: The art life, la vida del arte. Según sus propias palabras no hacer nada más que tomar café, fumar cigarrillos y pintar: la absoluta felicidad.
Este trabajo bebe en sus formas y sonidos de la influencia de las enigmáticas atmósferas que el protagonista crea para sus propios filmes, de modo que resultará tan fascinante para sus incondicionales como extraño para los no conocedores de este inimitable artista polifacético. Aún así resulta una propuesta absolutamente interesante y estimulante que nos permite adentrarnos en el Lynch más íntimo y nos regala momentos enternecedores como verle sentado, codo con codo, junto a su hija Lula (el nombre no es en absoluto casual) de apenas 4 añitos, enfrascados ambos en los bocetos de su próxima genialidad.
Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos.
Copyright imágenes © Absurda, Duck Diver Films, Hideout Films, Kong Gulerod Film . Cortesía de Vértigo Films. Reservados todos los derechos.
David Lynch: The art life
Dirección: Jon Nguyen y Rick Barnes y Olivia Neerdgard-Holm
Intérprete: David Lynch
Música: Jonatan Bengta
Fotografía: Jason S.
Montaje: Olivia Neerdgard-Holm
Duración: 90 min.
Estados Unidos, Dinamarca, 2016
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