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La finanza y el poder

Por Peterpank @castguer

 La finanza y el poder

Permitidme fabricar y controlar el dinero de una nación, y ya no me importa quienes sean sus gobernantes”.  Meyer Amschel Rothschild

 “Me temo que al hombre de la calle no le gustará saber que los bancos pueden crear y de hecho crean dinero. El volumen de dinero en existencia varía solamente con la acción de los bancos aumentando y reduciendo sus préstamos. Cada préstamo o cuenta en descubierto crea dinero. Y los que controlan el crédito de una nación, dirigen la política de su gobierno y tienen en sus manos el destino del pueblo”. Reginald McKenna, miembro de la Cámara de los Comunes; discurso en el Midland Bank, enero 1924.

 “Poder inmenso y despótica dominación económica están concentrados en manos de unos pocos. Este poder deviene particularmente irresistible cuando es ejercido por los que, controlando el dinero, gobiernan el crédito y determinan su concesión. Ellos suministran, por así decirlo, la sangre de todo el cuerpo económico, y la retiran cuando les conviene: como si estuviera en sus manos el alma de la producción de manera que nadie ose respirar contra su voluntad”.  S.S. Pío XI, “Quadragesimo Anno”.

 En el mundo civilizado hay suficientes primeras materias, trabajo, maquinaria, mano de obra especializada, conocimientos científicos y tecnológicos y, en general, riqueza suficiente para alimentar –más aún sobrealimentar- a sus habitantes. No obstante, en ese mundo civilizado se producen, regularmente, cíclicamente, crisis “económicas”, paro obrero y su corolario: el hambre. La ciencia económica ortodoxa explica este fenómeno de los ciclos de prosperidad y crisis hablándonos de prosperidad ficticia y de exceso de producción, y llega a la insólita conclusión de que es lógico y natural que las gentes se mueran de hambre y miseria al lado de stocks desbordantes. Particularmente he llegado a la conclusión, de que la llamada ciencia económica moderna representa un fenómeno similar al de la pintura que los barbudos intelectuales “hippies” llaman ultramoderna y los arqueólogos antiquísima. Es decir, que es un gigantesco “bluff” que casi nadie osa denunciar por temor a pasar por indocumentado, retrógrado, etc., ante la masa conformista reverenciadora de las ideas establecidas.

Porque, dígase lo que se quiera, no es natural –luego no es posible- que la gente se muera de hambre y miseria por haber producido demasiados bienes de consumo.

El Código Penal Español –y, con él, todos los códigos penales del mundo- castigan con penas que pueden llegar hasta la reclusión a perpetuidad a los falsificadores de moneda. Osamos suponer que tan drástica sanción no la imponen los legisladores para castigar al falsario que al introducir sus falsos billetes en el mercado obtiene por ellos bienes y servicios, sin trabajar; sino, sobre todo, porque al aumentar artificiosamente la masa de dinero circulante, roba, indirectamente, a todos y cada uno de sus compatriotas. La razón es simple: cuanto más dinero existe, en una situación dada, menos valor tiene. Si una organización de falsificadores en gran escala consiguiera, por ejemplo, llegar a imprimir tantos billetes falsos como billetes legales existieran en el mercado, cada persona se encontraría con que su dinero valía, exactamente la mitad de lo que valía antes de que la organización falsaria en cuestión iniciara sus actividades. Los falsificadores son auténticos ladrones, puesto que al lanzar moneda nueva, que se supone legal, al mercado, toman para sí una parte del valor del dinero de sus compatriotas, los cuales deben pagar forzosamente por las mercancías y servicios que dichos falsificadores compran.

En realidad, cualquier lanzamiento de dinero nuevo al mercado –hágalo quién lo haga- disminuye el valor del dinero en circulación. Los propietarios del dinero en circulación antes del lanzamiento o emisión de dinero nuevo sufren una pérdida evidente; y se aperciben de tal pérdida al comprobar que los precios han subido y que, por vía de consecuencia, su dinero vale menos.

