Puesto porJCP on Oct 29, 2013 in Autores
La bancarrota de Fagor Electrodomésticos, empresa puntera del mayor complejo cooperativista del mundo, el denominado Grupo Mondragón, que tiene 280 empresas, 80.000 trabajadores, una universidad, 14 centros tecnológicos y otras varias pertenencias menores, está sirviendo de materia de reflexión sobre una cuestión candente, el significado del cooperativismo en el proceso de una muy peculiar “lucha anticapitalista”, o si se desea, en una estrategia para “superar el capitalismo” sin revolución.
Los orígenes de todo ello en Mondragón (Gipuzkoa) se sitúan en 1956, con la creación de la cooperativa Talleres Ulgor, entonces una firma bastante modesta (formada, o eso dice la leyenda, por cinco trabajadores), que se constituyó según la legislación franquista para el cooperativismo, en buena medida copiada de la del fascismo italiano.
En las condiciones de rápido crecimiento económico que conoció “España” en los decenios posteriores, tuvo un auge espectacular, hasta constituir el colosal complejo industrial y tecnológico que es hoy. Con la crisis, su empresa más emblemática, Fagor, ha ido acumulando pérdidas, hasta verse obligada a declarar un concurso de acreedores hace unas semanas. Unos 1.600 de sus trabajadores quedarán en el paro, lo que quiere decir que estos cooperativistas se despedirán a sí mismos… Además, unos 40.000 pequeños ahorradores, que habían realizado aportaciones financieras al conglomerado, están a punto de perder una parte mayoritaria de sus participaciones.
Ya hace mucho que este cooperativismo vasco no confundía a los amantes de la verdad. En “El mito de Mondragón”, S. Kasmir, 1999, describe la naturaleza esencialmente mendaz del proyecto, y se analizan las protestas que en varias de sus empresas han ido realizando sus trabajadores. Pero, con todo, los Diez Principios Básicos de dicho cooperativismo vasco suenan bien: Libre Adhesión, Organización Democrática, Soberanía del Trabajo, Carácter Secundario del Capital, Participación en la Gestión, Solidaridad Retributiva, Intercooperación, Transformación Social, Universalismo, Formación y Educación
La realidad es que se trata de un elefantiásico conjunto empresarial gobernado por una arrogante élite de directivos, técnicos, expertos y gestores en el que el “trabajador-cooperativista” es un cero a la izquierda, que está gobernado por las leyes del Estado español, sometido a la lógica del mercado y dependiente de la gran banca española e internacional. El Grupo Mondragón, además, se ha unido a la expansión imperialista del capitalismo español, invirtiendo en el exterior.
No podía ser de otra manera. El cooperativismo, por sí mismo, nunca ha sido una alternativa de superación del capitalismo, porque lo impide la legislación emitida por el ente estatal, el orden social como totalidad con fundamento en la legislación positiva, la naturaleza concreta -construida desde arriba- del sujeto, el sistema imperante de disvalores e inmoralidad, el colosal aparato de aleccionamiento, el horror del trabajo parcelado y el modo de producción capitalista. En su desarrollo, la empresa cooperativista tiene ante sí tres posibilidades: quedarse como una realidad insignificante y mortecina que en nada modifica las condiciones sociales en el nivel macro, desaparecer asfixiada o desarrollarse según un modelo capitalista, que paga sustanciosos impuestos al Estado, se endeuda con los bancos, explota a sus trabajadores y entra en quiebra en ésta o la siguiente crisis económica. Lo de Mondragón, casi desde sus orígenes, siguió este último camino.
El franquismo hizo un uso a gran escala del cooperativismo, más en la agricultura que en la industria. En aquélla lo utilizó para destruir la sociedad rural popular, creando un sinfín de cooperativas de comercialización que extraían el producto agrícola con destino a las ciudades e introducían en el campo los tóxicos químicos, la dependencia de los bancos y la maquinaria. Dominadas por los bancos y dependientes del Estado, tales cooperativas fueron una parte significativa del capitalismo agrario en expansión. En la industria su influencia fue menor, con la excepción de Mondragón. Y hay que denunciar que hubo izquierdistas y anarco-socialdemócratas que colaboraron con el franquismo en esa vil tarea, organizando algunas de tales cooperativas…
El cooperativismo, lejos de ser una alternativa al capitalismo, es uno de sus complementos. Al ser capaz de movilizar a ciertos sectores de trabajadores ingenuos, que se entregan a un sobre-esfuerzo descomunal creyendo trabajar para ellos mismos, contribuye a fomentar nuevas empresas, a renovar el capitalismo, a enriquecer a la banca y a hacer más poderoso al Estado con los impuestos que aporta. Tal es el caso del Grupo Mondragón, aún hoy el conglomerado industrial y financiero más poderoso del País Vasco y el séptimo de “España”.
Lo único que logrará superar al capitalismo es la revolución. Sin revolución habrá capitalismo, porque éste no puede ser desarticulado desde sí mismo, desde sus leyes, sus sistemas, su lógica, sus seres nada, su ente estatal y sus disvalores.
