Como les contaba con anterioridad, al reunirnos en la Feria Internacional del Libro de La Habana, tras cada año de avatares en nuestras vidas, descargábamos el miedo acumulado y esa frustración impotente de sabernos ignorados, porque simplemente no éramos más que jóvenes escritores esforzados por aprender el oficio y mantener una actitud honesta.
Las noches eran las mejores, solo que después había más dificultad para abandonar y regresar a sus casas; pero cuando ocurría era como un videojuego, por los huecos del techo se veían las estrellas, lechuzas, un pedazo de luna, conformaciones galácticas como la Osa Mayor, cocuyos, y a veces, con suerte, hasta la barba de Dios. Finalmente, como el Pastor Mayín imaginaba, tuvieron que abandonar el inhóspito lugar, rodeado de tierra árida y marabú.
Luego supe que la realidad descarrió a varios de los niños que acudían al llamado que el gobierno les negó. Dos varones fueron presos, una hembra se prostituyó, y otras dejaron la escuela en edades tempranas y se cundieron de hijos de varios hombres.
En aquel entonces, todas estas injusticias nos hacían brotar el vigor, sobre todo cuando le ocurría a cualquiera de nuestro grupo de jóvenes escritores, amigos. Como ya es sabido, la gran mayoría de aquellos participantes en las Ferias del Libro abandonaron el país buscando libertades que acá no encontraron o les fueron negadas; algunos, lamentablemente, fallecieron. Y lo cierto es que toda aquella unidad se fue resquebrajando hasta desaparecer, aunque en nuestras mentes aun permanezcamos unidos.
Ángel Santiesteban-Prats
Prisión Unidad de Guardafronteras. La Habana. Febrero de 2015.