¿Cuándo se produce un lanzamiento de dinero nuevo? En otros tiempos el dinero era emitido exclusivamente por los Estados, y su creación se producía a medida que las necesidades se hacían sentir; como la función del dinero no es otra que la de facilitar el pago o intercambio de bienes y servicios, la masa de dinero circulante era relativamente estable en una situación económica dada. A veces, el Estado hacía una emisión de dinero, que se utilizaba para el pago de trabajos y servicios públicos, la instrucción popular, las instituciones sanitarias estatales, la higiene pública, el Ejército y la Policía, el funcionariado, etc. Con la creación de este dinero nuevo por el estado, el público –los poseedores del dinero- sufría una pérdida en el valor del mismo (recordemos que cuanto más dinero hay en el mercado, menos valor tiene y más suben los precios), pero esa pérdida quedaba compensada, por lo menos en gran parte, por los beneficios directa o indirectamente reportados a la comunidad por los servicios y trabajos públicos efectuados por el Estado.

Esto era en otros tiempos…porque, en la actualidad, prácticamente todos los estados han abdicado su facultad soberana de crear o emitir dinero, en favor de individuos o instituciones privadas que son las que emiten “legalmente” la inmensa mayoría de la masa circulante de dinero, hasta el extremo de poderse afirmar, sin hipérbole, que no menos de las nueve décimas partes del dinero hoy en circulación en cualquier estado, es dinero falso. Si el calificativo choca demasiado, podemos decir, que es dinero “abstracto”. Con dos agravantes: los falsificadores chapados a la antigua debían ser unos imitadores con categorías de artistas, y corrían grandes riesgos personales; los modernos falsificadores, crean dinero de un simple plumazo, con un asiento en un libro contable, cargan un interés sobre tal “dinero”, y todo ello sin riesgo alguno; más aún, con el respeto y la consideración distinguida del rebaño de ciudadanos destinados a ser aniquilados.

Los banqueros operaban ya en Europa a principios del siglo XVII, antes de que existiera lo que se llama, con eufemismo, el “sistema bancario”. Los poseedores de oro y plata, lo entregaban para su custodia, a un banquero que los guardaba en una caja fuerte. El banquero no era más que el guardián de los ahorros de sus convecinos, y, a cambio de la seguridad que ofrecía como custodio del oro y plata ajenos, cargaba un pequeño interés. El banquero, naturalmente, entregaba a sus clientes, un recibo por su dinero. Si un señor depositaba mil reales de oro en una caja fuerte del banco, el banquero le entregaba un recibo de mil reales. Si el impositor, más tarde, iba a buscar su dinero al banco, éste se lo devolvía (previa deducción del interés legal de la época como guardián del oro) y el recibo era destruido. Dicho recibo –documento intachable sobre el que se iba a edificar el mayor timo que los siglos han visto y verán, no era, en realidad, más que una promesa de pagar, firmada por el propietario de una caja fuerte. Dichas “promesas de pagar” eran transferibles y se convirtieron, de hecho en dinero. Esto era perfectamente lógico y conveniente, toda vez que era mucho más cómodo y factible usar un pedazo de papel, que llevar continuamente encima de sí bolsas de oro y plata. Dichos pedazos de papel, dichas “promesas de pagar” se usaban, de hecho, como dinero, partiendo del supuesto de que dinero es cualquier cosa por la cual entreguen mercancías, se rindan servicios o se paguen deudas.

La experiencia diaria enseñó a los banqueros un hecho curioso. Se apercibieron de que muy raramente sus impositores les devolvían sus recibos (sus “promesas de pagar” pidiendo a cambio su oro. Por regla general –que ha permanecido invariable hasta nuestros días- los impositores retiraban, como promedio, un diez por ciento del montante total de sus imposiciones. Un señor que depositaba por ejemplo, en un banco, mil reales de oro u otro cualquier metal de curso monetario legal, como la plata, retiraba, como promedio, cien reales para su manutención y sus gastos ordinarios, y dejaba los otros novecientos en el banco. En otras palabras, si un banquero que guardaba depósitos por valor de un millón de reales, perdía, le robaban o se gastaba novecientos mil, todavía le quedaban los cien mil que le eran necesarios para hacer frente a las demandas normales de sus impositores.

