Abrí la puerta para salir al jardín, y sin yo saberlo aquel dieciséis de Agosto de mil novecientos cincuenta y uno, era ya una persona distinta. Lo que sí sabía era que no estaba bien. Mi talante alegre y atolondrado de adolescente andaba por ahí perdido. Notaba el estómago encogido, y también el corazón. Debía tener ojeras pensé, porque había dormido mal aquella noche. Allí estaba ya mi madre esperando, sentada a la mesa puesta impecable para el desayuno. Ella igual de impecable que la mesa, con su elegante pero austero vestido, y su algo anticuado moño del que no se escapaba un solo cabello. Seria. Siempre estaba seria . Buenos días hija. ¿Qué tal has dormido? Bien mamá, gracias. ¿Tú? Mi pregunta no era retórica, de verdad quería saber si había dormido bien o tan mal como yo. Fuera como fuere, ella me dijo que bien. Yo mentí, ella imposible saberlo.
Apenas me había sentado a la mesa cuando salió mi padre al jardín. El estómago se me encogió tanto como si me hubieran hecho un nudo. Buenos días señora y señorita, dijo mi padre con voz cantarina. Las dos contestamos. Se sentó abriendo de par en par el periódico que le esperaba como cada mañana encima de la mesa.
Adoraba a mi padre. Me encantaba su sonrisa, su buen humor, como me mimaba. Era, o yo por lo menos lo veía, guapo y con buena planta. Me parecía, era, encantador. Demasiado encantador , sé ahora, supe desde aquella tarde.
¿Como ha dormido mi niñita querida? Me retiré instintivamente cuando se acercó a besarme. Bueno...parece que no muy bien. ¡Vaya.La señorita parece estar de mal humor!
Miró interrogante a mi madre , que siguió impasible. No hubo palabras. Me levanté de la mesa llorando con la intención de marcharme, pero mi madre me ordenó que me sentara. Aún no había acabado de desayunar.
El ambiente se tornó tenso. Sin palabras. Cuando me dieron permiso para levantarme me fui adentro, pero me quedé escondida detrás de la puerta. Enseguida se rompió el hielo. Mi padre miró a mi madre y tiró la servilleta con fuerza contra la mesa. ¿Pero qué pasa aquí? Ella no se inmutó. Él fue a hablar pero se adelantó ella: Te vimos en la feria. Duermes con ella, le compras un piso, ropas caras, os vais a dormir a hoteles aún más caros. Todo con mi dinero. Porque el tuyo ya te lo has gastado. Muy bien. Jamás te he dicho nada. Pero ¿A pasear por la feria? Respiró profundo, y repitió ¿A pasear por la feria? ¡Donde va todo el mundo, todas las familias de bien. Incluso la tuya! ¿ No hay ya bastantes cotilleos sobre ti y esa...?
Vamos...no te pongas melodramática, no es tu estilo. Dijo su marido. Además nunca antes habías ido a la feria. La señora es demasiado señora para ir a la feria.
Quizá es que no me gusta bailar. Le respondió ella con la voz quebrada.
La tarde anterior convencí a mi madre y nos fuimos a la feria. Recuerdo que me costó que cediera, pero era 15 de Agosto, el día de la Virgen, y era el primer año que yo podía entrar al baile. Entramos al recinto de la feria y empezamos a pasear arriba y abajo saludando a unos y a otros. Yo estaba feliz. En un momento dado mi madre volvió la cabeza y me ordenó , hija no pares y mira hacia la derecha. Así lo hice, pero por el rabillo del ojo vi lo que ella no quería ver ni q yo viera. La vi a ella, joven, hermosa , cogida del brazo de mi padre riendo demasiado fuerte, con demasiado descaro. Ahora diría que era una mujer sensual, entonces no lo sabía. Paré la silla en seco cuando oí la voz de Macarena, la odiosa amiga de mi madre, que se agachó para darle lo q se suponía q sería un beso y solo fue un roce en la mejilla y un susurro malévolo. Mi madre respondió que no, que no lo había visto. Y me hizo una señal con la mano para que empujara la silla de ruedas. No hubo más palabras. Tampoco hubo baile.
A la mañana siguiente salí al jardín. Ya era una persona distinta, aunque yo entonces no lo sabía. Lo que sí sabía es que no me encontraba bien.
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