La experiencia de Mondragón refuta textos como “Parecon. Vida después del capitalismo”, de Michael Albert. “Parecon” significa “economía participativa” y viene a enunciar que en el marco de la dictadura del Estado, con la legislación emitida por éste, coexistiendo pacíficamente con el gran capital y sin ser alterados por el mercado y el dinero, es posible desarrollar una economía “participativa” que pueda ir ganando a sectores de la población hasta desembocar en un feliz día en que el capitalismo haya sido superado sin mayor esfuerzo, riesgo ni incomodidad, a la manera epicúrea, frívola y gozadora, diríase.
Lo que viene a exponer Albert, seguidor del anarco-socialdemócrata N. Chomsky, es que la revolución es innecesaria. Más aún, que es indeseable.
Aquél ilustra a sus lectores sobre la economía del futuro, supuestamente para “después del capitalismo”, analizando un único caso, la “editorial participativa” Northstart Press. Que Albert no sepa aportar otra concreción que esta empresa liliputiense, un mero grupo de amigos, mueve a risa. Porque de lo que se trata es de constituir una sociedad sin capitalismo no de fundar una secta o de formar un güeto.
Según el sistema de ideas socialdemócrata la economía es el todo de la vida. Por eso en el libro citado apenas nada se dice de otras expresiones de lo humano, que son las decisivas. No existe el Estado, y por supuesto no existe la revolución. Parece muy realista lo de ir poco a poco conquistando parcelas y espacios al capitalismo, pero hay que decir que eso jamás ha sucedido en ningún lugar (lo de Mondragón es sólo un ejemplo entre miles), y que jamás sucederá.
Quienes son alentados a que se desentiendan de la idea, el proyecto, el programa y la práctica de la revolución para crear cooperativas, por sí mismas abocadas a la nada o a ser el capitalismo del mañana, deberían entender que están siendo manipulados por una forma bien sibilina de propaganda pro-capitalista.
En efecto, el libro de Albert es capitalismo y es su apología. Lo es su idea del ser humano como “homo oeconomicus”, justamente la cosmovisión primordial de la burguesía. Lo es su negativa a considerar que el Estado existe y es decisivo. Y, sobre todo, lo es su oposición a respaldar y fomentar un magno proceso de revolucionarización integral que lleve a una sociedad libre.
Quienes “olvidan” la revolución manifiestan ser parte de la anti-revolución. Parte, por tanto, de la trama capitalista. Mero capitalismo, en consecuencia.
El capitalismo es muchísimo más que economía. Es un modo de vida. Una forma de ser. Un sistema de relaciones sociales. Una cultura, o su ausencia. Un orden estatal con un determinado régimen político, militar, aleccionador y jurídico. Una idea del mundo. Un estado mental. Un mecanismo para fabricar al individuo. Y algunas cuestiones decisivas más. Sin cambiar de raíz todo esto es imposible superar el capitalismo, pues éste no reside sólo ni principalmente en la banca, en los altos directivos, en los tecnócratas, en la bolsa, en el dinero sino que hoy, por desgracia, está en el interior de cada uno de los hombres y mujeres que por él han sido construidos. En mi interior y en tu interior, amiga y amigo lector.
Si no nos cambiamos, si no nos revolucionarizamos internamente, al menos en lo más importante de lo que pensemos y hagamos, introduciremos el capitalismo, que emana de nosotras y nosotros sin cesar, en todas nuestras obras. El narcisismo, autocomplacencia y victimismo, la creencia que el mal está fuera de nosotros y no dentro al mismo tiempo, nos hacen parte del sistema.
El error economicista, el proponer soluciones puramente económicas al capitalismo ha fracasado un número enorme de veces en el último siglo, pero quienes están dominados por dogmatismos y fanatismos no logran captar las enseñanzas de la experiencia. Sólo nos puede liberar del horror del capital una revolución total, integral, que no se quede en la economía, que ascienda a la política y la cosmovisión, que sea al mismo tiempo una revolución convivencial, una revolución en la educación, una revolución espiritual, una revolución en el acto mismo de trabajar, una revolución erótica, una revolución estética, una revolución que emancipe a la mujer del actual régimen neo-patriarcal, una revolución ética y una revolución anti-tecnológica, en suma, una revolución integral.
Acabar con el capitalismo exige imperiosamente crear una sociedad con libertad de conciencia, en la que la verdad y no la propaganda predomine, autogobernada desde asambleas omnisoberanas, en que las ciudades no sean privilegiadas por el sistema de dominación a costa del campo, en que los seres nada actuales hayan recuperado su condición, ahora perdida, de seres humanos, una sociedad de la virtud cívica y la virtud personal.
Lo dicho no debe interpretarse como una negación del cooperativismo aquí y ahora. No, en modo alguno. Sólo significa que éste ha de cumplir cuatro condiciones. La primera es que en cada caso concreto se fundamente en ideas realistas y sensatas, comprendiendo las posibilidades pero también los límites y limitaciones del cooperativismo bajo el capitalismo. La segunda reside en que haya roto con el economicismo, con la noción burguesa de que el ser humano está determinado por la economía, la pitanza y el soma, sin consideración hacia su realidad y necesidades espirituales. La tercera cuestión es que tal cooperativismo ha de estar completamente separado del ente estatal y del capital, en particular de las “ayudas” estatales y de los créditos bancarios. La cuarta es que tiene que situarse dentro de la estrategia de revolución integral y a su servicio, considerando que será la revolución integral, y el cooperativismo como parte de ella, la que pondrá punto final a la dictadura del capital, esto es, a la dictadura de su promotor y sustentador, el Estado.