En consecuencia, los banqueros empezaron a poner en circulación, decuplicándolos, más recibos, más “promesas de pagar” oro que el que realmente poseían; es decir, prestaron esas “promesas” cobrando por ello un interés. No se debe olvidar, ni por un momento, que los banqueros prestaban, y continúan prestando, algo que ellos no tienen, ni en calidad de propietarios, ni en la de poseedores; o, como máximo, en esa segunda calidad, en un diez por ciento del total por ellos “prestado”. Más aún, como garantía de la buena fe de los propietarios los banqueros exigieron, contra sus préstamos, los títulos de propiedad de casas, fábricas, fincas, cosechas, de aquellos; de manera que si un préstamo (aumentado por sus intereses acumulados) no era devuelto en un determinado plazo, el banquero entraría en posesión de las mismas.

Aquí un inciso. Llamamos la atención sobre el hecho de que el banquero no prestaba, ni presta, dinero, sino simplemente, una promesa de pagarlo. El hecho de que, por tales promesas se dieran bienes y servicios, es decir, se utilizaran como dinero, no alteraba en absoluto el hecho de que no era dinero, sino, simplemente, una promesa de pagar dinero y nada más que eso; con el agravante de que tales promesas carecían de respaldo legal en oro y plata. Promesas creadas “ex nihilo” (Nota del editor: de la nada) y dejando un suculento interés.

Se ha definido el préstamo como un intercambio de deudas. El prestador –el banquero- toma la garantía (títulos de propiedad de una casa o fábrica, por ejemplo) y se la debe al prestatario. Este, a su vez, toma las “promesas de pagar”, o el crédito, como se llama, y le debe esa suma de dinero, más sus intereses, al prestador. En realidad lo que ha ocurrido es un intercambio de promesas. La promesa del banquero de pagarle a su cliente, contra la promesa de éste de devolver el dinero con sus intereses. El cliente da, como garantía, los títulos de propiedad de su casa o fábrica. El banquero no da nada. Se objetará que el banquero presta dinero y que éste es su propia garantía. Esto no es cierto. El banquero no presta dinero, ha puesto en circulación “promesas de pagar dinero” –que es lo que en realidad ha prestado-, representando diez veces más dinero que el que tiene, y el que tiene diez no puede, ni podrá jamás, prestar cien. En otras palabras, mientras los bancos disponen contra la comunidad de garantías representando una riqueza real, tal como son casas, fábricas, fincas, cosechas, etc., la comunidad no dispone, contra los bancos, de ninguna garantía. La menor tentativa hecha por los acreedores de un banco para ejercitar sus “garantías” contra éste, ponen de manifiesto que éstos, de hecho, no tienen sustancia alguna. Si tales acreedores le “aprietan demasiado las clavijas” al banco, son castigados perdiendo todos sus ahorros. El banco cierra sus puertas poniendo de manifiesto que sus “promesas de pagar” son falsas promesas…a menos que el Gobierno no acuda en su ayuda con una moratoria…moratoria cuyas consecuencias, representarán, al fin y a la postre, que la comunidad en bloque deberá pagar para cubrir las falsas promesas del banquero.

Pero esto es adelantarnos a los acontecimientos. Volvamos al período durante el cual el banquero está prestando su crédito (sus “promesas de pagar”) a sus conciudadanos. Supongamos que sus impositores han depositado en su banco cien millones de pesetas. El banquero ha abierto créditos por mil millones, entregando talonarios de cheques a sus clientes. Estos cheques, que serán utilizados para las futuras transacciones representan un dinero creado, de un simple plumazo, en los libros del banco; hacen exactamente el mismo papel que la moneda falsa, pues aumentan el poder de compra y, por vía de consecuencia, hacen subir los precios y devalúan el dinero que existía antes de que el banquero iniciara sus operaciones. En otros términos: al crear dinero nuevo, el banquero, igual que un vulgar falsificador, ha robado un poco a cada uno de sus conciudadanos y ha obtenido interés sobre el “dinero” robado.

