Revista Deportes
La Feria del Toro. Pamplona. Iruña. Un oasis en la desértica piel de toro. Casi ná. Nueve tardes en las que podremos ver, en casi todas, al Toro. Toro que horas antes ha protagonizado el encierro, llevando, con trote lobero, los sabores y olores de la vieja dehesa a la loseta y el adoquín, los cuáles, por unos días, dejan de pertenecer al anodino mundo del patrimonio urbano, para erigirse como testigos, impertérritos y mudos, de las pequeñas hazañas logradas por anónimos corredores en carreras tan bellas y efímeras como una estrella fugaz. Son días mágicos, en los que Estafeta destierra en categoría a la Gran Vía madrileña y el Kilómetro Cero, se aleja de la Puerta del Sol para morar durante una semana en la Plaza del Ayuntamiento pamplonés. ¡Gora San Fermín!
Ya por la tarde, después de la copiosa y espléndida comida, la Fiesta de los toros, se hace presente en la Monumental. Al rito, a la misa taúrica, se le suma la demostración de soberanía del pueblo. Tradición y libertad. Toros con trapío y charangas en las peñas del sol; dos o tres puyazos y merienda tras la muerte del tercero; la solemnidad del paseíllo y el alborozo de la chica ye-yé. En ningún sitio escrito está el que a los toros haya que ir trajeado de protocolo, que refrescar el gaznate sea pecar contra el espíritu santo o que sea menester acudir al tendido sólo a sufrir y a bramar. Ni es indigno, ni mucho menos indecente, siempre que estos comportamientos sepan convivir con el respeto a la religión del Toro y a las normas clásicas de la tauromaquia. Pamplona, por ahora, con sus particularidades, suele cumplir.
Toro reseñado para Pamplona de la Doña. Torosysanfermines
Los que no disponemos ni de media ni de calcetín, y a Pamplona no podemos ir, intentaremos disfrutar, Molés mediante, de las cositas buenas que van a acontecer en el ruedo pamplonica. Para empezar, ya es un placer comprobar que en los carteles impera la cordura: en una Feria del Toro no se anuncian cuvillos, juanpedros, garcigrandes y demás porquerías cuatreñas. Esos quedan para las ferias ganaderas de las villas españolas. Allí donde se juntan la oveja segureña y la merina; el cerdo ibérico con el otro, el rosita, el de los chorizos del Lidl; la cabra payoya con la retinta; y los bacos con el hierro de Veragua con los bobos de Nuñez. Aun así, de sus primos los fuenteymbros, jandillas o victorianos es imposible librarse, pues son los requerimientos básicos demandados por los que cobran. Aunque no les gusten a los que pagan. En cuanto a los toreros, los José Tomás, Enrique Ponce, Morante de la Puebla, José Mari Manzanares, figuras de relumbrón, no están ni se les espera. Ellos se lo pierden.
De `la Feria de los modestos´, bautizada así, tan lamentablemente, por los revistosos del puchero, podremos disfrutar del Toreo, el verdadero, del Cid con los pilares; del sabor añejo de Urdiales si encuentra enemigo entre los ibanes de Peñajara; vibrar con los Cebada, exiliados al norte, castigados en el sur por bravos; del imborrable sello calé de Oliva Soto; la vieja torería de Curro Díaz; los Toros de la Doña, con sus mansos cabrones; el recuerdo del blanco y negro con los miuras; y porqué no decirlo, con la pajarraca que se va a liar cuándo el Juli, importante, corte su rabo. La maquinaria ya está en marcha.