Editorial Anagrama. 239 páginas. Primera edición 2007.
A este libro me condujo la lista hallada, a finales de 2009, en el blog Moleskine literario de Iván Thais, elaborada por el escritor peruano Gustavo Faverón, y cuyo título era: Los diez autores imprescindibles de la década en América Latina.
De los diez desconocía a Rubem Fonseca, por ejemplo, del que leí un libro y me gustó bastante. Y había hojeado éste de Antonio José Ponte en la biblioteca de Móstoles, pero en su momento no me decidí a leerlo. En su lista, Gustavo Faverón afirmaba sobre Ponte: “Habiendo publicado lo mejor de su obra a partir del año 2000, el matancero Ponte es probablemente el mayor hallazgo literario de América Latina en el nuevo milenio, y solamente la irregularidad de nuestra crítica inmediata y la dificultad relativa de la obra del cubano pueden explicar el hecho de que ese reconocimiento no sea unánime. Un arte de hacer ruinas o El libro perdido de los origenistas, con toda su sutil belleza, son el mejor anuncio para La fiesta vigilada, sin duda una de las cuatro o cinco mejores novelas aparecidas en los últimos diez años en español.”
La cita consiguió transmitirme su entusiasmo.
Lo primero que habría que decir sobre La fiesta vigilada, es que, aunque Faverán se refiere a ella como novela, quizás quedaría mejor encuadrada en el género ensayístico. Si bien no se trata, en ningún caso, de un ensayo frío, pues el autor, además de aportarnos datos y hechos objetivos, en ocasiones nos narra acontecimientos de su vida, donde destacarían las páginas sobre un año de beca que pasó en Oporto, o un viaje que hizo como escritor invitado por Alemania, y nos asusta la velada amenaza sobre su obra que sufre en los jardines de la Sociedad General de Autores de La Habana.
En la primera parte del libro, Nuestro hombre en La Habana (remix), se sirve del famoso libro de Graham Green para darnos una visión de la Cuba prerrevolucionaria, mientras el autor se va convirtiendo en un fantasma oficial de régimen.
En alguna crítica he leído que el estilo austero de Ponte recuerda al de los escritores del Este europeo. He sentido a veces la presencia de las digresiones de las novelas del checo Milan Kundera, sobre todo en una de las ideas principales del libro de Ponte: el análisis sobre cómo las autoridades revolucionarias prohibieron la fiesta en Cuba (cerraron salas de baile, bares…) por considerar que el ocio podía ser contrarrevolucionario; lo que podía remitirnos a la tesis de La broma de Kundera: la constatación del devenir de una sociedad que ha perdido la capacidad de la risa.
Aunque la fiesta acabará reapareciendo en la Cuba de los años 90 en su vertiente más miserable con la apertura de hoteles para turistas y el resurgir de una prostitución de mera subsistencia.
Se nos narrará la visita de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir a la isla, y con un sutil, pero cruel, sarcasmo se nos informará de los problemas oculares del escritor francés que le conducirán a la ceguera ante todo lo que ve.
Por las páginas del libro también desfila Ry Cooder y los músicos que formaron el Buena Vista Social Club, creando la nostalgia de una inexistente banda de música de los años 60. Igual que muchos visitantes de la isla buscan un esplendor revolucionario pasado que tampoco existió nunca.
Estremecedora resulta la parte del libro titulada Un paréntesis de ruinas, donde asistimos al desmoronamiento de La Habana, a la visión de la ciudad en ruinas que nunca fue bombardeada.
En la última parte, Una visita al Museo de Inteligencia, el autor inicia una búsqueda kafkiana de la culpa, hablándonos del trabajo de los espías en la RDA, y de su propia culpa ante el régimen cubano.
El estilo visceral del Reinaldo Arenas de Antes que anochezca deja paso en La fiesta vigilada a uno más austero y objetivo, pero no por ello menos contundente en su exposición.
Antonio José Ponte nos muestra las ruinas de La Habana, y escritores como Pedro Juan Gutiérrez nos han enseñado cómo se vive dentro de ellas. Ambas visiones se complementas y se hacen necesarias. El libro de Ponte resulta demoledor y doloroso en su lucidez. En algún momento me he encontrado pensando en él como si leyera un libro del bloque soviético previo a la caída del muro de Berlín, me ha asustado pensar que esto está ocurriendo ahora mismo en Cuba.