De momento el sistema parece dar resultado. La euforia general disimula el robo colectivo que se ha producido. Los prestatarios han podido desarrollar nueva riqueza, el comercio está en su apogeo y se ha llegado al pleno empleo.

Cada vez que un préstamo es devuelto –con sus intereses acumulados- el banco se apresura a prestarlo de nuevo. Los mil millones de “dinero” arrojado al mercado han ocasionado el clásico “boom”. Los precios suben en vertical, mientras toda clase de productos se ofrecen a la venta. Pero esta subida de precios continúa sólo en caso de que continúen los préstamos. Cada vez que el banquero deja de hacer préstamos – es decir, de crear “dinero”- los precios dejan de subir. Y al dejar de subir los precios los negocios se hunden. La posibilidad de continuar haciendo más y mayores beneficios en un mercado alcista, ha desparecido, porque ahora el banquero empieza a verse en dificultades. En efecto, él ha prestado sus “promesas de pagar” –o, si se quiere, ha abierto créditos- por mil millones de pesetas. Con el dinero efectivo, líquido, que tiene en caja, le queda justo para atender a las demandas normales de sus clientes. Cualquier demanda extraordinaria de fondos puede dejarle en descubierto. Cada crédito que él ha abierto, representado por cheques, pasó como cada recibo que él ha extendido a sus impositores, representan promesas de pagar oro y plata (hoy en día papel moneda ténder del estado). En consecuencia tanto sus impositores como sus prestatarios –deudores y acreedores- pueden exigir oro y plata (o billetes de banco), por sus recibos. Todos están persuadidos de que lo que el banquero les “presta” es oro y plata (o billetes emitidos por el Estado) y que sólo se utilizan los talonarios de cheques por razones de comodidad y agilidad. Pero el banquero sabe, mejor que nadie, que esto no es así. Él sabe perfectamente, que ha prestado algo que no tiene, y que su curioso negocio depende de la confianza que sus clientes tienen en él; es decir, la confianza en la aparente intercambiabilidad del metal y el papel (hoy día, de un cheque y el dinero por él representado). Su negocio se basa, pues, en un abuso de confianza, en una ficción que debe ser mantenida a toda costa.

En la presente situación, habiendo creado el banquero todas las “promesas de pagar” que sus reservas –es decir, diez veces del total de éstas-, debe rehusar nuevos préstamos. El mercado se resiste a ello. Los que han comprado mercancías con la esperanza de revenderlas más caras, o los que han producido bienes para venderlos a precios elevados empiezan a su vez, a encontrarse en una situación incómoda. Un nuevo fenómeno se agrega a la difícil situación que se va creando: mientras el banquero “inventaba” más y más dinero –insistamos en que el dinero es todo aquello que sirve como medio de pago- y, por consiguiente, los precios iban subiendo, el dinero cambiaba de manos con facilidad. Tanto el dinero auténtico (los billetes o monedas) como, sobre todo, las célebres “promesas de pagar” del banquero (los cheques) pasan rápidamente del comprobador al vendedor, y de éste al banco, de dónde una parte se ha retirado de nuevo para pagar salarios, facturas, etc. Supongamos que el Banco X abre un crédito de diez millones de pesetas al Sr. Pérez, el cual se apresura a emplearlo en un montaje de una fábrica, y empieza a lanzar productos a un mercado alcista. El Sr. Pérez paga, con cheques, al constructor, al herrero, al calderero y al carpintero que le han montado su fábrica. Estos especialistas tienen, a su vez, una cuenta corriente abierta en el Banco X, en la que ingresan los cheques en cuestión. Una parte del valor representado por esos cheques ha sido retirada para pagar salarios de los obreros del constructor, del carpintero, del calderero, etc. Dicho dinero ha sido gastado en los comercios locales: en el supermercado, la carnicería, la tienda de confecciones, etc. y estos detallistas se ha apresurado a ingresarlos en sus cuentas del Banco X, en las cuales permanece hasta que es retirado más tarde para pagar a sus acreedores (sus proveedores): granjeros, molineros, fabricantes textiles, etc. Todas estas personas van abriendo cuentas corrientes en el banco X y todas estas cuentas no significan, en realidad, más que una simple declaración del valor de los cheques en posesión del titular. La dirección del Banco X sabe perfectamente que los cheques por valor de diez millones que se han prestado al Sr. Pérez, los ha gastado este señor en pagar al constructor, al calderero, al carpintero y al herrero. Las cuentas de estos caballeros arrojan unos saldos favorables, pero lo que ellos en realidad poseen son los cheques del propio Banco X, que éste había prestado al Sr. Pérez.

Imaginémonos, ahora, que la baja general de precios alarma a estos señores, que se presentan un buen día ante la ventanilla de Pagos y exigen que se les pague en dinero…por dinero auténtico, de verdad, en billetes oficiales, emitidos por el Estado. Y supongamos que la alarma cunde, y tal como ha ocurrido miles de veces en el transcurso de la aventura bancaria, un ejército de clientes se presenta en el banco con idénticas pretensiones…

Al hacerse estas tan sencillas como inevitables consideraciones, el banquero se apercibe de que no le basta con dejar de prestar; debe empezar a presionar a sus prestatarios para que éstos se vayan poniendo al día. La dirección del banco X llama al Sr. Pérez y le invita a que devuelva todo, o una parte sustancial, del préstamo que recibió. El Sr. Pérez, presionando a sus deudores –o mal vendiendo su stock-, logra obtener el dinero necesario para devolver el préstamo bancario. Sus deudores (clientes, detallistas, almacenistas, etc) se presentan en el banco y retiran su dinero –en forma de cheques- y con ellos pagan al Sr. Pérez quién devuelve su préstamo al banco X, el cual hace desaparecer sus “promesas de pagar” de un simple plumazo en sus libros.

 Mr Frederick Soddy, economista inglés, ganador del premio Nobel en 1921, escribió, en su obra “Citadel of Caos”:

“El rasgo más siniestro y anti-social del dinero escriptural es que no tiene existencia. Los bancos deben al público una cantidad total de dinero que no existe. Comprando y vendiendo por medio de cheques, solo se produce un cambio en el particular a quién el dinero es debido por el Banco. Mientras la cuenta de un cliente es debilitada, la de otro cliente es acreditada, y los bancos pueden continuar debiendo dicha cantidad indefinidamente.

El beneficio de la emisión de dinero ha procurado el capital del gran negocio bancario según existe hoy. Habiendo empezado sin nada propio, los banqueros han puesto a todo el mundo en deuda con ellos, irremisiblemente, mediante una trampa.

Este dinero nace cada vez que los bancos “prestan” y desaparece cada vez que el préstamo les es devuelto. De manera que si la industria trata de pagar, el dinero de la nación desaparece. Esto es lo que hace tan peligrosa a la prosperidad, ya que destruye el dinero justamente cuando más necesario es, y precipita la crisis”.

Es evidente que, cuando el banquero empezó a esparcir sus préstamos y, en consecuencia, hizo subir los precios, cada comprador se vio forzado, de hecho, a pagarle una especie de tributo, pero que cuando contrajo de nuevo sus préstamos, provocando así la bajada de precios, fueron los vendedores los que tuvieron que pagarle tributo. Es un caso típico de “si sale cara, yo gano; si sale cruz, tu pierdes”. Un caso, además, de flagrante inmoralidad, derivada del hecho de que un señor que inició sus actividades con el dinero de los demás, se convirtió, con el manejo de “dinero abstracto”, en el mayor propietario de fincas, fábricas, terrenos y dinero… pero dinero concreto, auténtico, de toda la ciudad y, a la larga, de todo el país.

Con el actual sistema bancario, los banqueros pueden con sus cheques, proporcionar “poder de compra” a sus conciudadanos, y luego quitárselo, en el momento en que más necesidad tienen de él. La súbita inundación de un mercado con dinero “abstracto” –una auténtica inflación- hace subir los precios y despierta el interés general en aumentar la producción. Los mercados quedan abarrotados de toda clase de productos y, en consecuencia, hace falta muchísimo dinero para distribuirlos. (Es importantísimo tener presente que la única función del dinero es ésta: distribuir bienes y servicios). La repentina retirada del dinero, en tales circunstancias, provoca, necesariamente, una caída general de precios y, al mismo tiempo, una riada de bancarrotas… y, además, el desempleo y el hambre.

Este sistema, que constituirá la irrisión de las generaciones venideras, le da al banquero el control del nivel de precios y, como lógica consecuencia, de los salarios. El banquero tiene, prácticamente, un poder absoluto, sobre sus conciudadanos; un poder como nunca pudo imaginar el más tiránico autócrata. El poder de someter a sus exigencias a cualquiera que ose oponérseles, mediante la latente amenaza de la ruina. El moderno banquero o, más exactamente, el sistema financiero, está en disposición de arruinar a sus deudores y arrebatarles “legalmente” su propiedad. A. N. Field pone el siguiente ejemplo: “Supongamos que soy un banquero y que presto mil dólares a John Smith, con la garantía de su fábrica. A continuación retiro una parte de mis otros préstamos, disminuyendo así el poder de compra en la región donde John Smith lleva su negocio. A consecuencia de esa contracción del poder de compra, de “demanda”, los precios bajarán y John Smith dejará de ganar dinero. Como él debe pagarme a mí el interés de mi préstamo, empieza a reducir personal y a instalar maquinaria que le ahorre mano de obra. Pero yo continuo reduciendo mis préstamos. Los precios continúan bajando, y, al final, John Smith se queda sin recursos. Me dice que no puede continuar pagándome los intereses. Entonces le embargo la fábrica y la pongo en venta. La mejor oferta son ochocientos dólares, de manera que me la guardo en pago de mi préstamo. Un poco más tarde empiezo a prestar de nuevo, y los precios vuelven a subir. La fábrica de John Smith tiene ahora mucho valor, pues he vuelto a aumentar –proporcionando poder de compra- la llamada “demanda” de lo que él fabricaba. De manera que vendo su negocio por cinco mil dólares y me embolso, “con toda legalidad”, cuatro mil”

Este ejemplo podrá tildarse de exagerado. En realidad, todo ejemplo, para ser aleccionador, debe ser una caricatura; pensar es exagerar, decía Goethe. Pero ilustra un hecho que se ha dado muchas veces en la práctica. Así, en 1930, los estados Unidos de América tenían sus stocks repletos, pero les faltaba la cantidad adecuada de dinero para poder desarrollar el comercio, es decir, para hacer llegar esos productos a los consumidores. Los banqueros habían retirado deliberadamente de la circulación dieciocho mil millones de dólares, al rehusar préstamos a agricultores, comerciantes e industriales prósperos, y cancelar los ya existentes en su mayor parte. Se produjo el famoso “crack” del “Black Friday”, miles de empresas quebraron, y el treinta por ciento de los obreros se quedaron sin trabajo. Las mercancías sobraban, los graneros estaban llenos a rebosar –incluso debían quemarse cosechas-, la mano de obra –tanto la especializada como el peonaje- estaba disponible para el trabajo, pero faltaba “dinero”. Los bancos entraron en posesión de decenas de millares de industrias, negocios y explotaciones agrícolas. Faltaba dinero… faltaba algo que, si bien es difícil de ganar, es, en cambio, lo más fácil de “hacer”… basta la imprenta del Estado, que respalda y controla la cantidad emitida, de manera que esté en proporción con la riqueza REAL producida…No obstante, el gobierno americano no imprimió el dinero necesario. ¿Por qué?…Porque no podía, legalmente, hacerlo. Ya que diecisiete años atrás, en 1913, el gobierno de entonces había permitido que, por un fraude parlamentario, se le arrebatara el poder de emitir la moneda del país. No ya la moneda crédito, sino la moneda ténder.

La constitución de los EEUU ponía en las manos del Congreso el derecho a crear y controlar la moneda del país. Pero, en diciembre de 1913, con la mayoría de los miembros del Congreso pasando las vacaciones de Navidad en sus hogares, se hizo votar, de manera casi subrepticia, una ley conocida con el nombre de “Federal Reserve Act”. Grosso modo, esta ley autorizaba el establecimiento de una Corporación de la reserva Federal, con un Consejo de Directores (El “Federal Rederve Board”). Esta ley le arrebataba al Congreso el derecho de la creación y el control del dinero, y se lo concedía al “Federal Reserve Corporation”.. El pretexto que se dio para la aprobación de esta ley insólita fue “separar la Política y el Dinero”. La realidad fue que –en una gran Democracia que se suele presentar como el prototipo ideal de esa forma de gobierno- el poder de crear y controlar el dinero les fue arrebatado a los llamados “representantes” del Pueblo para concedérselo a “UNA EMPRESA PRIVADA”. Y no creemos incurrir en el pecado de juicio temerario si decimos que una empresa privada tenderá, por definición, a buscar su propio provecho, coincida éste o no con el interés general de la nación.

Lo más grave, jurídicamente hablando, de este “Federal Reserve Act”, de 1913, es que el acuerdo se tomó por una minoría de diputados, según todas las trazas presionados o sobornados; no existía el quorum necesario…de manera que ni siquiera desde el punto de vista más estrictamente democrático podía justificarse aquella ley…pero el caso es que fue aprobada, y que desde entonces, una empresa privada emite el dinero del país más “democrático” –y poderoso- del planeta. Desde aquellas navidades de 1913, un número comparativamente pequeño de personas –unas ocho mil- controla, emite, crea y destruye a su conveniencia el dinero del país que se supone abanderado de Occidente. Esas personas, en su inmensa mayoría no son ni siquiera americanas de origen. El “deus ex machina” de esta nefasta “Act” fue un banquero de Hamburgo, llamado Paul M. Warburg.

El “Federal Reserve Board” emite el dinero del país, y luego lo presta al gobierno “legal” de los Estados Unidos, a interés. Si, por ejemplo, el gobierno de Washington necesita mil millones de dólares para financiar obras públicas, renovar el armamento o lo que fuere, debe dirigirse al “Board” y pedirle ese dinero. Entonces el omnipotente “Board” da su acuerdo a condición de que el Gobierno le pague un interés. De manera que el Congreso autoriza al Departamento del Tesoro para que imprima mil millones de dólares en bonos que son entregados al “Federal Reserve Board”. El “Federal Reserve Board” paga los gastos de imprenta (que supone unos quinientos dólares) y hace el cambio. Entonces el Gobierno ya puede disponer del dinero para cubrir sus necesidades.

¿Cuáles son los resultados de esta inverosímil transacción? Pues, simplemente, que el Gobierno de los estados Unidos ha puesto a sus ciudadanos en deuda con el “Federal Reserve Board” por mil millones de dólares, más intereses, hasta que se paguen. El resultado de esta demencial política financiera (¿) es que, en menos de sesenta años –desde 1913 hasta hoy- el pueblo de estados Unidos está endeudado con los banqueros del “Federal Reserve Board” por un total de 350 millones de dólares, con un interés de un billón y medio cada mes, sin ninguna esperanza de poder pagar jamás ni el principal de la deuda, ni siquiera sus intereses, pues ambos aumentan continuamente. Ciento noventa y cinco millones de americanos están irremisiblemente endeudados con otros ocho mil, más o menos americanos; y el montante de esa deuda es superior al valor total de todas las riquezas del país.

Todavía hay más: Con este sistema de “dinero-deuda” los Bonos a que nos hemos referido más arriba se convierten en valores bancarios, amparándose en los cuales pueden los bancos hacer préstamos a clientes privados. Como quiera que las leyes bancarias de los Estados Unidos requieren solamente una reserva del 20 por ciento, los bancos del “Federal Reserve Board” pueden hacer préstamos hasta un total de cinco veces el valor de los Bonos que poseen. Es decir, que volviendo a la transacción de mil millones de dólares que tomamos como ejemplo, el derecho al interés de seis mil millones… POR UN COSTO ORIGINAL DE 500 en gastos de imprenta. Y como el Congreso abdicó –en tal excelsa Democracia- el derecho de emitir dinero, la única manera que les queda a los industriales, explotadores agrícolas y comerciantes de los estados Unidos de obtener dinero para desarrollar las riquezas del país, es tomarlo “prestado” del Consorcio Bancario del Federal Reserve, y ponerse en sus manos.

Saltan a la vista las terribles consecuencias de este loco “sistema”. Siendo omnipotentes –luego irresponsables- los bancos pueden disponer del poder de vida o muerte sobre cualquier empresa, por fuerte que ésta sea. La degeneración financiera que esto supone lleva a los graves extremos de que subsiguientemente a la denegación de un préstamo, en un momento dado, una empresa, por fuerte que sea, se puede ver obligada a vender sus stocks a cualquier precio –incluso a pura pérdida- para hacer frente a sus vencimientos y obligaciones urgentes. Tras despreciar la mercancía, los agentes de la oligarquía bancaria compran grandes cantidades del stock despreciado; después de esto, se aprueba el préstamo, el stock sube de valor, y es vendido posteriormente con beneficios fantásticos. Esta práctica de robo legal ha llegado a un tal grado de refinamiento hoy día, que al “Federal Reserve Board” le basta con anunciar en los periódicos un alza o una baja en su tasa de descuento, para hacer subir o bajar el valor de los stocks según su deseo.

Con estos métodos, los miembros del “Federal Reserve” y sus satélites bancarios han conseguido el control de prácticamente todas las grandes industrias americanas… y, a partir de ellas, han iniciado su “coca-colonización” del resto del mundo.

Para resumir, diremos que el llamado Crédito consiste en la falsa promesa de los banqueros de pagar diez veces más dinero del que tienen, procedente de sus impositores. El crédito no es dinero auténtico, legal, pero como hace las veces del mismo –sirve para pagar bienes y servicios y cancelar deudas-, es, de hecho, imposible de distinguirlo del dinero legal ténder. Estas “promesas de pagar”, emitidas por el banquero mediante un talonario de cheques, nacen como “préstamos”, que deben ser devueltos con interés. Los banqueros se reservan el “derecho” de retirar sus “promesas” –su crédito- pudiendo así, a su albedrío, retirar el noventa por ciento del poder de compra –la “demanda”- de un país. De hecho, según McNair, se contentan con fluctuaciones mucho más pequeñas, porque “aun muy pequeñas fluctuaciones son suficientes para alterar el nivel de precios en un sentido u otro”… alteraciones de las que ellos viven.

Nada menos que Sir Josiah Stamp, entonces la segunda fortuna de Inglaterra, y presidente de los ferrocarriles Británicos, se dirigió en los siguientes términos a 150 profesores de la Universidad de Texas: “El sistema bancario fue concebido en la iniquidad y nació en el pecado. Los banqueros internacionales poseen la tierra. Quitadles todo lo que tienen, pero dejadles el poder de crear depósitos, y con unos cuantos plumazos crearán los suficientes depósitos para recuperarlo todo otra vez. Pero si les quitáis el poder de crear dinero, todas las grandes fortunas desaparecerán, incluyendo la mía, y éste será un mundo mucho más feliz. Pero si queréis continuar siendo esclavos de los bancos y pagar los costos de vuestra propia esclavitud, dejadles continuar creando depósitos”.

Lo increíblemente chusco de esta clarísima declaración, es que el que la formuló, Sir Josiah Stamp, unía a su condición de presidente de las “Bristish Railways”, la de… Presidente del banco de Inglaterra, entidad que, pese a su empaque oficial, es, igual que el “Federal Reserve Board”, una empresa privada que, desde su fundación, ha sido casi siempre dirigida por individuos del mismo origen que los que han dirigido y dirigen el “Federal Reserve”.

Extracto del libro “La finanza y el poder”, de Joaquín Bochaca


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